En los 30 años del magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado
¿Por qué mataron a Álvaro Gómez Hurtado? Fue la pregunta que formuló su hermano Enrique en el libro que publicó al conmemorarse los quince años del magnicidio, ocurrido el 2 de noviembre de 1995, cuando unos sicarios lo acribillaron mientras salía de dictar su clase en la Universidad Sergio Arboleda.
Es la misma pregunta que se hace el país frente a este crimen político que permanece impune en la historia nacional, comparable a los de Gaitán y Galán: los tres iban camino de la presidencia de la República y fueron eliminados por oscuros criminales en el momento cenital de sus carreras. Estos y otros sucesos similares se han perpetrado para crear caos y desestabilizar la democracia, y con ellos se ha buscado acallar la voz de los líderes de mayor arraigo popular.
En el caso de Álvaro Gómez Hurtado, se trataba del dirigente más notable y más aguerrido de la oposición contra el gobierno de Ernesto Samper, cuya imagen se había deteriorado, de manera drástica, por lo que era de dominio público –y sigue siéndolo–: el ingreso a su campaña presidencial de dineros del narcotráfico.
El proceso 8.000, a pesar de la absolución política que obtuvo el mandatario, se volvió una figura histórica que siempre perseguirá a Samper y no lo liberará de culpa. El veredicto del pueblo es superior al de los tribunales o de los cuerpos legislativos.
Aquella célebre frase de Samper: “De comprobarse cualquier infiltración de dineros (provenientes del narcotráfico) se habría producido a mis espaldas”, no convenció a nadie. El cardenal Pedro Rubiano ofreció un símil perfecto para esa situación salida de lógica: es como si un elefante se mete a la casa y uno no se entera.
Gómez Hurtado, que en los inicios del gobierno de Samper expresó su voz de apoyo a los programas en ejecución, cambió de actitud cuando aparecieron los graves lunares, de tipo ético y moral, que echaban a perder todo lo bueno que pudiera existir. Y pasó a una oposición seria, responsable y vigorosa, que se dejaba sentir, como un eco del clamor popular, desde las columnas editoriales de su periódico y desde el Noticiero 24 Horas que él dirigía.
Manifestaba el líder conservador que la continuación de ese gobierno afectado por la corrupción representaba una deshonra para la dignidad de la República, y por lo tanto la solución estaba en la renuncia al cargo. En eso alcanzó a pensar el presidente, pero luego cambió de parecer. Y se sintió una fuerza de intimidación contra el líder nacional de la oposición, a quien llegó a calificarse de conspirador en asocio de militares y otros sectores de la ciudadanía. Esta acción no ha podido ser demostrada.
El 30 de octubre de 1995, Gómez Hurtado dijo en su Noticiero 24 Horas: “El presidente no se va a caer, pero tampoco se puede quedar”. Al día siguiente, el editorial de El Nuevo Siglo reprodujo la misma declaración. Dos días después, el caudillo fue asesinado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda.
Luego, su hermano Enrique recogió en su libro todo un itinerario tortuoso que dormía en 150.000 folios del expediente, sin que se viera el propósito de descubrir la realidad de los hechos. Este espinoso camino de la impunidad está sembrado, como otros procesos similares de la violencia colombiana, por desviaciones de la investigación, falsos testigos, mentiras, contradicciones, encubrimientos, falsas acusaciones…
¿Por qué lo mataron? El autor de la obra, que ya se fue del mundo, aspiró a que su pregunta no continuara en el vacío y se conociera al fin la verdad. Y el caso sigue impune 30 años después.