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Columnistas  |  19 septiembre de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Julio César Londoño

Los enemigos del estilo

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Julio César Londoño

Julio César Londoño

 

La literatura requiere sobre todo buen pulso. No escriba demasiado claro porque el texto termina lleno de obviedades, ni de manera muy críptica porque le pueden asestar este vainazo: “Hay escritores que parecen oscuros por su profundidad. Otros quieren parecer profundos a fuerza de oscuridad”.

El narrador debe evitar los excesos líricos porque la poesía ralentiza la acción. El ensayista también, porque la protagonista del ensayo debe ser la conjetura, no el lenguaje. Incluso los poetas evitan hoy el lirismo y confían más en una versificación austera, de modo que la poesía esté entre líneas, no en la superficie.

Darío, Wilde y Yourcenar ilustran bien lo empalagosa que resulta la “prosa poética”.

Hay que evitar los adjetivos redundantes. Al sustantivo “pájaro” no le agrega nada el adjetivo “hermoso”. Las lentejuelas de “extraordinario” están mohosas. “Mágico” ha perdido “duende”.

En el tino de los adjetivos se conoce al estilista:

“El jubilado dejó una propina estítica sobre la mesa y se marchó”.

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“La salamandra descendió con una agilidad líquida”.

Una opción interesante es calificar con verbos, no con adjetivos:

“Las ferias del mundo le llenan de oro la boca para que Vallejo escupa sus conferencias”.

“El senador perpetró un libro de versos y fue acusado de malversación.

“El fiscal contrajo condecoraciones que terminaron de arruinar su reputación”.

“En las arenas de Nevada los empresarios desovaron los engendros de sus casinos”.

Si usted insiste en adjetivar, estudie el soberbio pulso de Franz Kafka: “Las mujeres de los emperadores —ociosas entre sus almohadones de seda, desviadas de la noble tradición por cortesanos viles, henchidas de ambición, violentas de codicia, desaforadas de lujuria— repiten y vuelven a repetir sus abominaciones. Cuanto más tiempo ha transcurrido, más terribles y vivos son los colores y con temor nuestra aldea recibe la noticia de que una emperatriz bebió hace miles de años la sangre del marido a grandes tragos”. (La construcción de la muralla china).

Así como una línea horizontal significa muerte en los monitores de los hospitales, en literatura la monotonía es mortal. El texto debe variar en asuntos, puntos de vista y peripecias, y la curva de la intensidad tiene que oscilar. La tensión es indispensable. Es el alma de la literatura. Hay que alimentarla con primicias en el ensayo, con giros y puntos climáticos en los relatos, con imágenes poderosas en el poema y con sorpresas en todos los géneros: algo que rompa la serie lógica. Lo previsible. Algo paradojal.

Aunque amamos el orden y la tranquilidad que nos proporcionan las teorías científicas, las poéticas y los metadiscursos, el lector ama las paradojas, unos juguetes del espíritu que subvierten ese orden. La fractura es inevitable, indispensable. Es un giro que excita al anarquista que se agazapa en el corazón del amante de la ley. Ejemplo: “Los clásicos creían en unas criaturas románticas, las musas. El romántico Poe, en cambio, profesó una teoría clásica, racional, de la composición literaria”.

La erudición, la inteligencia vanidosa y lo políticamente correcto son enemigos mortales del estilo. Pueden convertir un poema en un engendro apenas intelectual, un relato en un mal ensayo y un ensayo en un monumento a la pedantería (casi digo “la morronguería”).

Quizá en el manejo de estos vaivenes entre el sustantivo y el adjetivo, la luz y la sombra, los puntos climáticos y los pasajes tranquilos, la lógica y la paradoja esté “el punto de caramelo” que perseguimos los escritores. Quizá el encanto de una página no sea otra cosa que una mezcla precisa de estos contrapuntos.

De problemas similares nos ocupamos en mi Taller Virtual de Escritura. Escríbanos y le enviamos el link. Entrada libre.

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