martes 17 Jun 2025
Pico y placa: 7 - 8

La casa del mundo: ecos de la memoria y la existencia

19 mayo 2025 11:49 pm
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Estas cuatro composiciones poéticas son un testimonio íntimo de la fragilidad humana y de la tenacidad del espíritu frente a los avatares del tiempo. Con cada una, invito a explorar los confines de nuestra propia existencia, a indagar los límites de la memoria y a descubrir nuevas maneras de ser y de experimentar en el vasto paisaje de la realidad. Estas narrativas son una invitación a cruzar el umbral de lo cotidiano hacia lo esencial. Son fragmentos de un viaje interior donde la identidad se cuestiona, el recuerdo se reconstruye y la vida se contempla en su fragilidad y su fortaleza. En ellas, el tiempo se despliega sobre sí mismo, lo perdido se revela como eterno

I

Debes volver a la casa del mundo. Estás obligado a regresar a tu destino. La realidad te llama. Ven: siéntate a mi lado. Come una porción de trigo. Aléjate del agua contaminada por el humo de tu cigarrillo. Posa tus ojos sobre la luz vertebrada en la rendija.  Dialoguemos sobre la vid de otros horizontes y respecto a la sonrisa inconclusa de la muchacha en tu memoria. Charlemos de la hierba muerta y sombras de pasos sobre el sendero de los extremos del tiempo. Deja tu cara melancólica junto a la puerta de entrada. Muéstrame tus manos crucificadas sobre el papel en blanco. ¿Llueve?

Sí.

Es la tormenta de los siglos de los siglos. Abate la mañana junto al espectro de la bombilla donde podemos mirar las horas perdidas del pensamiento… Debes volver a la casa del mundo. Estás obligado a regresar poeta maldito.

II

Estoy hecho de pan y vino y fulgor y polvo y niebla y sombras; no hay pasos; no hay camino; floresta firmamento con nubes; centellas a una hora cualquiera: en un tiempo cualquiera; el viento se hace sendero donde alas y piedras y océanos y los cien pies de la hiedra rebasan la frontera de mi nada

III

Si Oliva no hubiese muerto. Hoy sería lunes o quizás un día distinto. Día de hoy. De hoy sin nombre. De luna incubada en el cristal del ayer. Donde bebo gota a gota la tormenta del viernes de vino. Cuando ella murió con los ojos abiertos al filo listo a cortar en dos mi infancia. Antes y después del loco. Uno. El del tiempo mientras reconocía frente a frente a Oliva con su mirada de Oliva. Dos. La época en la cual recuerdo el cuchillo en manos del loco Benjamín. Con su demagogia de no ser el loco Benjamín. Espontaneidades de la noche. Donde la historia del hoy sin nombre es sombra de sombra en mi alma yerba marga. De esto hace el tiempo de la uva. Cuando mis pies recorridos por los siglos de los siglos maceren el día de hoy como si fuese lunes. Lunes de Olivaviva.

IV

Si no hubiese Dios, existiría la Caceldena. Silícica como las entrañas de la granadilla. Jirafa como la mañana aquella en el momento de Dios nombrar el cuello largo o misteriosa, igual a la hora en la cual el cuerpo de Cristo emprendió vuelo hacia el evangelio de la piedra.

Si hubiese Dios, existiría el hombre posible en el amor por el hombre con el costal al hombro donde carga las úlceras del mundo. Si no existiese Dios. Si existiese Dios, el sin amor y el sin odio serían axioma en cada uno de los hombres en el girar de la tierra. Se encarnaría Dios del hombre o el hombre de Dios, y podríamos disfrutar la Caceldena como aguja en el instante de tocar el alma.

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