EL AGUA DE ABAJO
Juan Leonel Giraldo
Crónicas
Literatura Random House
Agosto 2019
Bogotá
348 páginas
Juan Leonel Giraldo, periodista y escritor quindiano nacido en Calarcá y residente en Bogotá, reúne en El agua de abajo, espléndido título que reconstruye con su metáfora los títulos de cuentos, atmósferas, lugares pueblerinos y personajes como extraídos del ámbito rulfiano, veinticinco crónicas publicadas la más antigua en 1975, Los puños del hambre; y la más actual, en 2001, Un veterano de la Guerra de los Mil días. Finales del siglo XX y principios del XXI. Juventud y madurez de Juan Leonel. Reunidas sin orden cronológico por el autor para su edición de 2019 adquieren la forma de retratos periodísticos-literarios que pueden leerse como cuentos o relatos de una Colombia encubierta bajo la superficie de las grandes narrativas nacionales. Suma de 25 voces menores, que no por lo anónimas y populares muchas de ellas, pueden considerarse menos atrayentes que otras voces nacionales cuyos ecos a veces opacan estos dramas que en la prosa de Giraldo adquieren talla literaria.
Yo no conocía este libro hasta cuando, hace pocos días, el poeta y caficultor calarqueño Elías Mejía me habló, fascinado, de tal obra. Durante nuestros diálogos literarios, muchas veces una frase de Elías se transmuta en el marco o el lienzo donde se insertan y adquieren bellas proporciones estéticas, los libros y los autores de nuestra región; de Colombia y otros lugares del mundo. Para la literatura y la cuentística quindianas, igual que para la historia de la crónica y los cronistas de nuestro departamento, este libro que debe estar al lado de los libros de ese excepcional cronista quindiano que ha sido y sigue siendo José Jaramillo Mejía, patriarca de la crónica quindiana y caldense con su copiosa producción literaria, engloba componentes narrativos que lo elevan, dentro de su género, por la humanística y social precisión de una mirada que conoce el terreno con cuyo material humano trabaja: no se trata de curiosidades exóticas ni periodísticas sobre lo “otro” y “los otros”, sino de una empatía social transformada en escritura poética. A lo largo de todas las crónicas, cada una como pieza o capítulo de la descripción general de una Colombia heterogénea y rica desde abajo, desde las aguas de abajo y las tierras de abajo. Narrador cronista, cuando escribe: “Un aire desmadejado flota sobre los lomos resecos de las barracas. Todo en el lugar está inacabado y ningún esfuerzo parecería intentar sobrevivir más allá de un breve tiempo”. Cronista cuentista, cuando relata: “Sobre rudimentarias angarillas transportaban cadáveres desmadejados y sin amortajar. Todos los muertos tenían el mismo rostro blanco y acartonado, los labios vulgares reteñidos de colorete y un tronco abotagado relleno de aserrín y de paja”. Juan Leoneltiene el oficio del reportero, la atención al detalle, el oído para la conversación, la capacidad de reconstruir contextos, pero lo sostiene con una sensibilidad estética que convierte cada personaje en figura emblemática de su condición social. Así, jornaleros, músicos, mediadores políticos, indígenas, saltimbanquis, campesinos y mujeres de la región Pacífica, entre otros personajes y otros ámbitos que impregnan el libro de bailes y brincos, de aromas y colores, emergen por sus crónicas sin grandilocuencias los cuerpos y vidas, las historias de colombianos que con su humilde dignidad valorada por el modo como el autor los nombra, adquieren considerables proporciones literarias al ubicarlos en sus territorios, en paisaje específicos dándoles con su prosa y su estilo un habla que revela contradicciones, humillaciones y heroísmos cotidianos.
Estas crónicas mantienen el pacto con la realidad, con fechas, lugares y una genealogía periodística gracias a que Giraldo las teje con la ficción, sin traicionar la verdad. El efecto es doble. Por un lado, numerosas piezas del libro pueden leerse como cuentos. Por ejemplo, las 20 páginas de Yo soy el poeta Gutiérrez, en primera persona. Así las he leído y así las he disfrutado. Por tal motivo, dotadas de cierre, tensión y con frecuencia un remate funcionando como epifanía, atestiguo la cercanía de estas crónicas con el cuento y el relato. Por otro lado, como objetivo y a veces doloroso documento social. La acumulación de historias, en su mayoría de los años 70 y 80, que por alguna personal razón su autor no organizó cronológicamente dentro del volumen, compone una cartografía emocional y política de poblaciones marginadas. Esa ambivalencia, periodismo que se lee como literatura y literatura que no abandona la verdad testimonial es, en mi lectura, el valor enorme del libro.
La prosa de Giraldo es poética. Ritmo contenido, imágenes sobrias y metáforas que no buscan florituras sino verificación sensorial: “Casilda Cundumí Dembelé. La vida de Casilda más parece la leyenda de un sueño necesario que la de un personaje real. Según este sueño, ella fue arrancada de entre las tormentas de arena de Mali”. Esta sobriedad evita el melodrama fácil y produce un efecto duradero: cuanto podría haberse leído como denuncia explícita, se vuelve denuncia por insinuación y acumulación de pormenores señalando sistemas de desposesión. Es por eso que en sus mejores crónicas lo social y lo poético se potencian mutuamente. La forma estilística no disimula la injusticia. La pone en evidencia con mayor hondura. Reseñas y críticas han señalado tal tensión como cualidad central de la obra.
En cuanto al alcance temático y ético, El agua de abajo se emparenta con una tradición de crónica que privilegia la voz popular y el paisaje humano, no solo como escenario sino como actor. Considero pertinente comparar a Giraldo con cronistas que, desde distintos lugares del mundo, han hecho del registro de la cotidianeidad periférica un método estético y político. Eduardo Galeano comparte con Juan Leonel la intención de hablar por quienes han sido borrados de las grandes historias. Su prosa breve, fragmentaria y cargada de indignación poética, ofrece un antecedente moral y estilístico útil para entender la trayectoria del cronista calarqueño. Tampoco siento que su prosa y sus temas estén lejos de Martín Caparrós cuyas crónicas combinan rigor documental y lucidez moral sobre desigualdades. Ni distantes de Carlos Monsiváis, cronista de lo popular y las contradicciones urbanas. Todos ellos convierten lo aparentemente menor en testimonio de lo esencial. A escala internacional, la obra de Ryszard Kapuściński o la genealogía de la crónica testigo, recuerdan la intención de Giraldo: escribir desde cerca de los cuerpos y las voces para mostrar la arquitectura del poder. Se puede situar el ejercicio estético y periodístico de Giraldo, en un mapa de cronistas que privilegian lo humano como núcleo de la escritura.
Libro no exento de desafíos, en lo político el conjunto actúa como catastro de desatención estatal. Sus personajes son víctimas de estructuras que trascienden su voluntad. Conflicto armado. Inequidad económica. Racismo estructural. La virtud del autor es su capacidad para mostrar esto ofreciendo episodios concretos, nombres y sonidos. Personajes identificables como cuando en lo concerniente al Quindío y el antiguo Calarcá, menciona al emblemático Catarino Cardona, gran líder de los colonos quindianos cuya vida fue un ejemplo de lucha firme y legal contra Burila, empresa de ingrata memoria que junto con los poderes políticos y económicos de su época generó violentos desalojos, despojos y persecuciones contra los colonos. Burila intentó posesionarse de vastos y valiosos, productivos terrenos que los colonos poseían. El conflicto concluyó a favor de los colonos con la Ley 36 de 1907, que reconoció el derecho de Calarcá sobre los baldíos.
En un país donde las voces del interior pocas veces alcanzan la literatura central, El agua de abajo pone en primer plano cuanto la narrativa dominante soslaya. Libro que reconcilia periodismo y literatura puesto que su prosa poética sirve de tribunal para la vida cotidiana de quienes viven “debajo” de las narrativas oficiales. Juan Leonel Giraldo con estas crónicas devuelve la dignidad literaria a la voz humilde, sin sacrificar la fidelidad al hecho. Si se le busca un referente, es mejor pensarlo en compañía de cronistas que entendieron la crónica como una forma de justicia social: Galeano, Caparrós, Monsiváis, Kapuściński. Esta obra del calarqueño, se impone como lectura necesaria para quienes deseen conocer por la vía estética y moral, el pulso profundo de una Colombia que late en lo bajo.