Dayan Méndez Serna nos cuenta cómo encontró en la formación del SENA la segunda oportunidad que necesitaba para impulsar sus sueños, y que con el paso de los días tenían sabor y aroma a café. Hoy, es técnico en Servicios de Barismo, y durante su proceso formativo fue monitor de la Escuela Nacional para la Calidad del Café.
Pero antes de llegar a la Entidad más querida por los colombianos, Dayan, siendo muy joven conoció un oscuro mundo: “Duré casi ocho años en la drogadicción. Vivía en ambientes muy difíciles, por voluntad propia e hice cosas de las que no me siento orgulloso. Jamás imaginé que llegaría a ser barista, menos aún que el café se convertiría en mi salvación”.
Su vida dio un giro inesperado cuando, buscando una oportunidad de estudio, se matriculó en el SENA. “No sabía qué era barismo. Solo quería estudiar algo corto. Pero fue amor a primera vista”, dice. Así empezó su inmersión en el mundo del café, una bebida que, paradójicamente, le devolvió las esperanzas y le enseñó a creer en sí mismo.
“El barismo me enseñó disciplina, arte, ciencia. Empecé a entender que podía ser útil, que valía como persona. Que mis manos, que antes hacían daño, ahora podían crear algo hermoso”, afirma con orgullo.
Su paso por la Escuela Nacional para la Calidad del Café no fue solo académico: encontró un hogar, una escuela para el ser y el hacer. Durante su formación aun luchaba con sus adicciones: “No fue fácil. Estaba aún luchando. Pero jamás consumí dentro del SENA. Pero ahí entendí que tenía un problema y que debía hacer algo”, relata.
El punto de quiebre llegó con una noticia: sería papá. “Ahí decidí que no podía seguir así. Me fui de la ciudad, viví con una tía, pasé por el infierno de la abstinencia… pero lo logré. Llevo casi diez meses limpio. Dios, mi hijo, mi familia y el SENA me ayudaron a salir adelante”.
Dayan es una figura inspiradora dentro del SENA. Ha sido barista oficial en eventos institucionales, y es admirado por instructores y compañeros. Incluso, ha recibido ofertas laborales para trabajar como barista en el extranjero.
“El café se volvió parte de mi vida. Es mi oficio, mi pasión y, en gran parte, mi terapia. Me salvó. Y quiero que otros jóvenes sepan que sí se puede salir. Ese falso escape que a veces buscamos, es una trampa que solo te quita todo”.
Dayan no oculta su pasado, pero tampoco se detiene en él. Hoy mira hacia adelante, decidido a construir un futuro mejor para él y su hijo. A los jóvenes, les deja un mensaje claro: “No vale la pena intentar encajar en una sociedad que a veces solo te arrastra. Sé tú mismo, valórate, cuida tu cuerpo y busca un propósito. El mío, sorprendentemente, fue el café”.