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Salud  |  28 mayo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Germán Estrada Mariño

La vanidad, el ego herido y la indiferencia ante el sufrimiento ajeno

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El culto a las apariencias es cada vez mayor, al cuerpo al estatus, a las apariencias, a la necesidad de ser aprobados o admirados no por quien somos en realidad sino por lo que parecemos, tenemos o queremos llegar parecer o tener.

En un mundo inundado de redes sociales digitales donde miles de contenidos rinden culto a las apariencias superficiales, cada vez parece importar menos lo que es realmente más importante: Quien somos, que queremos, que aportamos al mundo y cuanto nos sentimos seres valiosos, útiles, conscientes y sobre todo compasivos con el otro.

Los sentimientos pasaron a un segundo plano en la escala de antivalores que reina en la sociedad competitiva actual.

En la cultura del ego, no importa el otro ni la sincera solidaridad, reinan la hipocresía y el interés material.  El otro se desconoce ya que es solo un referente con el cual competir, compararse o en el peor de los casos al cual destruir o desconocer para poder afirmarse.

Ya lo advirtieron muchos autores a lo largo de la historia que pronosticaron el declive del hombre en un mundo globalizado, cada vez más consumista, más depredador y menos sensible.

Un hombre cegado por su ambición y su ego insaciables a quien poco le importa contemplar los medios si de alcanzar los fines que le lleven a lo que considera éxito se trata (posesiones, estatus y vanidad) y que lleva con ello al declive de la existencia humana . La involución que nos lleva a la autodestrucción por falta de consciencia en donde reina la indolencia .

Cada vez nos interesa menos conocer al otro ser humano y sus emociones, su pasado; sus sufrimientos; sus miedos; sus deseos y sus ilusiones.  Nos interesa que nos aporta, y nos interesa que no sea mejor de lo que nuestro ego nos permita, para que este no se sienta  amenazado por la destructiva envidia.

Las emociones pasan a un segundo plano y la capacidad de dar se reduce a lo más superficial ya que cada vez escuchamos menos, comprendemos menos, nos podemos menos en el lugar del otro, mientras queremos imponernos más y más en una carrera salvaje que desconoce al otro.

Se preguntan entonces neciamente en colegios universidades y en las instituciones de salud porque hay tanta depresión, desolación, sentimientos de soledad en los jóvenes mientras ostentan miles de amigos en redes sociales y porque los trastornos de ansiedad como los ataques de pánico, la ansiedad generalizada , los trastornos alimenticios , el cutting , la depresión y el suicidio son pan de cada día en los medios que intentan ocultar el sufrimiento que no vende , que avergüenza y que no llena titulares de superficial felicidad con noticias de entretenimiento que muestren belleza, alegría ya que al ser humano sufriente. A ese ser humano que se permite expresar sus emociones, hay que desconocerlo.  Ese, nos da vergüenza, ese lo despreciamos o en el mejor de los casos lo ignoramos. La indiferencia nos tragó.

Si no conectamos con el sufrimiento ajeno, poco o nada pueden hacer los cada vez más insensibles y soberbios psiquiatras y los cada vez más superficiales (y me incluyo) psicólogos que creemos que, corrigiendo, coaccionado, aconsejando o haciendo terapias para estigmatizar y normalizar podemos adoctrinar el sufrimiento para que se pinte de ganas felicidad y motivación.

Sino somos autocríticos como podemos ser mejores seres humanos o profesionales de salud mental. Entre más perfectos nos creemos, en realidad, más lejos de la excelencia y la bondad estamos.

“No es normal que llores, que sufras, debes ser fuerte, no es normal que te deprimas, lo que está enfermo no es el mundo sino tú y debes estar tranquilo”

 Con estas píldoras estigmatizantes sin empatía ni compasión que buscan normalizar y que ayudan a la represión emocional no podemos ser solidarios ni generosos con quien siente que su familia, sus mismos padres, hermanos, familiares, pero en general la sociedad le ha abandonado a su suerte.

Cada persona que toma la decisión de acabar con su vida sin duda ha hecho un juicio implacable y a veces extremo, pero tristemente muchas veces real: Ha considerado seriamente que poco les importa a los otros y que poco podrán hacer por él o ella porque simplemente les tiene sin cuidado.  Claro, es más fácil invitar a nuestra casa a cenar o a compartir a un apersona brillante famosa exitosa o rica no a una persona sufriente triste pero que lo necesita mucho más porque en realidad no invitamos para dar sino para recibir y alimentar nuestros egos con falsas muestras de amistad y solidaridad olvidándonos de aquellos que no son populares pero que necesitan más de nuestro afecto. Con esos superficiales y utilitaristas actos llenamos nuestra soberbia que alimenta el autoengaño de creernos buenos seres humanos.

La persona con depresión mayor, que prefiero no llamar paciente sino ser sufriente, es un individuo sensible como tú o yo que ha perdido la esperanza porque la sociedad no lo ha acobijado ni protegido. Es una persona que siente vergüenza de sí misma porque sabe que no satisface los estereotipos y valores sociales que la sociedad de la apariencia le exige y prefiere abandonar un espacio que le resulta lleno de gente, lleno de amigos, lleno de fotos, lleno de apariencias, lleno de sonrisas falsas, lleno de dinero, pero a su vez completamente desolador e indiferente. Un mundo abarrotado de seres egoístas y un desierto de corazones.

Después de tan deprimentes reflexiones se preguntarán ustedes lectores de estas columnas, entonces que hace usted, o que hago yo desde casa.

 Bueno, si te lo preguntas, ya has mostrado empatía y compasión que dejan ver que en tu corazón puede haber mucho más amor del que has demostrado y dado al mundo.

Podemos simplemente decir frases más sanadoras que las que escucharan tantos seres sufrientes, quienes, maltratados por las consultas en las instituciones de salud, llegan a consulta con más desesperanza después de ver un profesional que a lo mucho escucha poco mira a los ojos y jamás se baja de su posición soberbia.

¿A quién puedes decir hoy o mañana en casa en el trabajo en el vecindario, en una llamada?:

“Cómo te sientes?”

“cuentas conmigo”

“¿Existe algo que pueda hacer por ti?”

“Acá estaré para ti”

“Cuando quieras llámame”

“Eres mi amigo”

“Te quiero”

“Te agradezco”

“Eres maravilloso (a)”

“Tienes grandes talentos, animo.

“No estás solo (a)”

“¿Puedo darte un abrazo?”

“Aquí  está mi hombro cada vez que te quieras desahogar”

“Aquí estaré siempre que me necesites “

“No soy mejor que tú, también he sufrido”.

“Entiendo que te sientas asi”

“Hoy por ti mañana por mí”

“No tienes que pagarme nada”

“No te preocupes, no me debes nada”

“Ven a mi casa, también es la tuya”.

“Yo soy tu familia”

“Me importas realmente”

“Perdóname por no demostrarte cuanto me importas”

“Aunque te conozco poco no estás solo(a), ya tienes un amigo(a)”

“Vamos a encontrar la solución a tus problemas “

“Toma mi mano”

“Dame la tuya”

“Mírame a los ojos, quiero darte una voz de aliento”

“Te entiendo”

“No quiero juzgarte”

“No soy quien para condenarte”

“Perdona por recriminarte”

“No sientas culpa, todos nos equivocamos”

Entre muchas otras que pido dejen de corazón en los comentarios de esta columna, son frases simples pero sanadoras si se dicen desde el corazon, mucho más que una fluoxetina (medicamento antidepresivo ) o una consulta con un profesional frio. Son frases  que pueden salvar vidas de quienes alguna vez en medio de la desesperanza se remitan a estas letras.

“¿Alguien que conoces puede estar sufriendo y le has ignorado?

Siembra amor y deja una huella en este mundo antes de partir

 Aún estas a tiempo de reducir el riesgo de que alguien quiera acabar con su vida.

Aun puedes salvar muchas

Mas compasión, menos ego y menos apariencias

 

 

Gracias

GERMAN ESTRADA MARIÑO

Psicólogo clínico. Psicoterapeuta bilingüe online.

Líder campaña prevención del suicidio juvenil centrada en el sentido de vida y la compasión

Perito Forense

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

WAP CITAS: 316 450 20 80

 

 

 

 

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