Hace diez años viajé a Medellín para ver y escuchar a Pepe Mujica en el marco de la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales- CLACSO, 2015, bajo el tema: “Transformaciones democráticas, justicia social y procesos de paz”; el auditorio estaba abarrotado, desde muy temprano, y tuve que resignarme a oírlo a través de los altoparlantes instalados afuera; había más oyentes que espectadores.
Lamentablemente, no se pudo hacer el lanzamiento del libro “Una oveja negra al poder” debido al elevado número de asistentes, hecho que impidió realizar la jornada con firma de autógrafos, como era el deseo de Mujica.
Sus palabras pronunciadas como propuestas, no como imposiciones, resonaron y arrancaron aplausos por millares; bien recuerdo que expresó: “El mundo de hoy se caracteriza por la falta de liderazgo, pero, de otra parte, veo que germinan voces jóvenes inquietas que están buscando su rumbo”. Hizo hincapié en que la vida es el mayor don que tenemos, pero, todos los días conspiramos contra ella, individual o colectivamente, esto sin tener en cuenta el efecto de la guerra, la cual debe ser más eficiente todos los días para poder desaparecer rápidamente a los adversarios.
Si embargo no quiero agotar el espacio de mi columna en la exposición de ese día, dejando por fuera un somero análisis de su personalidad arrolladora, tratando de rendirle un tributo a quien se ha marchado y ha dejado una huella imborrable en quienes piensan que es posible un mundo mejor, pero que para lograrlo es indispensable superar los discursos y comprometerse para que eso se dé. Ante creciente desafección ciudadana hacia la política, el aumento del populismo y el culto a la imagen, la figura de José «Pepe» Mujica, expresidente de Uruguay (2010–2015), emerge como un ejemplo singular de liderazgo sobrio, ético y profundamente humano. Su personalidad ha trascendido las fronteras nacionales para convertirse en un referente mundial de integridad política y coherencia personal.
Mujica fue miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en la década de 1960, un grupo guerrillero urbano que luchaba contra la represión en Uruguay. Fue encarcelado durante 13 años, gran parte de ellos en condiciones extremas, lo que marcó profundamente su carácter. Lejos de salir de la cárcel con sed de venganza, Mujica cultivó una personalidad marcada por la reflexión, la humildad y una filosofía de vida austera. Esta experiencia le permitió distanciarse del poder como objeto de deseo, y más bien, verlo como una herramienta de servicio. Tremendo ejemplo para aquellos que luchan por el poder para poder hacer algo exclusivamente para los suyos.
La personalidad de José Mujica es un recordatorio poderoso de que la autenticidad, la humildad y la ética pueden tener un impacto político global. En un mundo cada vez más escéptico hacia las instituciones y figuras de poder, Mujica encarna una esperanza alternativa: la de un liderazgo que no busca imponerse, sino servir; que no ambiciona riqueza, sino justicia; que no se oculta tras discursos vacíos, sino que habla desde el alma. Su figura es, en definitiva, una llamada a repensar el modo en que nos relacionamos con la política y con nosotros mismos.
¡Paz en su tumba ¡