El cambio, gústenos o no, es lo único constante en la vida y lo decimos quienes hemos vivido de cambio en cambio, y de siglo en siglo. Nuestros abuelos del XIX, nuestros padres y nosotros del XX, y los nietos del siglo XXI. Con el abuelo convivimos cerca de 20 años, él nació en 1870 y murió en 1963 o sea vivió 93 años y fue mucho lo que aprendimos de sus experiencias, de su pasado, pero fue demasiado, sin faltar a la modestia, lo que nosotros le enseñamos, del presente, del futuro, de la perspectiva y prospectiva de la vida. Siempre vivió en la finca, inclusive la abuelita y una hija soltera se vinieron para Armenia, él siguió solo en semejante caserón, y nosotros lo visitamos con mucha frecuencia.
Los domingos por la tarde le leíamos el periódico El Tiempo, oía mucho radio, noticias y resultó erudito en asuntos de política de la época. Excelente conversador, respetuoso de las opiniones, pero, a decir verdad, todos los que trabajan en la finca eran liberales, por casualidad. Desde que compró la finca, a los diez y ocho años, no salió de allí. Vio convertir las trochas en carreteras, y aunque siempre tuvieron carro, siguió prefiriendo el caballo. A diferencia de un hermano que vivía en Quimbaya, carnicero, y que había participado en la Guerra de los Mil Días, y una verdadera enciclopedia de historia patria. O de un sobrino, veterano de la guerra de Corea, y como era bachiller fue condecorado, siguió la carrera militar, lo ascendieron y se retiró con honores, muchas tierras, casas, hasta buses tenía en Bogotá.
Estos personajes venían con sus familias a pasar vacaciones y nos faltaría vida y cuadernos, para narrar todas las historias que nos contaban de las ciudades donde vivían, sus posiciones políticas y frente al gobierno. Nos tocó vivir con ellos, la única dictadura que ha tenido Colombia y cómo la derrocamos. Lo mismo que un tío que se fue a estudiar Medicina a la Argentina y cuando venía a la finca, nosotros lo escuchábamos alelados, de todo lo que había en otros países y qué quien sabe si a nosotros nos tocaría vivir, con todos esos adelantos y cuántos más aparecerían.
Nuestros padres fueron más del pueblo, desde luego conservando su origen campesino, pero cuando este servidor estuvo en edad escolar y no contentos con la escuela rural, nos vinimos para Armenia, un viaje sin retorno al campo, de eso hace 73 años. Desde luego en las vacaciones, todas en la finca y los días libres. Esa fue otra escuela para nosotros. Siempre hemos sido una familia muy unida, estamos vivos los cinco hermanos, nos visitamos con frecuencia y alrededor de una hermana, construimos un “fogoncito”, de encuentro y amor.
Nosotros en el Quindío vivimos tres épocas muy significativas y que nos cambiaron de raíz. Primero la bonanza cafetera, que no hubo cafetero grande o mediano que no viviera esa época de tanta prosperidad. Pero nos la gastamos en carros, viajes, edificios, ensanchar los linderos y nada de empresas o industrias. Después el terremoto, con la aparición de los cambuches, casas en todas partes para albergar miles de damnificados y gentes venidas de todas las partes de Colombia. La población se aumentó significativamente y Armenia se transformó urbanísticamente, pero de la “reconstrucción del tejido social”, todavía estamos esperando resultados, y eso que no han pasado sino 26 años.
Y vino la bendita pandemia y esa sí nos cambió totalmente la vida, parecíamos, cuando salimos a la calle, sobrevivientes de un naufragio. Y nos trajo la secuela más perversa que pudo aparecer, la virtualidad, las redes sociales, el uso exagerado del celular. Durante ese tiempo nos sirvió en extremo, pero nos acostumbramos en forma adictiva a esos aparatos. Se convirtieron en otra parte del ser vital.
Cuando el terremoto se implementaron seminarios, cursos, de fortalecimiento personal para enfrentar la vida post tragedia, post pandemia no se habló de nada de eso. En el celular encuentras todo lo que quieras, para tu vida emocional. Toda mi vida familiar desde que me conozco, ha gravitado alrededor de la unión, y hoy me duele en el alma, ver cómo es más importante un móvil que conversar con los nietos, es un evento cenar juntos, menos almorzar, como abuelo ya no cuento historias y peor si crecieron en otras culturas. Es exótico acompañarlos a una práctica deportiva, menos ayudarles en las tareas. Es que los cambios son muy significativos, ahora lo que me pareció muy grave, es que antes respetábamos a los abuelos porque sí, a los padres también, y ahora que somos padres y abuelos, escasamente nos escuchan, tenemos nosotros que adaptarnos a ellos o nos excluyen de toda conversación o compañía. Y esto ya no tiene reversa, va es para adelante, Dios nos de vida y salud para presenciar todos esos sucesos, aunque sea de lejos.
Nosotros fuimos maestros, educadores, toda la vida, trabajadores de los procesos de enseñanza aprendizaje, y como tal, forjadores de cambios de comportamiento duraderos en las personas. Nos preocupó que tú cambiaras, para bien. Pero hoy como están las cosas y viéndote metida en otros mundos, decidí en pleno uso de mis facultades legales, mentales y espirituales, seguir queriéndote, aceptarte, así como eres, con trapitos y todo. Es mejor la vida así, sobre todo ahora que, de verdad, nos faltan muy pocas motiladas.