En el sendero de la existencia, donde las sombras de la adversidad danzan y el peso de lo ordinario amenaza con opacar el brillo del espíritu, el corazón humano a menudo se inclina a percibir la vida como una sucesión de pruebas, de rutinas deslucidas o de dolores ineludibles. Es fácil caer en la trampa de la desesperanza, o buscar la belleza sólo en lo grandioso y lo inalcanzable. Pero he aquí una verdad profunda, una práctica que eleva el alma y transforma la realidad misma.
No se trata de un engaño del intelecto, ni de una huida del sufrimiento. Se trata de una elección consciente, una revolución silenciosa del espíritu. Comprende esto, oh buscador de la plenitud: la invitación es a romantizar la vida y hermosearla. Esta no es una búsqueda superficial, no es un capricho estético vacío, ni una vana pretensión de ignorar lo que es difícil. Ni es una negación del dolor que inevitablemente nos visita. La sombra existe, la pérdida ocurre, la tristeza es una compañera en ciertos tramos del camino.
Reconocer la belleza no es cerrar los ojos a la realidad, sino abrirlos a una dimensión más vasta de ella. Es, en cambio, una elección íntima y radical. Íntima, porque nace de lo más profundo de tu ser, de una decisión personal e inquebrantable de cómo quieres habitar tu propia experiencia. Radical, porque va a la raíz de tu percepción, transformando la forma misma en que miras y te relacionas con el mundo. Esta elección te invita a mirar con otros ojos; a trascender la mirada superficial que únicamente ve la forma, el problema o la rutina.
Es una invitación a la atención plena, a la curiosidad renovada, a la búsqueda activa de lo sublime en lo común. Es aprender a encontrar en lo cotidiano un destello. En la taza de té humeante por la mañana, en el canto de un pájaro al amanecer, en la textura de una hoja caída, en la risa espontánea de un niño, en el simple acto de respirar. Cada uno de estos momentos, a menudo ignorados, puede revelarse como un micro-milagro, una chispa de la divinidad.
Es descubrir una grieta luminosa incluso en las estructuras más sólidas, en los momentos más oscuros. En la resiliencia que nace de la dificultad, en la compasión que surge de la herida, en la lección oculta detrás de la adversidad. Es ver que la luz puede filtrarse por las fisuras de la imperfección, revelando una belleza que no es perfecta, sino auténtica y profunda. Es la capacidad de percibir una posibilidad de belleza, aún en medio del caos.
Cuando el mundo parece desmoronarse, cuando la incertidumbre reina y el control se desvanece, esta elección te permite encontrar la simetría en la complejidad, la fuerza en la fragilidad, y la esperanza en la turbulencia. La belleza no se limita a la calma; también puede ser hallada en la fuerza de la tormenta o en el renacer después de ella. Que esta verdad sea tu práctica diaria. Que al elegir romantizar y hermosear tu vida, no niegues su realidad, sino que la eleves a una dimensión de profunda gratitud y asombro, convirtiendo cada momento en una obra de arte consciente.
Tashi delek para todos y todas.
* Lama sammasati para Latinoamérica.