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Columnistas  |  19 marzo de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Johan Andrés Rodríguez Lugo

Tocan a la puerta

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Johan Andrés Rodríguez Lugo

Johan Andrés Rodríguez Lugo

Si mamá aún viviera habría cumplido 72 años el jueves pasado. A veces imagino la vida si todavía estuviera a mi lado. Es increíble aceptar, como lo he escrito antes, que quizás no estaría haciendo lo que hago o lo estaría haciendo de otra forma y, quizás, ella aún estaría dando clase, enseñando manualidades o caminando el centro de Armenia en busca de telas e hilos para sus creaciones. No había nada más importante para la profe que sus estudiantes y su arte. Los sábados la casa era centro artístico para aprendices de macramé, croché, matemáticas o pintura. En diciembre habrían llegado niños, niñas y adolescentes a componer los muñecos navideños y por esta época ya estaría pensando en el diseño de los faroles para la procesión de la soledad.

De las creaciones de mamá, pocas duraban la casa, ella vendía todo, no se quedaba con nada. Si alguien llegaba y se enamoraba de una teja pintada, de un cuadro, de un muñeco, ella le tomaba medidas o moldes al objeto y de inmediato lo vendía, sin embargo, hubo una obra que guardó hasta su último suspiro: Un cuadro de “Jesús toca tu puerta”, realizado en punto de cruz, mediría aproximadamente 41x46 cm y fue tejido con hilo de algodón (según dice una página de tejidos que encontré en internet). Ella vistió a su Jesús de naranja y blanco, pero conservó algunos detalles de la guía que traía, lo mandó a enmarcar y era lo primero que se empacaba en los trasteos. Este cuadro hace referencia al versículo Apocalipsis 3:20 y es una obra que evoca el óleo sobre lienzo que realizó William Holman Hunt, pintor británico quien nombró a esta obra “La Luz del mundo” y que también hace referencia al versículo Juan 8:12. Ambos versículos hablan de la promesa de Jesús cuando, se dice, afirmó que quien escuche el llamado y abra la puerta (de su alma) será bendecido y se sentará en la mesa del padre en el momento que llegue el fin.

El cuadro era muy importante para ella, no solo por las semanas que tardó en hacerlo sino porque le servía de referencia en sus talleres de catequesis para explicar la forma en que Jesús “siempre está afuera de nuestra puerta y somos nosotros quienes decidimos si abrirle o no, si seguir sus enseñanzas o no, si aceptamos su camino, sus mandatos y nos despojamos de lo material para hacer su obra y agradar al creador”. Era una mujer de fe, más que religiosa, veía en Dios un amigo y compañero de vida. Ella acostumbraba a esperar “las señales” antes de tomar una decisión, prácticamente ante la angustia aguardaba la iluminación. Pocas veces actuó de forma impulsiva. Enseñaba la paciencia en los actos y el respirar antes de decir algo. Yo aprendí a ver a Dios como una fuerza que nos guía y nos ilumina, más que como quien está pendiente de nuestros errores para juzgarnos. Siempre atendí a esta metáfora porque el amor que le profesaba a ese cuadro, no desde lo material, sino desde su significado, me hacía interesar en la forma en que a veces no escuchamos ese llamado o no asistimos a quien nos toca la puerta para ayudarnos.

Cuando terminé de ver The Whale pensé en mamá y en su cuadro. El hecho de que constantemente en la película toquen la puerta de Charlie es una referencia a esta metáfora bíblica. Mucho de lo descrito en el guion realizado por Samuel D. Hunter y cuya dirección estuvo a cargo de Darren Aronofsky hace homenaje a la obra literaria Moby Dick de Herman Merville en donde, también, las referencias a Jonás, Job y distintos pasajes de la biblia son el centro de la metáfora sobre la forma en que la angustia y el encierro se expresa en “esa ballena” que no nos deja ver lo que sucede a nuestro alrededor.

Me parece, incluso, ver a mamá representada en Charlie, una docente que quería de sus estudiantes una honestidad propia en sus trabajos, que los animaba a ir más allá, que dejaba su vida por su trabajo, que le exigía a su hijo escribir y leer porque veía en él cosas, aunque este fuera terco, obstinado y nunca durante su vida fuera ese lector acérrimo que ella quería. Ella también tenía ese sentido positivo de entender a los otros y encontrarles soluciones a los problemas. Ella no se permitía el sufrimiento ni la tristeza y quizás por ello, supimos luego, la somatización de cosas hizo que su cáncer fuera tan agresivo que no diera tiempo de autorizar la primera quimioterapia.

Las referencias religiosas en The Whale son muchas, al igual que las críticas y cuestionamientos al sistema educativo y a las formas morales de la existencia humana. Me parece importante resaltar esa metáfora del caos interno versus la realidad que sucede afuera, aunque a veces llueva, porque la puerta nunca dejó de sonar durante la película, siempre hubo alguien que quería entrar, que quería ver lo que pasaba, que se preguntaba sobre lo que había detrás de esa puerta y esa voz que decía que todo estaba bien.

Desde el inicio de la película nos encontramos con un hombre que no quiere ser salvado, que simplemente está esperando su final, por ello esa necesidad del misionero de hablarle de la biblia y de Dios no resultó como esperaba, al contrario, terminó siendo salvado él porque “cómo puede uno ayudar a otros sin primero revisarse la pajita en el ojo propio”. Charlie se quería morir, pero no se quería matar, él solo quería terminar con el sufrimiento, con ese dolor que le quedó luego del suicidio de su pareja. Él se pensaba como un estorbo, como una carga, como un rechazado del sistema por no actuar conforme dictaban los preceptos morales y que su esposa, hija, y la sociedad le repetían constantemente.

En The Whale se dicen muchas cosas, asistimos al final de un hombre cuando la vida se le fue, cuando pasaron cosas: hubo amores, traiciones, encuentros, despechos, dudas, inquietudes. Charlie estaba esperando el momento de su muerte, con resignación, con esperanza de que le diera tiempo de saldar sus asuntos y aunque a veces pareciera que se arrepintiera de su decisión, la angustia y el hastío lo empujaban nuevamente a terminar prontamente con ese sufrimiento existencial. Nos deja claro que a veces la percepción se nos altera con respecto a nuestra posición en el mundo, creemos cosas de nosotros que no están o que no son como las pensamos.

A veces nos quedamos encerrados en nuestro cuadrado negro y aunque está bien sentirse mal, no vemos que al lado hay otros cuadros negros, como en la interfaz de la llamada de Meet o Zoom. Siempre hay alguien a nuestro lado, no estamos solos, hay otros cuadros, algunos de colores, otros con imágenes reales o ficticias; con filtros, con objetos de playa o de ciudades, cuadrados de decoración o minimalistas. Siempre hay alguien.

Johan Andrés Rodríguez Lugo

 
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