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Columnistas  |  10 mayo de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Pedro Elías Martínez

Telegrafía vs. Internet

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Pedro Elías Martínez

Pedro Elías Martínez

En 1844 un par de gringos, Samuel Morse y Alfred Vail, instalaron por primera vez la telegrafía eléctrica a través de un alambre, para enviar mensajes que podían descifrarse mediante una serie de símbolos, puntos y rayas, llamado código Morse, mediante el cual las personas se comunicaron desde entonces. En 1897 el italiano Guillermo Marconi mejoró el servicio al inventar la radiotelegrafía, que estableció comunicación entre lugares apartados e incluso pasando los océanos, de lo cual se derivó la radiotelefonía y posteriormente la radio. Al telegrama se le conocía también como marconigrama.

La telegrafía llegó al centro de Colombia en 1865, bajo la presidencia de Manuel Murillo Toro, y comunicó a Bogotá con los principales puertos fluviales sobre el río Magdalena.

En esos tiempos nació la profesión del telegrafista que transmitía los mensajes cobrando una tarifa según la cantidad de palabras. En una costumbre a tono con la realidad humana, las palabras tenían precio. Cada una llegó a valer hasta dos pesos. El telegrafista enviaba los telegramas, los recibía y los entregaba al destinatario. Para ahorrar costos los usuarios utilizaban la menor cantidad de palabras, mediante abreviaturas o fusionando dos o más palabras en una sola.

Por ejemplo, para finalizar el telegrama los enamorados usaban el término abracaribe : abrazos, caricias y besos.

Cuentan del telegrama enviado por Mercedes y Nepomucena, dos comadres boyacenses conocidas en el pueblo como Mechu y Puna. Para reducir el valor del telegrama lo firmaron como Mechupuna.

Y el del viajero de a caballo que al llegar a la estación le telegrafió a su esposa: «Me dejó el tren. Yo sigo mula».

Un caballero anuncia la visita familiar, para que tengan potrero y alojamiento listo: «Voy con mi suegra y dos bestias más».

El telégrafo y los telegrafistas cayeron en desuso en los años 80 con la aparición del fax, el beeper y enseguida el internet.

Hoy existen en el mundo más celulares que inodoros, y por tanto el número de mensajes diarios en las redes sociales es incalculable. Sin embargo, la anarquía del celular origina erratas peores tal vez que los embrollos del código morse o la redacción económica de los telegramas. A muchos nos habrá asombrado cuando el corrector del aparato nos cambia palabras, trueca conceptos, inventa términos, ofensas y oprobios que enviamos a los amigos, por descuido, confianza o pereza de releer el texto.  

¡Cuántos negocios, amistades y hasta casamientos se acabaron, porque alguien metió mal el dedo, el pulgar, al escribir el mensaje o el móvil le corrigió el escrito con ignominias digitales!

 

PRISA

No hay tutorial para aprender pulgografía.

Si algo sale errado, la inteligencia artificial

subsana los errores de digitación.

Corrector y pulgares crean palabras,

jeroglíficos, insultos impronunciables.

¡Cuántas veces nos tergiversan, inventando

ultrajes, frases absurdas para los amigos,

fuera de urbanidad y diccionarios multilingües!

Los expertos culpan a nuestra falta de cuidado.

Y puede ser.

Nada pasaría si todo lo escribiéramos

con la enseñanza de las equivocaciones,

despacio,

letra por letra,

sopesando palabra por palabra,

como lo hacemos con las despedidas.

 

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