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Columnistas  |  27 mayo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: James Padilla Motoa

El “negro” Hugo, un habitante de primera categoría

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James Padilla Motoa

Por James Padilla Mottoa

No hay cosa más aterradora que el olvido. Es como un silencio que pesa toneladas y que nos mata de manera definitiva. Por esa causa, por el miedo que me produce el olvido, es por lo que me asusta también la frase de tres palabras con la que acostumbramos despedir a aquellas personas que fallecen: "paz en su tumba".

Paz en su tumba y se acabó. Son tres palabras que parecen tener la fuerza y el hermetismo de tres candados con los que pretendemos guardar para siempre aquellas vidas que tuvieron también inmensas riquezas sentimentales y de pensamiento.

Cuando las leo o las escucho me queda la sensación de que mucho más queda faltando por decirse de aquel o aquella a quien estamos despidiendo.

Hace poco más de una semana partió un amigo entrañable que dejó escritas magníficas páginas en la historia de este departamento. Les escribo de Hugo Tabares Sánchez, hombre de gran estatura humana, servidor en lo público y en lo privado, siempre haciendo gala de su don de gentes, su honestidad y sobre todo, de su sencillez absoluta.

Los avatares propios de las principales inquietudes quindianas, esencialmente las deportivas, nos pusieron un día en el mismo camino. Me impresionó la franqueza y la simpleza con la que abordaba distintos temas, por complejos que fueran. Eso nos fue hermanando y terminamos por ir juntos en prolongados momentos de nuestras existencias, comentando y buscando soluciones imposibles a tantas carencias como hemos tenido en ese mundillo mágico del deporte en el que "el negro Hugo" fue siempre un habitante de primera categoría.

Amaba profundamente a su Deportes Quindío y quiso alguna vez la quijotada de meterse a buscarle rumbo y circunstancias mejores a este equipo, infinidad de veces abandonado, bordeando el peligro de la desaparición.  Era el año de 1982 y el Quindío sufría una de las tantas crisis que ha vivido a lo largo de los setenta y tantos años de existencia. Se alió con otro soñador como Jorge Enrique González, y juntos salieron a pelear con la indiferencia de una sociedad a la que, digan lo que digan los oportunistas de ahora, nunca le importó la suerte de nuestro máximo representativo.

Me conmovía la persistencia de estos dirigentes que buscaban hasta debajo de las piedras a ese alguien que pudiera venir para dar una mano y rescatar a nuestro querido equipo. Primero, los hermanos Jiménez, según me dijeron, dos hermanos de origen quindiano que se fueron e hicieron gran fortuna en Barranquilla con las apuestas populares. Esa, al fin y al cabo, es una historia que ya me he cansado de contarla; historia con final terrible porque los Jiménez vinieron, comieron y bebieron por cuenta de mis amigos directivos y se fueron riéndose para nunca más volver.

Después a mi amigo le surgió la idea de invitar a un exjugador argentino , quien había sido bien tratado por la diosa fortuna, para que se viniera a recordar en Armenia y con su equipo, viejos y gratos recuerdos vividos aquí.

Fue la llegada de don Luis Castagno y si hermano César, quien vino en calidad de entrenador al frente de un grupo grande de jugadores desconocidos para intentar algo muy difícil en el fútbol colombiano. Fracaso total y las consecuencias económicas para los ilusos dirigentes nuestros fueron catastróficas. A tal punto que el querido Hugo vio peligrar su patrimonio familiar. Gracias a Dios todo se superó y la vida continuó. Eso sí, no vi más a Hugo Tabares en la tribuna del estadio. En la plenitud de sus facultades personales y de servidor público, tuvimos la fortuna de contar con su aporte en la gerencia del Imdera, el organismo deportivo municipal. Salió de allí y no volvimos a vernos; atrás quedaron nuestros diálogos cordiales y el tema recurrente sobre nuestros hijos, el Deportes Quindío y las tardes de risas en la cofradía de la Droguería Colombiana, un lugar del viejo Armenia que fue el epicentro de la capital de la "guinda", broma chistosa e inofensiva.

Cuando estaba preparando un saludo para él, me llega la noticia triste de su marcha al mundo del misterio. Seguramente ahora esté con el "culebrero" Javier Arango, mi compadre Luis Carlos Ramírez, Martín Salazar y el comandante Vicente Peña, escondidos en alguna parte para guindar a los que iremos llegando...

 

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