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El grave impacto de la pandemia en la salud mental

28 octubre 2025 11:00 pm
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La pandemia del COVID-19 no solo dejó cicatrices en los sistemas de salud, las economías y las relaciones humanas; también abrió una profunda herida invisible: la del bienestar mental. A medida que el mundo se encerraba para proteger el cuerpo, la mente quedaba expuesta a una tormenta de incertidumbre, miedo, aislamiento y pérdida. Hoy, varios años después, los efectos psicológicos de aquella crisis se siguen sintiendo, y todo indica que serán duraderos si no se enfrentan con decisión desde la política pública.

Diversos estudios internacionales y nacionales han mostrado un incremento sostenido en los casos de ansiedad, depresión, insomnio, estrés postraumático y consumo problemático de sustancias. Entre los más afectados están los jóvenes, las mujeres, los trabajadores de la salud y las personas que perdieron seres queridos o empleos durante la pandemia. La soledad, la sobreexposición digital, el miedo al contagio y la ruptura de rutinas básicas —como ir a estudiar o compartir con otros— alteraron profundamente los patrones emocionales y sociales.

La Organización Mundial de la Salud estima que los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron más de un 25% a nivel global durante el primer año de la pandemia. En América Latina, ese incremento se tradujo en una sobrecarga para sistemas de salud mental históricamente débiles, con escasez de profesionales, infraestructura insuficiente y estigmatización social persistente hacia quienes buscan ayuda psicológica.

Las consecuencias no siempre son visibles. Muchas personas experimentan lo que los especialistas llaman “fatiga pandémica”: una sensación prolongada de agotamiento emocional, apatía y desmotivación frente al futuro. En los niños y adolescentes se observan trastornos de conducta, dificultades para concentrarse, retraimiento social y episodios de ansiedad anticipatoria. En los adultos mayores, la soledad y la pérdida de sentido de propósito han derivado en cuadros depresivos de gran complejidad.

El estrés crónico también ha aumentado los casos de enfermedades psicosomáticas: dolores musculares, problemas digestivos, hipertensión y alteraciones del sueño. El cuerpo, en definitiva, está hablando el lenguaje de la mente herida.

La pospandemia ha traído nuevos desafíos. Las economías inestables, los conflictos sociales, el trabajo remoto y la hiperconectividad mantienen a millones de personas bajo presión constante. Los jóvenes, particularmente, enfrentan una paradoja: más acceso a la información, pero menos vínculos humanos reales. Si no se actúa con visión, el impacto en la productividad, la cohesión social y la estabilidad de las familias puede ser profundo.

Los expertos advierten que la salud mental será uno de los principales retos sanitarios de la próxima década. No basta con ampliar la cobertura médica: se requiere un cambio cultural que coloque la salud emocional en el centro de las prioridades públicas, educativas y laborales.

Algunos gobiernos han comenzado a reaccionar. En Colombia, el Plan Decenal de Salud Pública incluye por primera vez un componente fuerte de salud mental comunitaria, y el Ministerio de Salud ha impulsado líneas de atención, programas escolares y campañas contra el estigma. Sin embargo, el esfuerzo sigue siendo insuficiente: la inversión es baja, la oferta de psicólogos y psiquiatras es desigual en las regiones, y la atención primaria rara vez incorpora un enfoque integral.

Una política pública moderna en este campo debería basarse en cuatro ejes: prevención, con programas educativos desde la infancia; detección temprana, para evitar que los trastornos se agraven; atención integral y accesible, aprovechando la telemedicina y la atención comunitaria; y rehabilitación psicosocial, que permita reintegrar plenamente a quienes han sufrido crisis mentales.

La pandemia nos enseñó que la salud mental es un pilar del bienestar colectivo. Ignorarla sería repetir el error de mirar solo las cifras de contagios y no las heridas silenciosas que quedaron. Invertir en salud mental no es un lujo ni un asunto marginal: es una necesidad impostergable para construir sociedades más sanas, empáticas y resilientes.

El verdadero pos-COVID no se medirá en vacunas aplicadas, sino en la capacidad de sanar lo que el miedo y la soledad quebraron.

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