En la danza incesante de la percepción, el sabio no busca moldear el mundo exterior a su capricho, ni lucha por alterar la forma de aquello que se presenta ante sus ojos. Pues el mundo, en su esencia, es un espejo que refleja la luz interna de quien lo observa.
No necesitas cambiar lo que ves, sino cómo lo ves.
Observa la flor: si la miras con el juicio del marchitamiento, verás su decadencia. Si la miras con la prisa de la posesión, sólo percibirás su efímera belleza. Sin embargo, si la miras con la quietud del asombro y la gratitud, su perfección se revelará en cada pétalo, en cada momento de su existencia.
Observa al semejante: si lo miras con la vara de tus expectativas, hallarás defecto. Si lo miras con el velo del pasado, únicamente verás sus errores, pero si lo miras con la paciencia de la compasión y la pureza del entendimiento, su verdadera esencia, libre de toda máscara, resplandecerá ante ti.
Pues la mirada del amor es el alquimista supremo. No añade ni quita, sino que revela lo que siempre ha estado allí, oculto bajo el manto de la ilusión. Cuando el corazón se abre y la visión se purifica con la esencia del amor incondicional, el mundo se transforma sin que una sola partícula se mueva de su lugar.
Cuando miras con amor, todo cambia.
Las asperezas se suavizan, las sombras se disipan en la luz, y la imperfección se revela como una faceta más de la perfección divina. En esta visión amorosa, no hay separación, sólo la unidad de todo lo que es.
Así, cultiva la mirada interna.
Permite que la compasión sea tu lente y la aceptación tu marco. Cuando el amor fluye desde tu interior hacia todo lo que percibes, la realidad misma se inclina ante la verdad de tu corazón.
Este es el sendero hacia la paz, la comprensión y la dicha ininterrumpida. Así es el dharma.
Tashi delek para todos y todas.
* Lama sammasati para Latinoamérica.
