Por Álvaro Mejía Mejía
El 2 de noviembre de 2024 se cumplieron quince años de la muerte del poeta Juan Restrepo Fernández (Montenegro, 1930 — Armenia, 2014), una de las figuras más hondas y singulares de la poesía colombiana del siglo XX.
El académico Héctor Ocampo Marín lo llamó “la más alta voz lírica del Eje Cafetero”, pero esa definición resulta estrecha: Restrepo pertenece a la geografía universal de la palabra.
Los primeros destellos
Formado en Manizales, integró el grupo literario Cosmos junto a Javier Arias Ramírez, Mario Vásquez Posada y Francisco Arango Quintero. Desde sus primeras publicaciones en La Patria, su voz reveló una originalidad inconfundible.
Pronto partiría hacia Buenos Aires, donde ejerció como psiquiatra y, sobre todo, como poeta del alma luminosa y trágica. Su primer libro, La idea que verdece (1960), despertó elogios de Rafael Alberti y Dámaso Alonso, quien escribió:
“Matinal es la voz de este poeta. El nuevo día se levanta ante él.”
Su segunda obra, La montaña incendiada (1969), mereció palabras memorables de Miguel Ángel Asturias:
“Su poesía me parece magnífica. Refúgiese en ella lo más posible.”
Y así lo hizo. Restrepo se refugió en su palabra y en el silencio creador que alimenta toda verdadera voz poética.
Un universo en movimiento
A partir de El alba de los enterrados (1981), su poesía se torna una sinfonía de símbolos y sonidos. En ella todo vibra:
“Canta el ojo del tiempo, / se oye la violenta / hoja que se ha desprendido / por su pupila.”
En sus versos las cosas piensan, los silencios respiran, la materia ejecuta acciones. El poeta no representa el mundo: lo engendra desde un plano más alto, donde el verbo es carne de revelación.
Como el demiurgo platónico, Restrepo no imita: crea. Su poesía, de ritmo incesante y musicalidad interior, es cuerpo y movimiento, sueño y lucidez.
Un clásico secreto
A pesar de la admiración de críticos y colegas, su nombre permanece en discreta penumbra. No buscó el reconocimiento: lo guiaba una ética interior, una fidelidad a la palabra que no se negocia.
Publicó once libros —entre ellos El cetro de los anillos, Los zafiros del reino y El leño de los sonidos— y dejó otros once inéditos que aún esperan ver la luz, testimonio de una obra que constituye un patrimonio cultural indiscutible del Quindío y de Colombia.
La eternidad en la palabra
Restrepo creó un universo propio, tan coherente como el de Dante o el Macondo de García Márquez.
Su poesía no es para el vulgo, sino para quienes escuchan la música secreta del lenguaje. En ella el tiempo se suspende, la idea verdece, la montaña arde.
A quince años de su partida, su voz sigue latiendo con fuerza: una llama que no declina, una aurora perpetua que aún incendia el horizonte de nuestra poesía.
