Por invitación de la Corporación turística “Montaña Mágica” y gracias a su hospitalidad y la del señor alcalde de Génova, Diego Fernando Sicua Galvis, tuve la fortuna de dejar mis huellas en este rincón sublime, empotrado como una joya verde en lo alto de la cordillera central de los Andes.
Génova nació del coraje de pioneros visionarios, encabezados por Segundo Henao, aquel colonizador que, tras fundar Calarcá, guio a familias enteras a internarse aún más entre lomas y neblinas para sembrar esperanza en tierras vírgenes. Fue hacia 1903 cuando se tejieron las primeras chozas, se erigieron oratorios improvisados y se dibujaron los senderos que más tarde serían caminos para mulas cargadas de café. Décadas después, este caserío robusteció su voz y, en 1937, obtuvo el reconocimiento oficial como municipio, grabando su nombre en la cartografía del Quindío.
Situada a 1.472 metros sobre el nivel del mar, Génova se extiende como un poema escrito en pliegues montañosos, con pendientes que juegan a esconderse tras nubes juguetonas y quebradas que entonan melodías frescas bajo la espesura. Su relieve es un retablo de colinas tapizadas de cafetales, bosques nativos y vertientes de agua que parpadean como espejos secretos. Los ríos Rojo, Gris, San Juan, hijos del rocío y del susurro de la montaña, bañan estas tierras con generosidad, alimentando la fertilidad que da vida al grano más preciado: el café.
Si algún lugar merece la distinción de ser el corazón palpitante del Paisaje Cultural Cafetero (PCC) en el Quindío, ese es Génova. Aquí, cada finca cafetera es una escuela viva de saberes ancestrales, donde la cosecha no solo produce economía sino identidad, arraigo y tradición. En sus laderas y hondonadas, el frailejón corona la montaña como un centinela que amarra la niebla y engendra manantiales; la palma de cera se alza, esbelta, como estandarte de la selva andina, hospedando bandadas de loros orejiamarillos que rasgan el silencio con su canto de esperanza. Entre sus bosques, donde robles centenarios murmuran la historia de la tierra, se ocultan pasos sigilosos del puma y la danta, guardianes de un equilibrio milenario. Ríos claros, humedales de altura y quebradas cristalinas entretejen un tapiz de agua que fecunda cafetales y guaduales. Génova no es solo café: es páramo vivo, bosque fecundo y santuario silvestre, una sinfonía de vida donde cada hoja, cada ave y cada gota reitera que aquí la naturaleza invita a ser conservada, a ser visitada y a ser honrada.
A la entrada del pueblo, como un centinela de fantasía, “La Casa en el Árbol” extiende sus ramas para saludar al viajero: un nido suspendido entre cielo y montaña que anuncia que aquí los sueños trepan troncos y florecen en altura. Génova es un susurro de la cordillera que se vuelve himno en cada amanecer: aquí los ríos no corren, cantan; las quebradas no separan, abrazan la tierra fértil que engalana sus cafetales. Génova es un refugio de bosques de niebla que engastan perlas de rocío en cada hoja; un santuario de colibríes centelleantes, barranqueros de plumaje real y coros de aves que, con sus trinos, tejen sinfonías sobre los cafetales en flor. Su paisaje se ofrece generoso: un tapiz de montañas ondulantes y vertientes que murmuran cuentos de agua. Invita a caminar senderos que huelen a musgo, a descubrir cascadas escondidas entre helechos gigantes, a respirar silencio y bruma en la penumbra de sus bosques vivos. Aquí, cada gota de agua, cada sombra de árbol y cada aroma de café cuentan la historia de un pueblo que guarda su tesoro más grande en la pureza de su naturaleza. Quien pisa Génova se lleva en los zapatos un puñado de tierra fértil, en los ojos un cuadro de verdes infinitos, y en el corazón la certeza de haber tocado un rincón sagrado del Paisaje Cultural Cafetero.
En esta visita, y como modesto tributo a su historia y su gente, solicité al señor alcalde y al Honorable Concejo Municipal la publicación de mi libro “Historia Política del Siglo XXI: Génova, Quindío”, como regalo vivo y registro permanente de nuestra memoria colectiva; un bien inmaterial que pertenece a todos los genoveses y que desea permanecer abierto, dialogante y fecundo para las generaciones venideras.
A la Corporación “Montaña Mágica”, mi gratitud infinita por custodiar este paraíso con amor, por abrir senderos que no desgastan la montaña, por sembrar conciencia y recoger respeto. A Génova, mi reverencia por recordarnos que aún existen pueblos donde la cordillera se hace altar, el café se hace himno y el agua se hace poema.