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Cultura  |  26 febrero de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Persecución

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Un cuento de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura Café y Letras Renata Quindío.

El clima hace ya rato que dejó de ser fresco en la montaña. Se hace menester bajar por agua hasta el río donde el peligro es abundante.

El viento dispersa los aromas llevando a sus narices la miscelánea con que la selva impregna todos los rincones. Huele a bosque, a flores, a hierba verde que se amarillea a causa del estío, cuyos rayos arden en las heridas.

Le arden y las lame con el instinto convencido de que esto las cura. Las sufre desde la mañana cuando en el primer enfrentamiento sintió el mismo ardor, pero más profundo y desgarrador. Luchó como nunca lo hizo, saltó, pateó, dribló en los momentos precisos para esquivar los ataques, pero las armas enemigas eran más certeras.

Fue ahí cuando explotó el último recurso y se lanzó al río que se llevó junto con él la huella olfativa que podía guiar a su perseguidor.

Ahora se siente débil. Él no lo sabe, pero ha perdido mucha sangre. El cuerpo tiene además de las heridas del combate, las de la huida y el cansancio hace mella en sus músculos. De pronto su lucha no sea inútil, por eso debe seguir a favor del viento… así evitará un nuevo choque.

Afina los sentidos, sabe que no está a salvo. Husmea el aire… los músculos se tensan; las orejas se yerguen y brinca espontáneo al decidir en un segundo la ruta de escape cuando huele al felino.

De nuevo la persecución alerta el ambiente que se llena de gritos primates, ramas rotas y graznidos histéricos. El desigual combate se inicia con veloces carreras, nuevos amagues o frenadas que desperdigan tierra, grama o matas. Zarpazos, patadas, rugidos y balidos hasta que las garras depredadoras se hincan en la blanda carne del gamo.

Este, al sentir los primeros desgarrones y a medida que se convierte en alimento, se entrega al agónico éxtasis en el último latido con que su corazón cumple el mandato de natura.

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