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Cultura  |  19 febrero de 2023  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Abstract: La fantástica carta del profesor Filippo Gentile

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Foto National Geographic

Alberto Hernández Bayona

 

En la madrugada del pasado cinco de noviembre falleció el profesor Filippo Gentile Storino en la comuna italiana de Paola, situada en la provincia de Cosenza, en la región de Calabria. El profesor Filippo nació el año 39 del siglo pasado. Siendo muy joven migró a los Estados Unidos donde se graduó con los más altos honores, en la universidad de McGill. Posteriormente, a mediados de los años 60, obtuvo un doctorado en Biología, en la Universidad de Harvard, institución de la que fue profesor titular hasta su retiro hace un poco más de diez años cuando regresó a su pueblo natal. Colaboró activamente en prestigiosas revistas como Nature, Science, Astronomical Journal, EOS, Bio Essays y American Journal of Botany.

Con mucho celo conservo algunas de estas publicaciones gracias a la generosidad de mi amigo, el profesor Filippo, quien a pesar de mi modesta formación académica me trató siempre con especial aprecio y deferencia tal vez porque nos unía una común afición por la jardinería. El profesor, con más esfuerzo y paciencia que buenos resultados, trató de inculcarme su amor por la ciencia mientras podábamos el bosquecillo de olivos de su propiedad o lo acompañaba a dar sus largas caminatas matinales alrededor de la campiña.

Pocos días antes de su muerte me entregó seis cajas llenas de papeles, encomendándome la tarea de arrojarlas dentro del contenedor donde preparábamos el compost con la ayuda de las lombrices californianas que había traído de los Estados Unidos. Como buen calabrés suelo cumplir al pie de la letra las instrucciones, pero esta vez rompí el tácito juramento de lealtad que le debo a mis patrones, sean estos de la hermandad o ajenos a ella, como lo era mi amigo, el sabio profesor. Entre los documentos encontré algunas cartas dirigidas a su prima Annetta, de la que él me hablaba muy a menudo. La dama había migrado a Colombia en la misma época en la que el profesor partió hacia los Estados Unidos, más por olvidar a su prima que por amor a la ciencia; eso lo deduzco yo por la vehemencia con la que hablaba cuando se refería a ella. Por una de las cartas me enteré de que el menor de los hijos de la dama, Santiago, había sido asesinado en un pueblo de la costa colombiana del caribe y que, años después, ese crimen lo había narrado de manera magistral el escritor Gabriel García Márquez, en una de sus novelas.

Me temo que me estoy desviando del tema. El asunto al que quiero referirme es el siguiente: en la caja marcada con el número romano V encontré un documento que me llamó la atención. En la margen derecha de la primera hoja del documento, con la impecable caligrafía del profesor, hay una nota que dice: “Este abstract lo preparó el ChatGPT con base en la siguiente pregunta que ingresé a la computadora: ¿Para dónde vamos?, le suministré, también, unos pocos parámetros adicionales que me pidió GPT relacionados con la biomasa de la tierra y una copia en formato digital de todas mis publicaciones académicas”.

Luego de leer el documento que, repito, está inconcluso, movido por la curiosidad supe que ChatGPT es un programa de inteligencia artificial que crea textos científicos. Traté en vano de encontrar el resto del artículo en las cajas e, incluso, con la ayuda de un informático expurgué los archivos de la computadora del profesor. No encontré rastros de su contenido pues, al parecer, el profesor en las últimas semanas de su vida borró todas las carpetas relacionadas con su actividad profesional. 

Comparto con ustedes el contenido del documento: 

 

 

¿PARA DÓNDE VAMOS?

(ChatGPT/abstract/1232b/questions7to24)

El protagonista de este drama es un mamífero de la familia de los homínidos. Su historia comenzó en África hace unos 300.000 años. Desde que llegó a la edad adulta y empezó a clasificar el mundo se hizo llamar a sí mismo, sin sonrojarse, Homo sapiens: Hombre sabio. Como sus primos, los chimpancés, camina sobre sus dos extremidades inferiores; sus manos son capaces de agarrar y sus dedos estipulados y blandos pueden sostener y manipular objetos; omnívoro, tiene una dieta rica en carne cuya cantidad de energía, por gramo consumido, es muy superior a la de los vegetales; gracias a la práctica de la caza y la recolección formó grupos muy organizados. Desde tiempos remotos aprendió a encender, transportar y controlar el fuego, a aglutinarse alrededor de un nido, a cooperar mediante la división del trabajo y, al cabo de algunos milenios, forjó una civilización compleja basada en el lenguaje. En razón a su dieta, y a otros eventos fortuitos propios de la selección natural, su cerebro se desarrolló rápidamente. El de sus antepasados, los australopitecos, medía entre 500 y 700 centímetros cúbicos; dos millones de años más tarde el cerebro había aumentado hasta 1.000 centímetros cúbicos.

Como resultado de un largo proceso evolutivo el homo sapiens porta en sus genes una dicotomía: la selección natural al nivel del grupo se enfrenta dialécticamente con la selección natural a nivel del individuo. En otras palabras, aman armar clanes con los que cooperan y con los que se identifican ciegamente hasta el punto de que algunos de sus miembros llegan al sacrificio para proteger los genes de la tribu, pero, también, como individuos pueden ser extremadamente egoístas. Esta condición contradictoria -la condición humana- es clave para entender su éxito como especie, pero también para explicar su tragedia actual que es la tragedia de toda la biomasa del planeta.

El sapiens ocupó rápidamente todos los nichos ecológicos disponibles. Al salir del África se tropezó, en Europa, con sus hermanos los neandertales y, en Siberia y el este de Asia, con los denisovanos, linajes humanos misteriosamente borrados de la faz de la tierra, posiblemente como resultado del primer (pero no del último) genocidio cometido por la nueva y exitosa especie. “La historia de la humanidad es un baño de sangre” escribió uno sus más conspicuos representantes.

Donde sapiens plantó sus pies se produjo un desastre ecológico que no ha cesado y cuya responsabilidad no excluye prácticamente a ninguna tribu o raza o nación o cultura. En América, para citar un solo continente, son ejemplos de ello la extinción del caballo salvaje y de casi todas las especies de grandes mamíferos en el Holoceno, como resultado de las prácticas de los pueblos primitivos de cazadores recolectores que ocuparon las Américas luego de atravesar el estrecho de Bering. Varios milenios más tarde el imperio Maya del período clásico colapsó, en el siglo IV, por la tala indiscriminada del bosque. El año de 1492 marca el inicio de una nueva etapa de devastación ecológica y exterminio humano: con la llegada de los europeos prácticamente desaparecen los grandes bosques de Norteamérica. En el sur del continente la selva amazónica se salvó, cuanto menos provisionalmente, gracias a la presencia de los vectores que trasmiten la malaria, el dengue y la fiebre amarilla, pero desde 1970 se ha perdido más del 17% de su superficie. Los patógenos, la guerra y la esclavitud se encargaron de diezmar al 90% de la población nativa que pasó de 60 millones a 6 millones en el breve lapso que transcurre entre la conquista y la colonización de las Américas. En la actualidad, uno sólo de los países de ese continente es responsable de más de una cuarta parte del total de las emisiones de CO2 del mundo.

Pese a todo, sus logros son extraordinarios.  Han escuchado e interpretado los gemidos lanzados por el universo al momento de nacer, tras la explosión del Big Bang, hace 13.800 millones de años. Han descubierto y formulado matemáticamente, con gran precisión, las leyes que gobiernan las cuatro fuerzas del universo, el pegamento que mantiene unida a la materia; han develado los secretos del átomo y utilizado su energía para lo mejor y para lo peor que puede esperarse de ellos; sobreponiéndose a sus prejuicios y a los delirios narcisistas pregonados por sus sacerdotes han tenido que aceptar que, frente a la magnitud del universo, el sistema solar es una brizna, una insignificante partícula de polvo; han descifrado el código de la vida; han pronosticado la existencia de los agujeros negros y, auscultando el firmamento, han presenciado el aterrador espectáculo de cientos de ellos que están ahí, insaciables, engulléndose trozos de planetas, de estrellas y galaxias; han estirado su promedio de vida desde los treinta años a los setenta u ochenta años en los países más desarrollados; han aprendido a razonar a partir de datos fragmentarios para llegar a conclusiones remotas utilizando la lógica, el pensamiento crítico, el razonamiento estadístico, la inferencia causal y la teoría de los juegos; han escrito hermosos poemas, narrado heroicas gestas, construido imponentes catedrales y también le han cantado a sus dioses, a sus héroes y a sus amantes.

Gracias a esos logros, se han multiplicado exponencialmente devorando a su paso todos los recursos que le ofrece la naturaleza. En los últimos doscientos años se ha exacerbado el calentamiento global, asunto del que existe una abundante literatura científica. Resumiendo el problema en unas pocas palabras, las grandes emisiones de CO2 en la atmósfera debido a la quema de combustibles fósiles, la tala indiscriminada de bosques y las malas prácticas agropecuarias han puesto en peligro no solamente a su estirpe sino a toda forma de vida compleja existente en el planeta.

En este documento se analizan tres posibles escenarios frente al dilema vital que se le plantea al sapiens: 1) Que la lucha contra el calentamiento global sea un esfuerzo vano porque ya se han traspasado todos los umbrales y la tierra esté inexorablemente presenciando su sexta extinción masiva; 2) Que el sapiens sucumba ante sus miedos, se paralice, caiga presa del síndrome de la negación y no tome las decisiones adecuadas; 3) Que actúe en consonancia con lo que dictan la ciencia y la razón, y logre -seguramente tras ingentes esfuerzos, sudor y lágrimas- salvar el averiado planeta, el único y común hogar de todas las especies.

Para analizar el primer escenario se elaboró un sofisticado modelo matemático inspirado en los estudios del profesor Filippo Gentile Storino, reputado científico de la universidad de Harvard. El modelo indica que, en efecto, por lo menos siete de los nueve umbrales han sido sobrepasados pero que aún hay un estrecho margen de acción, margen que le permitiría al sapiens, si toma las medidas adecuadas, salvarse a sí mismo y a todas las formas complejas de vida que habitan el planeta.

El segundo escenario -que sucumba a sus miedos- es muy factible. Sapiens, ante la incertidumbre, es propenso al miedo. Y el miedo paraliza y confunde. En este documento se proponen algunas medidas para contrarrestar sus efectos y se plantean estrategias para combatir la ignorancia y el pensamiento mágico mediante la difusión de la ciencia, del pensamiento crítico y de la razón, pero no se eluden las dificultades de este empeño dado el poder de los grupos afectados con un cambio en el status quo, del arraigo de viejas creencias y de los sesgos cognitivos que se ocultan tras sus prejuicios atávicos y se difunden perniciosamente en las poderosas y mal utilizadas redes sociales.

Finalmente, en el tercer escenario se aborda el tema de cómo puede el sapiens salir de la red en la que se encuentra atrapado. La quinta sección del presente artículo estudia cómo el equipo genético con el que está dotado es el responsable de los éxitos de esta especie y también de su reciente declive.

La selección natural a nivel de grupo es un instinto tribal que nació en las épocas en las que el sapiens ejercía como cazador-recolector y se extiende hasta el presente. Como animal social, la supervivencia individual depende de la del grupo. Pero el grupo es un subconjunto del todo -la sociedad, la naturaleza- y eso limita su perspectiva y explica por qué son tan eficaces los llamados a la guerra contra el otro, sea ese otro el clan, la tribu, la secta, el grupo étnico o el “enemigo externo”.

Tras la pandemia del coronavirus que recientemente azotó a la humanidad, algunos sapiens supusieron que el pensamiento tribal sería superado dada la magnitud de la amenaza a la salud pública que representó el virus. Pero la esperanza duró muy poco. Las vacunas se vendieron al mejor postor, dejando por fuera del circuito comercial o atrasando su distribución a los países más pobres. Al despuntar la mañana, luego de la larga noche del coronavirus, un pandillero, exmiembro de la KGB, alebrestado por sus oligarcas y provocado por sus enemigos de occidente convirtió el sueño de la unidad de propósitos planetarios en la pesadilla de una (otra) cobarde guerra de invasión.  Eso da cuenta de la enorme dificultad de unir a toda la humanidad en torno a un propósito común, sea este la lucha contra la enfermedad o lo que ahora se convierte en el principal desafío: la inaplazable lucha contra el cambio climático.

Y también está el ego, la cara complementaria del instinto tribal. Todos los sistemas sociales y los aparatos ideológico que lo sustentan, no importa cómo se autodenominen, están basados en el enaltecimiento del yo individual. Producen para el enriquecimiento y la acumulación individual; como reflejo de ello todos sus libros sagrados, narrados por los profetas de todas las religiones, pregonan no una salvación plural sino el ingreso individual al paraíso. El camino que recorrió el poeta para visitar a su amada Beatriz tiene en su entrada un letrero que invita a cada cual a salvarse como pueda.  

El reto, entonces, estriba en cómo superar el instinto tribal trocándolo por un propósito universal y a la par con ello cómo domeñar su impetuoso ego, lo cual pasa por transformar el sistema de producción, distribución y consumo de los bienes terrenales y culturales, privilegiar la ciencia y el espíritu colaborativo, superar las limitaciones del estado-nación, cerrar la brecha entre individuos que todo lo tienen y sociedades que no tienen casi nada, propender por una globalización justa y crear una base económica y cultural en la cual se privilegie la cooperación sobre la competencia. Un escenario como el que acá se describe podría salvar la biósfera del planeta y convertir al sapiens en un nuevo tipo de ser humano. Tal vez menos sabio y arrogante pero más humano.

La empresa es extremadamente ambiciosa y el tiempo apremia…

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