domingo 22 Jun 2025
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CASANDRA

25 mayo 2025 10:08 pm
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Gloria Chávez Vásquez

Su papá se llamaba Ulises y a ella le habían dado el nombre por el personaje de la Ilíada. Como a la Casandra original, que había nacido con el don de la profecía, tampoco a ella le hacían caso y todos pensaban que estaba loca. Su don era aún más poderoso porque podía detectar las vidas pasadas y futuras. Sabía que a este mundo se venía a aprender lecciones. La vida era un juego de adivinanzas.

Casandra no se atrevía a decir nada, pero levantaba sospechas porque los resultados de sus exámenes eran siempre los mejores. ¿Cómo era posible? si ella no estudiaba y las clases la aburrían. Mas bien dibujaba e interpretaba los tatuajes de sus compañeros, en los que podía ver los augurios de sus sombras. Aun así, se graduó con honores y escogió la psiquiatría por aquello de que su “locura” podría ayudar a los demás.   

No tardó mucho en darse cuenta que su método no era compatible con la ciencia. No creía en los opioides sino como una manera de eliminar neuronas, al estilo del alcohol y las yerbas alucinógenas. Experimentaba y sacaba conclusiones que de alguna manera ya conocía de antemano.

Y entonces decidió abrir un consultorio y prestar sus servicios a la medida de sus habilidades.

Lo que si era muy obvio es que a pesar de que le decía la verdad y nada más que la verdad a sus pacientes, estos hacían después lo que les daba la gana. Y nadie le creía hasta que pasaban las cosas. A una de sus clientes le advirtió un día que previniera el fuego que ocurriría en su casa. Días después vino la mujer a quejarse de que ella no le había dicho cómo y cuándo y la hora precisa en que iba a ocurrir.  

–Le dije de prevenir porque el fuego podía ocurrir en cualquier momento, no a una hora especifica, –contestó Casandra, pero la cliente se fue airada amenazando con demandarla por farsante.

Casandra tuvo que adoptar un nuevo protocolo. Y de paso puso por escrito las reglas en sus avisos. La responsabilidad no era suya si sus advertencias eran desatendidas. Así fue como le entregó la tarjetita con las reglas a la joven que se había enamorado de un tipo estrafalario, ilustrado con tatuajes de pie a cabeza, que depredaba con su cuento de que era un revolucionario y su misión era purgar la humanidad.

La muchacha le rogó a Casandra que la salvara de esa relación en la que se veía arrastrada sin saber por qué. Casandra le explicó que ese individuo y ella tenían un mismo destino en otras vidas, y en cada nueva encarnación se complicaba más.   

–No le estoy pidiendo que me haga historias Casandra. Necesito eliminar a ese hombre de mi vida. Esta pasión es insana y prefiero abortarla antes de que me enloquezca.

Casandra le advirtió que eso significaba cometer un crimen.

–Le daré lo que me pida si usted se encarga de eso. ¡Deshágase de él por todos los medios!

–Yo no puedo hacer eso sin incurrir en un karma, –objetó Casandra. Pero si le puedo recetar algo para que lo olvide.

La joven no quedó muy conforme, pero aceptó la propuesta.  

Pocos días después, la muchacha se apareció a su cita con el hombre. Se llamaba Sauro y venía dispuesto a todo, ya que la mujer lo había puesto al corriente, con excepción de su idea de eliminarlo.

En su conversación, Casandra se dio cuenta de la atracción que el tipo ejercía sobre la muchacha.  Era una especie de Rasputín, un vampiro espiritual que la tenía mesmerizada. Casandra comprendió la desesperación de su cliente. Y buscó mil y una manera de zafarla de aquel demonio que acabaría por destruir todo a su alrededor.

Pero había que hacer alguna clase de exorcismo. Y para ello llamó a un cura que tenia experiencia en el oficio.

–Padre, ese hombre Está poseído. Hay que exorcizarlo.

El cura aceptó el reto, pero ahora el dilema era como atraer al sujeto y no había mas remedio que prestarse a ser la carnada. Le resultó fácil pues el hombre se había prendado de ella. Así que Casandra lo citó un día en su consultorio. Le hizo varias preguntas directas. 

–Tú sabes del poder que tienes ¿verdad?

–Mas o menos, –dijo el tratando de acercarse para besarla.

–¿Es natural? o por casualidad ¿has hecho algún ritual para obtenerlo?

–Nada de eso. Yo soy como nací. Siempre he tenido la suerte de mi lado. Especialmente con las mujeres.

–Pero, es que esto va más allá de lo natural.

–¿Es sobrenatural, dices? – El hombre la cuestionó sin dejar de acariciarla.

–Me gustaría comprobarlo –dijo Casandra. Y para ello he invitado a un sacerdote.

––Estas bromeando? ¿Tengo que confesarme?

–Probablemente. Pero además debemos comprobar que no tienes algún espíritu indeseado contigo.

–No es posible. A mi nada me perturba ni atormenta.

–Eso no quiere decir nada.

El sacerdote vino a la consulta el día indicado con todo su equipo de pelear contra el demonio, incluyendo un seminarista y un monaguillo.

–¡Que! ¿Va a celebrar misa? ¿Por qué no lo hace en la iglesia? Preguntó Sauro.

–Es para limpiar el ambiente.

–Yo lo veo bastante limpio.

–Es lo que no se ve lo que hay que limpiar.

Lo hicieron sentarse en un sillón y el padre preparó su altar en la oficina de Casandra. Después de rezar y prender veladora y quemar incienso, al hombre le entró somnolencia. Ahora es cuando el cura comenzó su cántico religioso acompañado del seminarista y el monaguillo. Sentada en el sofá, Casandra sintió la necesidad de decir:

–Yo a este hombre lo conozco de otra vida. Se llamaba Juan y era un depredador, como ahora. En una vida fue un sultán y es el caso de que tenía un harem. Nunca prestó atención a sus mujeres y es ahora que se interesa por ellas. Tiene una misión.

Anonadado el cura preguntó: –¿Que misión hija mía?

–Él es el único que lo sabe. Pero quizás podamos ayudarle a descubrirla.

–Sauro, ¿cuál es tu propósito en este mundo? –preguntó Casandra al durmiente.

Sauro se acomodó en el sillón como si le interesara la pregunta y estuviera pensando en cómo contestarla.

Finalmente, en medio de su ensueño contestó: 

Tengo que eliminar a todas las mujeres que he conocido en otras vidas y a todos los hijos que he tenido con ellas. Así podre empezar a construir una nueva sociedad en este mundo.

En cuyo caso, el cura declinó exorcizar a Sauro.

–No está poseído. Es un demonio y le ha declarado la guerra a la humanidad.

Armada de su jeringuilla, Casandra le aplicó una sobredosis del narcótico para su descanso eterno. 

Aliviados, el cura, el seminarista y el monaguillo interpretaron un réquiem, que para Casandra fue el mejor que había escuchado en toda su vida.     

De la colección de cuentos La Costra Nostra de Gloria Chávez Vásquez

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