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Educación  |  18 junio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Consideraciones acerca de la educación

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Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción.

Simón Bolívar

Josué Carrillo

Cuando yo cursaba quinto de bachillerato salió un decreto presidencial, según el cual se establecía que los estudiantes de quinto y sexto debían dictar no recuerdo cuántas horas de alfabetización antes de graduarse. Fue uno de esos decretos inspirados en los logros de la Revolución Cubana en educación; entonces, por el afán de mostrar cualquier resultado en ese campo, se promulgó esa ley sin antes haber hecho preparación alguna; todo en el programa de alfabetización era improvisado, los profesores, las aulas y hasta los alumnos, porque quienes debíamos alfabetizar teníamos que buscar a alguien que no supiera leer ni escribir y convencerlo de la importancia de aprender, tarea esta que solía ser más difícil que la enseñanza misma. Cuando inicié el año sexto me vi en la necesidad, por motivos económicos, de coger una tiza, pararme al pie de un tablero y dictarle clases de álgebra y geometría a un grupo de diez alumnos, en un colegio a la sazón medio pirata. Unos años después volví al tablero; esta vez los motivos no fueron pecuniarios, fueron más idealistas, pues la universidad, en donde dicté varios cursos de matemáticas, nació de un paro estudiantil en la Universidad de Medellín y convocaron profesores voluntarios, amantes de la causa, que no recibían remuneración alguna. Fui de los primeros profesores de la Universidad Autónoma Latinoamericana.

Finalmente, llegué a la Facultad de Minas de la Universidad Nacional y me dediqué de tiempo completo a la docencia, con trabajos prácticos ocasionales. De las experiencias de mi trabajo docente, que comprende las muy valiosas horas de alfabetización, tanto como la cátedra, el trato con los estudiantes más allá de las aulas, los trabajos de investigación, las tesis de grado y todo lo que comprende ese rico mundo universitario, he podido hacerme unas ideas acerca del campo inmenso que es la educación, especialmente en los niveles básicos, mucho más que en los superiores, en los cuales los estudiantes son personas mucho más formadas.  

La finalidad esencial de la educación, además de la instrucción, es modelar el carácter y el criterio del educando, proporcionarle elementos que le faculten pensar, para que más tarde pueda hacer juicios independientes y tomar sus propias decisiones de acuerdo con su criterio. Es fundamental que a lo largo del proceso educativo primen los derechos del educando.

El respeto a los derechos del alumno se convierte en un punto álgido de las políticas educativas. Dado que el poder de la educación es inmenso, esta suele ser el arma más importante con que cuenta un régimen cuando se ve amenazado por la necesidad de un cambio; por esta razón, cada vez que siente la inminencia de ese cambio, busca mantener a cualquier precio el control del sistema educativo, para poder grabar en las mentes, todavía moldeables de niños y jóvenes, el respeto y la admiración por sus instituciones. Por otra parte, quienes pretenden cambiar el régimen también buscan apoderarse del control de la educación, con los mismos objetivos, y en medio de esta lucha quedan, como un botín, los educandos, niños y jóvenes, quienes, por ser los más vulnerables, resultan ser las víctimas de esta lucha y los desposeídos de sus derechos. Al respecto dice Bertrand Russell que, “de respetarles sus derechos a los niños, la educación no sería un arma política”.

Una parte importante muy ligada a la educación es la autoridad, y quien en algún momento asuma el papel de educador tendrá que ejercerla, pero es aquí donde se hace indispensable el respeto por el alumno, porque cuando no hay ese respeto y se pasa por encima de sus derechos, se propicia la formación rígida e inflexible, de corte autoritario.

La autoridad es ese crédito que se le reconoce al maestro por su mayoría en edad, dignidad y gobierno (como dice el catecismo del padre Astete, que recitábamos de niños, como loros, en clase de religión). Dada la condición de inferioridad del alumno, pues no tiene la capacidad de definir sus propios intereses, frente a la superioridad del maestro, este cree que su deber es moldearlo, incluso se siente autorizado para hacerlo. Por eso, quien anteponga el respeto por el educando, no considera que su deber sea modelarlo, sino ayudarlo en su aparente desvalimiento y ofrecerle los medios, como son los conocimientos y los hábitos mentales que le permitan crecer y fortalecerse para empezar a formar su propio mundo. Pero cuando es una institución política, una iglesia o un grupo el que rige la educación, siempre persigue un fin político, bien sea formar adeptos a una causa ideológica, ganar fieles para un credo o, competir con otro grupo. Y ese fin es la base sobre la cual ellos quienes definen cuáles son los temas que pueden enseñarse, cuáles los conocimientos que se pueden y se deben impartir y cuáles no, incluso fijan cuáles son las destrezas mentales, cuyo desarrollo deba estimularse en los alumnos. Por mencionar solo dos ejemplos sobre lo que enseñar: el libro Anatomía, fisiología e higiene, que seguía el profesor del curso homónimo, no incluía nada sobre el aparato reproductor masculino ni femenino, y el libro Castellano y preceptiva, editado por una comunidad religiosa abundaba en ejemplos de corte religioso y patriótico.

A nivel elemental hay unas asignaturas cuya enseñanza es básica y deben estar incluidas en cualquier pénsum; no se discute que todos los niños deben aprender a leer, escribir y tener nociones de matemáticas y lenguaje; mientras que hay otras materias que son especialmente adecuadas para imprimirle orientación política a la educación, como son la historia, tanto la patria y la universal como la sagrada; la cívica, y la religión. No hay estado ni iglesia dispuestos a negociar sus contenidos, porque es en ellas donde nacen el patrioterismo, la fe religiosa y el fanatismo. Existen otras normas elementales que rigen la vida diaria, que forman la denominada cultura ciudadana, cuya enseñanza debiera ser prioritaria en cualquier gobierno, pero esas no se enseñan, se mal aprenden en el transcurso de la vida.

Hay dos actitudes mentales especialmente aleccionadas por quienes se dedican a la enseñanza, que son la obediencia y la disciplina. Ellas constituyen un motivo de conflicto entre el profesor que ordena, imbuido de su autoridad, y el alumno que no ha aprendido a obedecer. A ellas me referiré en la próxima reseña porque, como a mí no me enseñaron a obedecer, siempre fui un estudiante indisciplinado que de niño conoció un colegio por año.

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