Con profundo dolor registro el deceso de Hugo Zapata, reconocido Escultor colombiano, nacido el 11 de septiembre de 1945 en La Tebaida (Quindío). Además de valorado Escultor, fue Arquitecto y Artista Plástico, egresado de las Universidades de Antioquia y Nacional, sede Medellín.
En 1989, en desarrollo del Salón Nacional de Artistas en su versión XXXII, realizado en Cartagena de Indias, fue exaltado con el primer premio. Es de recordar que, con el mismo reconocimiento fueron galardonados artistas de la dimensión de Fernando Botero y Alejandro Obregón, entre otros.
En el año 2009, el Banco Davivienda, a través de su tradición anual de publicar un libro de lujo, elaborado por Villegas Editores, destacó la vida y obra de Hugo Zapata.
En un antecedente que habla muy bien de su itinerario artístico, baste decir que, la obra de Hugo fue expuesta y vendida en países de añejo protagonismo cultural como Estados Unidos de América, México, Brasil, Argentina, Portugal, España, Francia, Italia, Inglaterra, Japón y, obviamente, Colombia.
Ana María Escallón, a mi juicio la crítica de arte más culta de Colombia, catalogó a Zapata, como uno de los “escultores más importantes de nuestro tiempo”. De hecho, en leída columna de su autoría, divulgada por el portal Las dos orillas, Escallón, hablando del artista tebaidense, advirtió que “moldea sus esculturas de piedra negra oxidadas en hierro con un rigor dinámico exuberante, de forma que el color y las vetas de estas se encuentran en lo profundo de una piedra que parece común y corriente, lugar donde justamente confluye el escultor con su historia”.
Tuve el privilegio de conocer a Hugo, gracias a mi querida amiga Francia Escobar, dama cartagenera quien ha brillado a lo largo de su vida como gestora, mecenas y coleccionista de arte.
Zapata, se distinguió por su amabilidad y don de gentes. Con él se empatizaba fácilmente. Su bonhomía, humildad, buenas maneras y sabiduría saltaban a primera vista. Hugo, como excelso artista de la piedra, pareciera que hubiese nacido en el periodo paleolítico, esto es, cuando el cielo era azul, las aguas diamantinas y las almas de transparencia acrisolada.
El consagrado escultor quindiano era hijo de Don Ramón Zapata, el primer farmaceuta de La Tebaida. De éste, debo expresar que en compañía de Elías Román Peláez, pulquérrimo comerciante y hombre cívico, y del arriero José María Ramírez Jiménez, mi padre, constituyeron célebre y famosa cofradía local, de la que aún se preservan cuentos entrañables con fantasía implícita.