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Columnistas  |  09 junio de 2023  |  12:11 AM |  Escrito por: Laura García

La otra

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Laura García

Laura García

Como siempre, llegué tarde. El calendario hizo de las suyas, así que marzo fue el mes en el que comenzó nuestra breve interacción. Así como las personas tienen la costumbre de incumplir con el tiempo del otro a reuniones, entrevistas laborales, cumpleaños y cafés, también se falla involuntariamente en la puntualidad del amor. Y este es un claro pero lamentable ejemplo.

Nuestros encuentros se sustentaron a través de correspondencias. Ella me apodó como su luna bajo un pseudónimo planetario. Nos escribimos múltiples cartas y poemas para decirnos adiós, porque para nosotras despedirnos era reinventar infinitos encuentros. Siempre llegábamos tarde a nuestras citas, ella era más impuntual que yo, aparecía hasta media hora después, pero no tenía importancia: me he acostumbrado a esperar.

No solo para comer, salir o besarnos, la esperaba también para que resolviera sus problemas mientras intentaba curar sus heridas del pasado. Permanecí como un barco a la deriva en el que sus mentiras fueron remos al vacío: nunca le dijo a su novia que había alguien más y que su relación no podía seguir. Quería ocupar un lugar distinto a la amante, a la otra. Sus respuestas ante mis dudas eran un “no sé”, su solución ante mi dolor era alejarse, pero acudía a mi número telefónico como una niña egoísta que no era capaz de compartir sus juguetes con nadie.

Sin planearlo recordé el film Animales Nocturnos, esa escena final en donde Susy aguarda la llegada de Tony, no obstante, él jamás aparece. Esa es su venganza: hacer que ella espere por él aun sabiendo que no volvería. En este caso, cuando mi deseo más grande llegó ­–la ruptura– descubrí que yo todavía permanecía en el mismo lugar: la otra sigue siendo la otra sin importar el tiempo que transcurra ni las decisiones que se tomen de por medio.

La otra no solo ocupa el lugar de la amante, también es aquella que no eligen para amar, aunque se sientan bien con su compañía; es, sobre todo, a quien le dan los sobrantes de la ternura. La otra es la que siempre espera. Esa que sin importar si su cita era a las ocho, está dispuesta a quedarse hasta las diez así sepa que nadie llegará. La otra siempre aguarda, no le pesa el tiempo, no tiene prisa, aunque sabe que las respuestas jamás arribarán; la otra se acostumbra a que la quieran en silencio porque afuera hay mucho ruido. No piensa en sí misma porque su lugar está en ser el refugio de la persona que ama. La otra sabe que puede irse, pero no lo hace porque anhela que las cosas sean diferentes.

Hace poco la vi pasar cerca de donde me encontraba y ninguna se sorprendió siquiera por lo que ya no hay. Miré las manecillas del reloj y no sentí prisa. Me asombré, sentada, por no esperar nada, ni siquiera el paso del tiempo. Hace mucho tiempo yo fui la otra. Ahora simplemente soy yo.

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