Germán Estrada Mariño
Este artículo sintetiza evidencia científica y perspectivas clínicas para destacar la urgencia de abordar el maltrato infantil como un problema de salud pública, donde la prevención y la reparación emocional son claves para futuros más sanos.
La infancia es un período crítico en la formación de la personalidad, donde las experiencias tempranas moldean la estructura del yo y las capacidades emocionales y sociales. Cuando el entorno familiar está marcado por el maltrato, el abuso, el abandono o la violencia, el desarrollo psicológico del niño puede verse gravemente alterado, generando personalidades vulnerables a trastornos mentales complejos. Este artículo explora cómo estas experiencias traumáticas contribuyen a la gestación de trastornos de personalidad como el narcisista, el límite, el antisocial y otros, respaldado por estudios científicos y teorías psicodinámicas.
La psique infantil, en proceso de estructuración, al verse expuesta constantemente a traumas, adopta mecanismos defensivos primitivos, como la escisión (ver al mundo en extremos: todo bueno o todo malo), la negación o la proyección. Estos mecanismos, que son naturales en la infancia, se cristalizan patológicamente cuando no hay una figura materna o paterna suficientemente buena —en términos de Donald Winnicott— que ayude a metabolizar el dolor psíquico.
Muchos adultos que presentan conductas perversas o sádicas fueron, en su infancia, víctimas silenciadas. La psicoanalista Alice Miller argumentó que muchos de los grandes tiranos de la historia fueron en su niñez niños humillados, golpeados o violados por sus padres. Así, la violencia no elaborada se desplaza hacia afuera, hacia los más débiles, en un intento de restaurar el poder que una vez les fue arrebatado.
Es importante subrayar que no toda persona maltratada se convierte en victimario. La resiliencia, el apoyo externo y la intervención terapéutica pueden interrumpir el ciclo del abuso. Sin embargo, en familias disfuncionales donde se naturaliza el insulto, la amenaza, el castigo físico o el abuso sexual, es mucho más probable que el niño internalice que el amor duele, y que el poder se ejerce hiriendo al otro.
Psicobiología del maltrato:

Un estudio de Teicher (2003) mostró que el maltrato afecta estructuras cerebrales como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, responsables del procesamiento emocional, la memoria y el control de impulsos. Estos cambios neurobiológicos contribuyen a la aparición de personalidades frías, impulsivas o incluso sádicas.
Teorías psicodinámicas: cuando el amor daña
Las teorías de las relaciones objetales, en particular las formuladas por Melanie Klein y Otto Kernberg, son fundamentales para comprender cómo se forman las estructuras de personalidad disfuncionales en contextos de maltrato. Klein propuso que el bebé internaliza objetos (personas) buenos y malos en función de las experiencias afectivas tempranas. Si estas experiencias son predominantemente dolorosas y agresivas, se configura una internalización del “objeto malo”, lo que da lugar a una percepción hostil del mundo y de sí mismo.
Kernberg, por su parte, conceptualizó los trastornos de personalidad como organizaciones estructuradas en torno a relaciones internalizadas patológicas. Según su teoría, el Trastorno Límite de la Personalidad y el Trastorno Narcisista pueden surgir como defensas ante ambientes familiares caóticos, invalidantes o abusivos. En el caso del narcisismo, el niño desarrolla una imagen grandiosa de sí mismo para ocultar un sentimiento profundo de vacío y desvalorización originado por el rechazo parental.
Trastornos de Personalidad Asociados al Maltrato Infantil
El maltrato infantil —físico, emocional o sexual— se correlaciona con un mayor riesgo de desarrollar trastornos de personalidad en la adultez. Según el Estudio ACE (Adverse Childhood Experiences, Felitti et al., 1998), la exposición a eventos traumáticos en la infancia incrementa hasta cinco veces la probabilidad de trastornos psicológicos graves. Entre los más destacados se encuentran:
1. Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP): Kernberg (1975) vinculó este trastorno a una dinámica familiar donde los padres alternan entre la idealización y la devaluación del niño, generando una autoimagen frágil y una necesidad patológica de admiración. El niño, al no internalizar figuras de apego estables, desarrolla un falso yo grandioso como defensa contra el dolor emocional.
2. Trastorno Límite de la Personalidad (TLP): Caracterizado por impulsividad y miedo al abandono, se asocia a entornos invalidantes (Linehan, 1993). El maltrato emocional y el abuso sexual son factores recurrentes, como muestra un estudio de Zanarini et al. (2002), donde el 70% de pacientes con TLP reportaron abusos en la infancia.
3. Trastorno Antisocial y Psicopatía: Johnson et al. (1999) hallaron que niños expuestos a violencia parental tienen mayor riesgo de conductas antisociales. La teoría del apego desorganizado (Main & Solomon, 1986) sugiere que la falta de figuras protectoras impide el desarrollo de la empatía, favoreciendo la manipulación y la crueldad.
4. Trastorno Explosivo Intermitente y Control de Impulsos: La exposición a violencia familiar modela respuestas agresivas como mecanismo de supervivencia. Un estudio de Dodge et al. (1995) demostró que estos niños suelen interpretar estímulos ambiguos como amenazas, reaccionando con ira desproporcionada.
5. Trastorno Negativista Desafiante (TND) y Disocial: Ambos se vinculan a entornos coercitivos donde el niño aprende a desafiar normas para obtener atención o control (Patterson, 1982). El abandono emocional y los castigos severos refuerzan patrones de hostilidad.
La teoría de las relaciones objetales (Klein, Fairbairn) postula que el niño internaliza las interacciones con sus cuidadores, formando objetos internos que guían sus relaciones futuras. En familias maltratantes, estos objetos se distorsionan:
• Introyección de la agresividad: Fairbairn (1952) señaló que los niños abusados suelen idealizar a sus padres (necesitando preservar una imagen de cuidador) y dirigir el odio hacia sí mismos, lo que posteriormente externalizan hacia otros (desplazamiento de la agresividad).
• Fallas en la mentalización: Fonagy (2002) explica que el abuso interrumpe la capacidad de entender las propias emociones y las de los demás, favoreciendo la desconexión moral típica de la psicopatía.
Por otro lado, la teoría del apego (Bowlby, 1969) subraya que la inseguridad en el vínculo parental genera modelos internos de desconfianza. Un estudio de Lyons-Ruth et al. (2005) asoció el apego desorganizado con comportamientos disociativos y agresividad en adolescentes.
Dinámicas familiares disfuncionales: abuso, silencio y repetición

En hogares donde hay maltrato, los roles familiares suelen estar patológicamente enredados. Minuchin (1974) describió cómo en estas familias, los límites entre padres e hijos se difuminan, asignando al niño roles como chivo expiatorio o cuidador parental. Esto perpetúa ciclos de violencia:
• Transgeneracionalidad del trauma: Van der Kolk (2014) señala que el trauma no procesado se transmite mediante comportamientos abusivos o negligentes. Un padre maltratante suele ser víctima de su propia historia no resuelta.
• Abuso sexual y fragmentación del yo: El abuso sexual en la infancia, según Herman (1992), causa una ruptura en la identidad, llevando a conductas autodestructivas o a la identificación con el agresor, como en los casos de sociopatía.
De víctima a victimario: el desplazamiento del dolor
Un aspecto devastador del maltrato es su potencial para convertir a víctimas en perpetradores. La teoría de la identificación proyectiva (Klein) explica cómo individuos traumatizados proyectan su dolor en otros, repitiendo patrones de abuso. Esto se observa en trastornos antisociales, donde la falta de empatía se combina con una necesidad de dominación.
Studer et al. (2005) hallaron que el 40% de agresores sexuales reportaron abusos en su infancia. La lógica es clara: si el niño no tuvo control sobre su vulnerabilidad, en la adultez buscará controlar a otros mediante la crueldad.
Exposición a la violencia doméstica y sus repercusiones transgeneracionales

La violencia doméstica entre padres, incluso cuando los hijos no son el blanco directo, deja secuelas profundas en su salud mental. Un estudio longitudinal realizado por Evans, Davies y DiLillo (2008) analizó a 1,500 niños expuestos a conflictos parentales violentos y encontró que estos menores presentaban mayores tasas de internalización (ansiedad, depresión) y externalización (agresividad, conductas disruptivas) de emociones, comparados con aquellos en hogares estables. Los investigadores destacaron que la exposición crónica a la violencia activa respuestas neurobiológicas de estrés tóxico, alterando el desarrollo de la corteza prefrontal, área clave para el control de impulsos y la regulación emocional. En la adolescencia, estos efectos se traducen en mayor riesgo de trastornos como la depresión mayor, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) e incluso conductas autolesivas, tal como reveló un metaanálisis de Kitzmann et al. (2003).
Además, la violencia de género entre los padres actúa como un modelo distorsionado de relaciones afectivas. Ehrensaft et al. (2003), en un estudio prospectivo de 543 familias, demostró que los hijos criados en hogares con violencia machista tienen tres veces más probabilidades de reproducir patrones de abuso en sus relaciones adultas, ya sea como víctimas o victimarios. Este fenómeno, denominado ciclo de transmisión intergeneracional de la violencia, se explica desde la teoría del aprendizaje social (Bandura, 1977): los niños normalizan la agresión como herramienta para resolver conflictos. En la adultez, esto puede manifestarse en trastornos de personalidad antisocial, donde la falta de empatía y la manipulación se combinan con una visión instrumental de los demás, perpetuando dinámicas de maltrato.
Romper el ciclo con intervención temprana
El maltrato infantil no solo genera sufrimiento individual, sino que perpetúa ciclos de violencia social. Intervenciones basadas en el apego seguro, como la terapia dialéctica-conductual (Linehan) o el enfoque de mentalización (Bateman & Fonagy), pueden restructurar patrones disfuncionales. Como sociedad, es urgente priorizar la protección infantil y el acceso a salud mental, reconociendo que detrás de cada personalidad trastornada hay una historia de dolor que merece ser escuchada y sanada.
Combatir el maltrato infantil no es solo una tarea legal o asistencial, sino un compromiso ético con las generaciones futuras. Como afirmaba Winnicott, «el individuo sano es aquel que fue suficientemente sostenido por un entorno que le permitió sobrevivir al odio que sintió hacia quienes lo frustraron sin destruirlo en el proceso».
Referencias Clave:
• Felitti, V. J. (1998). Estudio ACE.
• Fonagy, P. (2002). Mentalización y desarrollo del yo.
• Van der Kolk, B. (2014). El cuerpo lleva la cuenta.
• Kernberg, O. (1975). Trastornos graves de la personalidad.
GERMAN ESTRADA MARIÑO
SOÑADOR DE UN MUNDO MÁS HUMANO y COMPASIVO
PSICOLOGO CLINICO
PSICOTERAPEUTA INDIVUDUAL DE PAREJA Y FAMILIAR BILINGÜE ONLINE
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
PERITO FORENSE
LIDER CAMPAÑA PREVENCION DE SUICIDIIO JUVENIL
316 4502080