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Cultura  |  07 abril de 2024  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Adversidades superadas

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Un texto de Gloria Ismenia Suárez N, publicado en el libro, Colcha de relatos, del Taller Literario Café y Letras Renata.

Fui buena estudiante; sobresalí en español y matemáticas, lo que me llevó a ser escogida con otras niñas y niños, para ir a la T.V Educativa en sus inicios, años 60´s del siglo XX. Mis compañeros y profesores me apreciaban y todo esto fue bueno hasta el final de mi pubertad.

En mi condición de única niña en el hogar, después de tres varones hasta ese momento, fui muy consentida por mis padres y tíos. Mi juventud fue felicidad.

Nunca pensé que ser novia, luego esposa y madre, por mi inmadurez y carácter soñador, mi vida cambiara de forma drástica.

Llena de ilusiones contraje matrimonio. Al poco tiempo estaba cansada. Confundida por no saber defenderme del maltrato sicológico, a veces físico, de mi esposo. Siempre, él o yo, permitimos que terceros invadieran nuestra vida matrimonial, nuestros espacios; y para bien o para mal, esto me desencadenó una alta depresión que me dejó obnubilada… con mi mente casi en blanco.

Desperté sin saber dónde estaba ni qué pasaba. Luego supe que el cuarto, dividido por una cortina grande y bonita, era una clínica de reposo. En ese momento se acercó una joven con la dentadura incompleta y de apariencia descuidada que me miraba y sonreía curiosa, en ese momento entró una mujer vestida de blanco, dulce y suave en su trato. Advertí que era muy bonita. A la joven que nos observaba, la sacó del cuarto y como enfermera, sin rodeos me inyectó. No supe más… desperté horas después y ella misma me preguntó si quería hablar y me ofreció una bebida, pero yo no hice ni dije nada.

“Tómese aunque sea un poquito de esto… ¿Sí me entiende?” , me preguntó mientras me ayudó a tomar el agua. Empecé a llorar como nunca. Sentí tristeza, soledad, confusión. Experiencias que hicieron de mis primeras sensaciones en aquel lugar, algo confuso y negativo.

Me hicieron un examen con tantas preguntas que me parecieron innecesarias, sin embargo, aclaré varias cosas. El medico y las enfermeras que me asignaron me trataban con deferencia y consideración, con él conversaba dos días a la semana, ya no me sentía tan sola. La clínica era muy buena y el trato y la alimentación excelente. Tanto que me dieron habitación para mi sola y no tuve que ver más a la joven descuidada que al principio me fastidiaba.

Conocí personas que en mi concepto estaban completamente locas. Hombres que se acercaban y me lanzaban piropos, otros hombres o mujeres pedían dinero, algunas querían mi comida o le echaban el ojo al muchacho que le gustaba hablar conmigo, otras querían mi ropa o que les regalara algo.

El médico me preguntó cómo me sentía con la compañía de las otras personas, y me explicó que era parte de la recuperación.

Ya sabía qué me había pasado y este devenir en la clínica me ayudó a valorar el tratamiento.

Por fortuna no tuve más crisis y sentí esperanza que pronto me darían de alta, lo cual decidiría el médico de acuerdo a mi actitud y comportamiento.

Durante los meses que permanecí en aquella clínica pude poner sobre la mesa pasajes buenos y malos de mi vida. Pensé que debía cambiar mi actitud caprichosa, orgullosa y mandona.

Cuando salí de la clínica, rodé por la casa de varios familiares, lo que fue muy incómodo. Mi madre me regañaba, mi esposo se fue con otra. Afronté momentos críticos que me hicieron sufrir mucho. Todos a mi alrededor me juzgaron, unos para bien, otros para mal.

Lo positivo de esta experiencia clínica fue que me ayudó a encontrar mi identidad.

Estuve separada de mis hijos por tres años, y por ese alejamiento, ellos se convirtieron en mi inspiración para recuperar la parte buena de mi existencia. Por ellos comencé a trabajar, a luchar, a mejorar mi vida y demostrarle al mundo, que como todos, también podía forjar otra oportunidad.

Tengo un segundo y excelente esposo. Al comienzo afrontamos y superamos grandes dificultades, luchamos con fe hasta salir avantes. Ahora disfrutamos juntos con amor y salud, gracias a Dios, que nos ha permitido vencer todo este drama.   Con el paso de los años, mis hijos ya profesionales y excelentes personas han construido sus hogares propios. Me hacen sentir bien y fortalecen mi vida.

Recordar y contar esta lección de vida y tener la seguridad del bienestar de mis hijos, me conducen a reflexionar sobre la capacidad de resiliencia con la que cuento y no era consciente de ello.

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