Cada paso en el mundo está movido por el triunfo o el fracaso, la ilusión o el desengaño, el amor o el odio, la alegría o el miedo. El alma es una resonancia de lo que vemos, oímos y sentimos. Con tono vehemente y crítico, el autor de Voces del alma (*) analiza el sentimiento como la fuerza que agita o engrandece la existencia.
No puede haber paz interior si no hay armonía, agrado y afecto en el mundo externo –el familiar, el cotidiano, el que nos roza a todo momento y es ineludible en la relación humana–. Ese es el terreno que pisa Juan, el protagonista de esta historia, o de estas historias, ya que son varios los sucesos que surgen en los capítulos de la obra.
Estas páginas le sirven a Juan para revelar las cicatrices que le dejaron su niñez y juventud desprotegidas, y para el efecto se vale de la fábula, en algunos casos, y de la narración descarnada en la mayoría de ellos. Es una confesión franca y valiente, basada en su propio drama, y que se convierte en motivo aleccionador para los padres y los hogares, es decir, para la sociedad.
Al figurar el nombre de Juan como la persona que relata los hechos, puede deducirse que el personaje de los relatos es el mismo Juan Campuzano, el autor del libro. En uno de los textos dice que Juan es cualquier individuo que viva o haya vivido los mismos o parecidos episodios. En consecuencia, Juan puede ser usted, amable lector.
El padre de Juan se ausentó de la casa cuando este era un niño, y nunca asumió el papel de maestro y orientador de su vida, ni le inculcó carácter y principios, sino que lo dejó rodar por el mundo como una hoja seca arrastrada por el viento. Por otra parte, su madre era fría, insensible e inexpresiva, y carecía de la virtud más relevante para estar en su lugar: la ternura maternal.
Juan no conoció las caricias ni los gestos amables. Creció con soledad en el entorno y con tristeza en el alma. Esta atmósfera de desafecto, abandono y tristeza no podía sino crearle un estigma en el alma.
Conforme pasaba el tiempo, más vacío e inseguridad aparecían en el desempeño de sus labores y en el trato con la gente. Un trauma de esta índole resulta difícil de extirpar, ya que la inestabilidad emocional, la frustración y la angustia echan hondas raíces en el espíritu. Según palabras suyas, “su vida había sido una cadena de luchas, deudas y decisiones equivocadas”.
Enfrentado a sus miedos, vacíos y perplejidad, era un ser errátil e indefenso que no hallaba manera de salir del laberinto. En lo más profundo del sentimiento miraba hacia el hogar que nunca tuvo. Sus padres eran irreales y no podían darle la mano que siempre le negaron. Ahí radicaba todo el conflicto.
Un día le nació la idea de la meditación para descifrar el destino, entender la realidad que lo cercaba y buscar caminos de liberación. Sintió de repente el deseo de ser otra persona, hallar un remedio para sus heridas, y olvidarse del pasado. Se dijo que sería capaz de perdonar a su madre, que entraba en las sombras de la amnesia, y aceptar que su padre se había esfumado como un sueño imposible. Y encontró un aliento femenino, como un aroma de la esperanza.
Este es un libro testimonial, duro y enjuiciador, que lleva a la reflexión de la vida y enseña que el desamparo, por más perturbador y traumático que sea, no es un mal eterno y por consiguiente puede curarse como cualquier otro infortunio.