Gongpa Rabsel Rinpoché
Un silencio atónito se ha apoderado de los corredores de Wall Street mientras el dólar estadounidense, durante décadas un bastión de estabilidad y poder global, se desploma sin control. Ni los cerebros financieros más brillantes ni los recursos inagotables de los gigantes bancarios, logran detener la ‘hemorragia’ con el billete verde hundiéndose a niveles no vistos desde julio de 2023. La «tormenta perfecta» -presagiada por algunos – ya está en marcha, redefiniendo el panorama económico mundial y dejando a los inversionistas en una búsqueda desesperada de refugio.
La magnitud del colapso es alarmante. Los indicadores clave reflejan una caída libre sin precedentes. A la fecha de este informe, el Índice Dólar (DXY) que mide su valor frente a una cesta de seis monedas principales, ha caído a 98.25, su nivel más bajo en casi dos años, marcando una disminución en las últimas semanas. Las proyecciones de Goldman Sachs, que aún en marzo de 2025 preveían una estabilización, ahora han sido revisadas a la baja, advirtiendo de una posible caída a 95.00 antes de fin de año, si la tendencia actual persiste.
La debilidad del dólar se manifiesta en todos los frentes. Con respecto al euro, el billete verde cotiza a 1.12 EUR/USD, una depreciación significativa que impacta directamente en la competitividad de las exportaciones estadounidenses y encarece las importaciones. Con relaciónal yen japonés, la situación es igualmente precaria, con el dólar rondando los 145 JPY/USD, una cifra que preocupa a los exportadores nipones y a los inversionistas que buscan diversificar sus carteras.
Lo que hace que esta crisis sea particularmente desconcertante, es la impotencia de las medidas tradicionales. Las promesas fiscales del presidente Donald Trump – aunque siempre generadoras de debate – no han logrado insuflar confianza en los mercados. De hecho, la incertidumbre en torno a futuras políticas y la posibilidad de un retorno a una retórica proteccionista sólo parecen exacerbar el éxodo de capitales. Por su parte, los esfuerzos del Tesoro de EE. UU. para inyectar liquidez o intervenir en los mercados de divisas han resultado ineficaces, con la marea de desconfianza superando cualquier dique.
El corazón de esta tormenta radica en un realineamiento geopolítico y económico que está tomando fuerza. China, con su creciente influencia en el comercio global y su impulso por la desdolarización, avanza imparable en el establecimiento de alternativas al sistema financiero dominado por el dólar. El auge del yuan digital y los acuerdos comerciales bilaterales en monedas locales, están erosionando progresivamente la hegemonía del billete verde.
Simultáneamente, Europa se reordena. La zona euro – a pesar de sus propios desafíos económicos – ha demostrado una resiliencia inesperada y una creciente cohesión en su política monetaria. La búsqueda de autonomía económica y la diversificación de reservas por parte de los bancos centrales europeos, también contribuyen a la disminución de la dependencia del dólar.
En este escenario volátil, los inversionistas abandonan el dólar como si ardiera. Los fondos de cobertura, los gestores de activos y los bancos centrales de todo el mundo están reevaluando sus estrategias, buscando refugio en activos alternativos como el oro, que ha alcanzado un nuevo máximo histórico de $2,450 la onza, y otras divisas consideradas más estables. La fuga de capitales hacia mercados emergentes con fundamentos sólidos y la inversión en criptomonedas, a pesar de su inherente volatilidad, son también síntomas de esta desesperada búsqueda de diversificación.
La pregunta que resuena en cada sala de operaciones es si este colapso es temporal o el preludio de un cambio estructural más profundo en el orden financiero global. Lo que es innegable es que la era de un dólar intocable ha llegado a su fin, y con ella, la comodidad de Wall Street. La ´sangría´ya está en marcha, y por ahora, nadie parece tener la clave para detenerla.