Francisco A. Cifuentes S.
En esta oportunidad he deseado contarles una historia de pura ficción; pero definitivamente no me ha sido posible, pues la realidad es mucho más fuerte que los intentos de la fantasía por mostrarse o representarse, dizque tal cual es. Y se trata nada más y nada menos que de “la experiencia personal de un cierto resplandor”. La polisemia del término “resplandor” puede dar a entender una luz muy clara y brillante emitida por un cuerpo luminoso como el sol, o el brillo y lustre que reflejan algunas cosas; pero también nos puede llevar a apreciar algo tan intangible como la gloria, la nobleza o el lucimiento en sentido figurado o incluso ya mítico; por ejemplo, cuando se habla de las glorias de la historia, la nobleza del pensamiento o el esplendor de los artistas.
Cuando ingresé por urgencias a un hospital vi una luz tan intensa como la que emanan cien relámpagos en un solo instante o mil bombillas en un solo chorro de fotones. Pero podría tratarse del recuerdo de la visión de una simple vela al anochecer de una jornada extenuante o del resplandor del sol sobre una navaja cuando al medio día canicular el jornalero descansa pelando una naranja para calmar la sed de la labranza.
En cuanto a la llamada gloria, lucimiento, prestigio o fama de algún artista, deportista o escritor soy realmente muy ajeno y repulsivo a esta recepción en mis ánimos; excepto cuando se vivieron las fiestas tropicales por el galardón del Nobel de Literatura otorgado a nuestro Gabo. Ahí sí, como ciudadano colombiano y como amante de las letras me sentí parte de «el resplandor de su fama”, claro, la del autor de la “Memoria de mis putas tristes”; pues si ellas seguían de pronto tristes en un burdel frío de Bogotá, muchos estábamos de jolgorio en los cafés libros o en las bibliotecas. Después no he podio realmente llegar a apreciar el resplandor de un triunfo mundial de la Selección Colombiana de Fútbol y, he sido muy discreto en degustar el resplandor de nuestra querida Shakira.
Pero ante tanto racionalismo y materialismo que esconde nuestros verdaderos sentimientos y parte de nuestras debilidades, también he sentido el esplendor como una expresión de satisfacción interna por lo logrado en la vida o en un instante de esta y, ahí debo decir que existe una dimensión con sentido espiritual para representar una luz que guía, da sentido a la vida o ilumina ante la adversidad. En este punto es pertinente relacionar “mi experiencia personal de un cierto resplandor” con “El resplandor” (The Shining) que es una película (1980) de terror psicológico, producida y dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Jack Nicholson, basada en la novela homónima del escritor Stephen King (1977), en la que se relata la historia de Jack Torrance, un escritor que experimenta el sufrimiento por la aparición de inquietantes trastornos de personalidad, debido a la incomunicación, al insomnio, a sus propios fantasmas interiores y, a la influencia maléfica del lugar.

El profesor siente lo que se denomina una poderosa percepción extrasensorial y la “fiebre de la cabaña” (sentimiento aislacionista que generan ciertos lugares), para designar sus emociones trastocadas, igual que sus conductas; lo que lo lleva a aislarse de su familia, bloquearse como escritor, sentir frustración y volverse más errático y violento. Ahí es cuando él se sienta a la barra de un bar y da “su alma por una cerveza”. O en términos de D´Greiff, ahí es cuando “cambio mi vida por una pipa / por una saeta / por una baraja incompleta / por una mulata…”
En consecuencia, todas estas coincidencias del resplandor no son un relato fantástico de mi parte, ni una copia de la película, son, sí, mi propia película. Después de la experiencia de aquella luminosidad dentro de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), fui conducido a un Hospital Mental, y ¡vaya sorpresa! cuando me dio por empezar a leer de nuevo, ensayando otra vez mi vista y mi cerebro, escogí al azar un libro del escritor italiano Giovanni Papini titulado GOG; pues el inicio es una introducción en la que el autor afirma ser un simple transcriptor de las memorias de un hombre llamado Gog, a quien conoció en un manicomio.
El narrador transcribe las escrituras que Gog le entrega, y el libro presenta estas memorias, que incluyen una reflexión sobre la sociedad moderna, la ciencia, el arte y la religión, desde la perspectiva del peculiar y grotesco protagonista, enfermo y monstruoso que vive en una villa dentro de un manicomio. Gog sirve como un vehículo para la crítica social de Papini, ofreciendo una visión no ortodoxa de la civilización occidental del siglo XX, aunque el pensamiento de Gog no representa necesariamente el del autor. Y en mi caso personal aprovecho igualmente para transcribir lo que vi y escuché en el manicomio de nuestra provincia cafetera:
Un profesor sentado en un rincón lloraba y lloraba, exclamaba que sentía pánico y más pánico; con sus ojos desorbitados decía que estaba cada vez más loco y, en efecto, sólo pedía que lo trataran como tal. Grito como un niño mucho antes de ser introducida la aguja de la inyección que lo dormiría por un día y una noche induciéndolo al descanso.
Pero antes de cerrar sus párpados una enfermera con una belleza rara lo observaba y lo castigaba con sus palabras, entre cínicas y juguetonas: “Usted no tiene alma porque realmente el alma no existe. Usted es simplemente un niño que llora porque no está su mamá en este hospital”. Y entre miradas, sonrisas y sablazos verbales, él se durmió hasta que despertó entre sus verdaderos congéneres; es decir, los locos de verdad.
Un joven sucio, sin afeitar y mueco, nunca hablaba, pero tampoco agredía a nadie. Y al inquirir por su condición, el Jefe de la Enfermería, fue muy categórico en su diagnóstico: “Él ya está muy bien”. ¿Entonces que se dirá de aquellos que hablan y hablan sin parar? Simplemente se diría que sufren verborrea, taquilalia o logorrea; lo que para mí en términos filosóficos presenta más confusión … pues el paciente abusa del logos, la palabra en este caso enferma o es el iceberg de otra condición más tóxica; de algo mudo que está en el fondo sin resolver. ¿Dónde estarán las inyecciones para el ciudadano o los que detentan el poder? Ahí es cuando me viene a la memoria la droga llamada “soma” que se les suministra a los habitantes de “Un Mundo Feliz” de Aldoous Huxley.

Un caso paradigmático es el siguiente: Un paciente que a su vez es matricida; pues asesinó a su madre y la colocó por debajo de la cama donde él dormía, hasta que el olor a descomposición lo delató ante sus vecinos. Sí, esto apareció en L Crónica del Quindío, está muy bien documentado; pero aquí solo queda la estela de un recuerdo oral bastante oscuro y misterioso; lo que alimenta permanentemente la condición amarillista y voyerista de los que ya están dizque aliviados.
Otro suceso que se menciona en forma constante es “La masacre de Circasia” en la cual llegan unos extraños con ametralladoras y disparan contra seis personas menos a dos niños; pues los asesinos “no querían causarles ningún daño a los infantes”. Se habla de estos hechos como una vendetta entre mafias en el Eje Cafetero; pues ninguna persona u olla que no esté autorizada por los carteles del Norte del Valle o por la famosa Cordillera, pueden vender alucinógenos por su cuenta, eso sí, y riesgo. Lo que llama más la atención es la conducta de los traquetos frente a los niños; sin que nadie hable de la orfandad, el daño moral y psicológico que por estos motivos abunda en estos territorios de paz y buen turismo.
Aquí la muchachada drogada cuenta normalmente acerca del sicariato joven en Montenegro y La Tebaida; frente a lo cual me acuerdo de dos anécdotas: En alguna oportunidad hace 30 años entrevisté un paramilitar en un bar en Armenia y me dijo con desparpajo “Los mejores gatilleros que yo he tenido son de Tebaida». Posteriormente en el 2006 el sacerdote de Montenegro me mostró la lista de las personas muertas y enterradas por el rito católico y, en su mayoría eran jóvenes asesinados por microtráfico según el cura del pueblo que llevaba un registro minucioso.
En fin, cada enfermo cuando se va recuperando solo tiene un tema de conversación: sus experiencias en la calle y en los sitios de venta y consumo de estupefacientes. La mayoría han sido delincuentes menores, casi todos han probado diversas sustancias ilegales; pero lo que más llama la atención es que “los problemas de amor entre ellos y sus parejas, simplemente se resuelven a cuchillo”; pero eso sí, se siguen amando, celando y acompañando hasta “la próxima faltoniada”, que puede ser esa misma noche cuando la bicha se acabe y ella lo dé por un pipazo o un pinchazo.

Aquí no existen las categorías de machismo, feminismo, banderas de la causa LGTBIQ+, ni animalismo; cada uno va con su mascota donde desee, somete o es solidario con su pareja; porque la biopolítica y la necropolítica no son temas de discusión de esta vida tan real; solo se vive, se siente y se muere como sea y donde sea. El resto son cuestiones académicas de investigadores en sus aulas. O como diría Jürgen Habermas eso pertenece “al mundo de la vida” y nosotros apuntamos que pertenecen “al mundo de la noche”.
“El mundo yira y yira” como dice el tango de Discépolo; por lo cual al regresar al dulce hogar y encender la televisión Petro sigue atentando contra el Imperialismo Yanki desde una esquina en Nueva York, a Trump y Putin se les enreda cada vez más la llamada propuesta de paz para Ucrania, Erdogán se les mete por la mitad a los matones y negociadores en el genocidio de Gaza porque el petróleo y el dinero no tienen color político ni ideología; mientras Xi Jinping sigue observando un horizonte muy largo, sonriendo en forma socarrona y vendiendo todo tipo de productos por todo el mundo. Claro, pues esta es la Tercera Guerra Mundial, pero es bastante diferente a la Primera y a la Segunda; solo que a la humanidad entera diez dirigentes mundiales nos acobardan de miedo con el sólo hecho de realizar pruebas militares o informar que están armados ya no hasta los dientes, sino más allá de las nubes: pero la locura no está allá de ninguna manera, está aquí en Filandia, ojo, no en Finlandia. Entre tanto, apago la televisión y Maduro no ha podido dormir pues muchos indocumentados tratan de navegar por el Atlántico hacia los EE. UU.
La visión de mi resplandor, las sensaciones del profesor de la película de Stanley Kubrick y lo que GOG le contó a Papini en el manicomio son minucias personales y literarias frente a este torrente de realidad que tiene a la humanidad entera en vela; sin embargo, es necesario recordar que el mundo monárquico y medieval no se ha acabado; es más, un filósofo no se cansa de inconformar a la sociedad en todas las universidades y editoriales, hasta que por fin llega La Princesa de Asturias y dice con énfasis “El galardonado este año es Byung-Chul Han”. Ahora sí, con cola, flores y música puede continuar amablemente disertando del cansancio de eros y la sociedad entera, denunciando la Inteligencia Artificial, reconociendo la Inteligencia de las Flores a las que ya le había cantado Maurice Maeterlinck, advirtiéndonos del poder hipnótico del celular y el computador y otras yerbas postmodernas y de la post verdad. Estimados lectores, apaguen sus bombillas para que en la negrura de la noche se pueda observar cualquier detonación que ordene uno de los locos que gobiernan el mundo.