De la Primera Guerra Mundial, se han escrito muchos textos y se han hecho decenas de películas. En todas estas historias la idea recurrente, ha sido mostrar una visión heroica de los combatientes. En los diversos planos que se presentan en la pantalla al espectador, se ven feroces combates, donde en el terreno aparecen cuerpos tendidos de soldados, los cuales han caído por el fuego de las ametralladoras, cuando intentaban avanzar unos metros en terreno llano entre las trincheras.
La Chica de la aguja es una película que se estrenó en el año 2024. Es en blanco y negro, y eso no evita que las escenas que muestra, a lo largo de las horas de metraje, sean impactantes. En algunos momentos se contiene el aire al ver los giros que toma la historia a medida que avanza la trama. En la película se cuestiona la guerra, el papel de los obreros y campesinos en ella, cuando salen al campo de batalla para defender los intereses de una clase a la que no pertenecen. Por otro lado, se muestra cómo las mujeres se insertan en el mundo del trabajo, no producto de un reconocimiento a sus derechos, sino producto de las necesidades de la guerra, ya que, al estar los hombres en el campo de batalla, los trabajos de las fábricas los tuvieron que asumir las mujeres.
En una pantalla de fondo negro, aparece un rostro que se ilumina en blanco; diferentes gestos aparecen en instantes. No hay sonido, pero la imagen habla por sí misma, como diría el estudioso del lenguaje corporal Paul Ekman: “el cuerpo habla”. La cara que se ve pasa de la angustia al asombro para llegar al terror; una mano aparece mostrando cómo todo está por empeorar. Todo esto provoca incomodidad y desesperación en el espectador, ya que, a la imagen impactante, se suma un incómodo sonido que acompaña la escena.
En una pieza sucia, se ve a una joven mujer suplicándole a su casero que le dé más plazo para el pago de la renta; está atrasada y no tiene con qué pagarle. El dueño, un hombre huraño, se niega a aceptar la súplica de la inquilina y, como acto de demostración de poder, decide ofrecer el cuarto a una familia, con la joven en su interior, algo que para ella resulta impactante y la lleva a la desesperación. Sin embargo, logra incomodar a la niña que acompaña a la visitante y hace que desistan de alquilar el lugar.
Luego se aparece una fábrica, donde se ven muchas mujeres trabajando; allí labora nuestra protagonista. Al salir del turno, se dedica a buscar un cuarto que pueda pagar y encuentra una pocilga. Aunque a ella no le gusta el lugar, su necesidad la obliga a aceptar vivir en este lugar precario.
Karoline es viuda, o eso parece, ya que su esposo está combatiendo en la Gran Guerra (Primera Guerra Mundial), lo que la ha dejado sola en el mundo. Ahora tiene que sobrevivir con los recursos que tiene a su alcance. Debe tomar una decisión: sucumbir a la pobreza y la miseria, o sobreponerse a todo para buscar sobrevivir en un mundo donde el hambre es la constante.
Ante el agobio que le genera su situación, Karoline busca compañía. Recuerda que su jefe un día le dio un mensaje: “una propuesta sexual”. Puede ser que ahí esté su llave de salida. Ella, en su mente, empieza a cavilar: “si accede a un encuentro sexual con su jefe, puede mejorar su situación económica”. Al final, cede y tiene un encuentro sexual en una calle (como si fuera una prostituta).
En los momentos de desesperación, sale a la luz lo más oscuro de la naturaleza humana, donde no importa la moral, y lo que se define como correcto o incorrecto es aquello que permite ganar dinero. En estos casos, no hay lugar para la compasión; la única consigna es sobrevivir a pesar de todo.
Sin darse cuenta, Karoline se va convirtiendo en la pareja no oficial de su jefe. En Navidad, la chica de la aguja recibe un bonito vestido, y ella, por un momento, se siente una princesa; en su rostro se refleja alegría. Al salir del turno, ve a un hombre a lo lejos que, al verla, le grita: «¡Oye, linda, soy yo!» Ella, al verlo, se asusta y decide salir corriendo (en su interior sabe quién es; ha llegado quien esperaba antes), pero ahora las cosas habían cambiado: estaba a punto de cumplir su sueño de casarse con un príncipe azul.
Luego se ve, como en un cuarto miserable, está “la chica de la aguja”, en compañía de un soldado que tiene una máscara en la cara (la lleva para ocultar una desfiguración que le dejó una herida de guerra). Ella llora frente a una chimenea y pone a calentar una sopa. Al estar lista, la sirve sobre una vieja mesa de madera, se sienta con este hombre y, cuando el soldado toma la cuchara, se corre la máscara y en ese momento se ve un rostro monstruoso (una representación gráfica de las señales de la guerra). El hombre busca recuperar su vida, pero no solo ha cambiado su rostro; ahora, ella está embarazada de su jefe y le pide al hombre que se vaya.
Ingenuamente, ella cree que su patrón podrá casarse con ella, su hijo tendrá un promisorio futuro, y decide ir a su oficina para contarle todo. Su compañera de trabajo le arregla un vestido, y ella mira a su amiga con rostro de esperanza. En la conversación con su jefe, parece que todo va de acuerdo al plan; sin embargo, él pide que deben visitar a su madre.
Los dos llegan a una lujosa mansión; allí reside su madre. Una mujer vestida muy elegantemente la recibe de forma amable, la mira fijamente y le pide de forma grosera que se desvista para que un médico la examine: “cualquiera le dice a mi hijo que está embarazada”. Al ingresar a un cuarto, un hombre de bata blanca la recuesta sobre la mesa y le hace un tacto; a los minutos, confirma que sí, está embarazada. La madre malvada se acerca y le dice, mirándola a la cara: “¡mi hijo nunca se casará contigo!” Ella, “la chica de la aguja”, pide que lo llamen, y él ratifica que sí se casaría con ella, a lo que la madre responde: “él puede hacer lo que quiera, pero no con esta casa, ni con mi dinero”, y, usando la presión económica, logra que el hombre rompa su promesa.
Ahora el castillo de naipes se ha derrumbado, ha sido despedida, en el momento tiene un hijo sin padre (un bastardo), no tiene empleo, ya no será una mujer feliz, y entonces toma una fatídica decisión: se deshará del niño.
En una calle, aparece Karoline, caminando rápidamente por un callejón. Ingresa a un baño comunitario y busca una bañera improvisada. En su rostro muestra desconsuelo; ingresa a la bañera y saca una larga aguja, empieza a introducirla por su vagina bajo el agua. En este instante, una mujer la ve y se le acerca rápidamente. Con lo primero que se encuentra es con una bañera sangrante. La mujer le pide que no lo haga, le quita la aguja y le propone algo: “Cuando su hijo nazca, me buscas; yo manejo una casa de adopciones”. Se retira y le deja un papel con sus datos y dirección.
Regresa a su casa, sube las escaleras, y la casera sale y la saluda, le entrega un sobre, y ya de lo que le dejaron para la liquidación, sale del lugar y deambula de un lugar a otro, buscando un trabajo. La barriga ha crecido y termina en un improvisado circo, donde ve con horror a su esposo, convertido en un monstruo para el entretenimiento de otros. El presentador pide a alguien del público para tocarlo, y su exmujer se ofrece, pero luego le pide que lo bese, y con esta acción, ella reconoce que se va sumergiendo cada vez más en un profundo foso del que no puede salir.
Esta extraña pareja, unida por el infortunio, se une para vivir el horror de convivir juntos. Un hombre desfigurado y ella, una mujer en la pobreza, tiene que trabajar embarazada y le llegan los dolores mientras recoge alimentos para montarlos en una carreta. Traerá una vida al mundo, la cual no puede darle nada a ese niño que nace sin futuro y ya está condenado.
Esta película parece ser de otro tiempo; sin embargo, refleja nuestra realidad: la de miles de mujeres que, al quedar embarazadas, sin contar con protección del estado, son lanzadas a su suerte. Sus hijos nacerán sin futuro, en caso de que nazcan, ya que muchos serán rechazados y se buscará el aborto. Hoy, que hablamos de los derechos de los trabajadores, es necesario recordar cómo la mujer sufre la peor parte en un sistema que solo privilegia la ganancia de los poderosos.