Las discusiones y fisuras internas del gobierno se hicieron públicas de una manera más evidente en la semana que termina. El ministro del interior llamó “malandrines” a los congresistas por el resultado de la votación de la consulta popular, pero también se provocó la renuncia de la titular de justicia. De acuerdo a las declaraciones de la doctora Ángela María Buitrago, el ex senador Benedetti le exigió la renuncia de diferentes funcionarios adscritos a su cartera. En declaraciones a medios éste negó los señalamientos.
El presidente, entre tanto, dejó ver su distancia de la ministra de relaciones exteriores, curiosamente alguien cercana a él hace unos días, en una visita a China. Laura Sarabia se fue en tren de Beijing a Shangai por cuenta de la ausencia de cupo en el avión presidencial. El jefe de Estado, curiosamente, llamó a la funcionaria para que saliera a su lado en alocución que realizó por la negativa del parlamento en su llamado a las urnas. Muy mala coordinación de nuestros altos dignatarios.
El chiste no queda allí. Colombia suscribió con la segunda economía del mundo un memorando dentro de la iniciativa de la “Franja y Ruta” que lidera la potencia asiática, pero sin la presencia y deliberación del sector empresarial patrio. Los alcances del acuerdo y sus implicaciones eran inciertos para la mayoría de los sectores económicos. En ese sentido, también hubo un cambio de discurso por parte del presidente Petro.
La búsqueda de nuevos mercados no deja de ser una apuesta interesante, pero hacerlo justo en una coyuntura como la que vive el mundo, particularmente en medio de una guerra comercial, al menos es imprudente. China y Estados Unidos alcanzaron niveles arancelarios inéditos en tiempos recientes, por lo que era más prudente esperar un cauce más estable para los vientos económicos hacia el sur. Así mismo, los desencuentros entre Petro y Trump van a jugar papeles claves en las reacciones institucionales.
Los momentos que vive el país son convulsos. A nivel internacional con tensiones innecesarias e internamente con narrativas incendiarias y de huelgas permanentes. Se percibe un ambiente de desorden y de cierto caos entre las diferentes ramas del poder público. Los insultos entre funcionarios y servidores públicos rayan en lo absurdo y los caminos estructurales sobre temas como la salud y las pensiones siguen en el limbo. Es increíble que el Capitolio y la Casa de Nariño no puedan encontrar puntos de consenso en la diferencia. ¿Cómo conseguir la paz si nuestras autoridades se agarran como perros y gatos?
La nueva consulta popular es exótica, lo mismo que la revocatoria al archivo del proyecto de Ley de reforma laboral. La egolatría del ejecutivo y el legislativo se tornan evidentes en ambas decisiones. ¿Por qué no se resolvió el recurso de apelación de la iniciativa antes de los anuncios de consulta popular?; ¿Para qué una nueva convocatoria al pueblo si el proyecto de ley está en trámite? Un raciocinio básico permitiría discernir que esta dialéctica está más enfocada en el 2026 que el daño actual que produce. El perjuicio proviene de todos actores y la víctima es la ciudadanía.
Necesitamos de nuevos liderazgos, impersonales, institucionales, pero particularmente que frenen la polarización y los riesgos que vive la democracia. No se puede seguir descalificando decisiones judiciales y sugerir que la Corte Suprema de Justicia está amangualada con un partido político para desequilibrar fuerzas partidistas. Este sofisma nada tiene con ver con lo sucedido en el Senado y la politización de la administración de justicia es otra variable a la que se le debe poner freno. El llamado es a la reflexión, coherencia interna y menos ambiciones personales.