martes 17 Jun 2025
Pico y placa: 7 - 8

El Patrón

Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del talles de escritura creativa Café y Letras Renata.
8 junio 2025 12:20 am
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Tengo veintisiete Comando; haga la cuenta. Entré a los diez a “la Pola”, uno de los reformatorios de Medallo, y resulta que como llegué fue de un pueblito que es Jericó y en estos sitios al que deja ver que’s montañero le va muy mal, entonces, ¿qué tocó? Pues no dejármelas ver y averiar a uno que otro que se engañó con el montañerito. Ahí empezaron a respetame y a dejame vivir tranquilo, aunque’so era con los demás inquilinos, porque lo que’ra con los profes… huy qué problema con esos manes, Comando.

Mire, yo empecé a ser malo desde chino. Me gustaba ver a los otros pelados del pueblo cagados del susto cuando les sacaba mi “chaveta” (navaja) y me entregaban todo llave, y todo es todo. Me gustaba que las chinas corrieran porque pensaban que les iba mandar la mano, aunque nunca lu’hice, y las personas mayores evitaban trátame, lo mismo que a mi viejo, dizque por alcohólico. Algunos intentaban, pocos eso sí, aconsejame y decían que si mi vieja no hubiera muerto tan joven, yo sería distinto, pero qué va, lo que nos tenían era miedo.

El cuento es que’n el pueblo robaba, jodía, les fumaba al cien y cuando me echaban la policía, me les pisaba, hasta que un día no pude. Como estaba en la permanencia yo reclamaba mi comida, o si no pues que me soltaran, pues se cansaron conmigo y me entregaron en “la Pola”. Tenía trece años.

Me pisé a los quince y no antes porque para lanzame a “Medallo” tenía que aprender cositas y eso en los dos años en “la Pola”, fue rapidito. Lo malo fue que la despedida la hice con el secuestro de dos profesores, porque allá no hay guardia como aquí; hay es instructores. Manes grandes, acuerpados, que lo castigan a uno y todo eso. Tocó dales duro para que creyeran que’ra un secuestro. Cuando me recapturaron al año y medio, pues me la cobraron todita y apenas cumplí los dieciocho me regalaron el expreso, con esposas y todo a Bellavista, la cárcel de mayores.

A la parte seria, iba asustao, Comando. Bellavista era diferente: matones de verdad, no chinos que se asustaban con una chaveta. Pero, “en fin”, me dije “aquí voy y cuando toque probar pues probamos que el costal no es di’hojas”, ¿Si o qué? Pero vea, al que le van a dar le guardan mi comandante. Allá me encontré con dos parceritos, el Mueco Beto y el Negro Lucho, que me conocían desde el reformatorio y sabían que yu’era de confianza, un man parao, y como quien dice, pues llegué fue a la casa. Y usté sabe Comando, que en la cárcel el que pertenece a la casa está ganao.

A los pocos meses había probado en el ruedo y vivía “a lo puta”, con un fierro en una mano, un vareto en l’otra, bebiendo todos los días, menos sábados y domingos, porque ahí tocaba cuidar la visita de los duros y comiéndome lo que mandaba el patrón cada mes. Unas hembritas rechimbas, juguetonas, cariñosas y pa´ qué marchonas como “la Chicoria”, que aunque decían que podía ser mi mamá, me marchó con la conyugal tres años. 

Un día al Mueco le llegó la “talíber” (libertad) y nadie, ni él mismo la creía, hasta que´l cacique del patio comentó que’l patrón movía contactos porque lo necesitaba para una vuelta seria afuera. Un cruce de esos, mi Comando, cualquiera lu’hace, porque ya queda uno rebién con el “propio” y le empiezan a llegar los negocitos a uno, suave y seguido. Si ustés juicioso, no sopla mucho, es serio pa´ las vueltas y ahorra cualquier cascajo, hasta se puede retirar, que’ra lo que yo soñaba pa´ ime a vivir con mi “Chicorita”, mamacita rica. 

La tal misión consistía en “echarse al cuero” (matar) a alguien que dizque le había faltoniado al duro. Por eso dos días, antes de la libertá del Mueco, “la pluma” (jefe del patio) que’ra el encargado de escoger al qu’iba hacer el trabajo, reunió a mis dos parceros, les dijo de qué se trataba el cruce y al final se decidió por el Mueco. Lo que no entendí en ese momento, pero sí al final, fue porqué a partir de ese día, el Negro empezó a portarse raro conmigo.

Lo pior, mi Comando, fue que la “Chicoria” no volvió, y a lo bien a esa cucha yo la quería, aunque pareciera el hijo suyo, o a lo mejor era por eso. Las tardes de domingo ella me mostró lo delicioso que es sentirse mimao, algo que jamás yo había sentido. Cuando le pregunté a Lola, su “parcerita”, qué pasaba, ella no fue capaz de ocultame la verdá: La faltona había sido mi “Chicoria” y el Mueco me la había matado. El mensaje era clarito. Ella faltó y tenía que morise, el Mueco obedeció, ahí estaba su talíber. Aprovéchela.

Hasta ahí, vaya y venga, Comando. En la delincuencia obrar así es justo. Pero que ni el Mueco ni el Negro mi’hubieran dicho: “¡Pilas güevon! ¡En la jugada que le van a matar a su mujer! …” eso me llenaba de dudas. Yu’era el hombre de la muertica y al recordar que las hembritas que nos marchaban eran las mismas que llevaban el billete del consumo semanal de humo, recordé que la mujer mía no era güevona y de su parte hacía vender algo para su propia ganancia. Y ahí, ¿qué? Pues, Comando, no había diotra, entre el Negro y yo, uno ya empezaba a oler a muerto ¿Sí o qué?

Yo me crié fue en la calle y sabía cómo son vueltas. Esa noche me llevé al marica a vivir a mi celda. No, Comando, no se ría ni diga eso que dijeron todos en el patio, que se mi’habían voltiao las chupas. Eso a la final, fue lo que me sirvió pa’ adelantámele al Negro.

Al día siguiente cuando la guardia abrió los pasillos y salimos todos a bañanos, el Negro pasó de largo frente al baño donde creyó que defecaba el marica, que era yo vestido con su ropa. En el momento en que pasó en mi búsqueda, con la idea de rellename a tiros, porque llevaba el mazo listo, yo le metí el primer “chavetazo” en el cuello y hasta ahí me acuerdo. Después en la investigación, cuando me lo cobraron, me enteré que li’había pegado quince de las mismas.

En adelante me tocó improvisar. La casa a la que creía pertenecer, ordenó matame y de esos tropeles me quedan estos recuerditos: Esta me la pegaron en Bellavista, a donde me trasladaron a los pocos días de haber sacado de circulación al Negro. Casi me llevan. Esta otra fue en Picaleña, en Ibagué, y por ella quedé con el brazo, así, con medio movimiento. Esta me la dieron en San Bernardo, la de Armenia, por agachame a coger el chuzo pa’ defendeme y así siguió mi vida en las cárceles, hasta que me encontré con este patrón que’s el único que de verdá, verdá me ha cuidado desde que lo conocí.

Lo primero que me enseñó fue lo más difícil para que una persona criada como me crié yo, aprendiera. ¿Sabe qué fue? Mire, Comando, me enseñó a perdonar, a perdoname… a aceptame como soy, y sobre todo, me enseñó a seguir adelante sin odio, sin miedo y con la certeza de que alguien me quiere: Se llama Jesús, Comando, y cambió todo dentro de mí, por eso me entregué a él.

Por eso leo su palabra y le canto, así como ve que hacemos todos los días con los demás hermanos de la Congregación. Bueno, mi Comandante, otro día le cuento más historias, yo me voy porque tengo cita con el verdadero Patrón… Alabaré, alabaré, alabaré… Alabaré, a mi señor…. 

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