Cuando a usted un asaltante le apunte con una pistola a la cabeza, siga estas recomendaciones para salir airoso y echar el cuento con final feliz. Si es de los que cree que nunca le pasará, yo decía lo mismo, hasta que me pasó.
En mi caso fue un poco más fuerte porque se trató de dos malandros apuntándome. La primera explicación es que no puedo describir el tipo de arma que usaron. Cuando un investigador me preguntó si fue con pistola o revólver, le respondí: con mucho miedo. En atraco real el susto distorsiona todo. Sobre el mismo hecho puedo tener diferentes versiones porque el pánico bloquea la mente.
Para convencer a un sicario a que no dispare no le dé pena morirse del miedo. Al final de cuentas el único que lo está viendo es el agresor. Él también está botando adrenalina. El corazón se agita y el cerebro se pone lento y caótico.
Quién diga que no da culillo ser amenazado con arma de fuego, que dispare la primera bala. Uno siente que se muere. Que lo destruyen. Uno es un pedazo de mantequilla atravesado desde la cabeza hasta los tobillos por un cuchillo caliente. Es la reducción absoluta de la voluntad humana.
El episodio duró apenas segundos y todo fue una eternidad. No soy la única persona a la que le sucede un atraco callejero en la rutina de la violencia urbana y rural que sacude al país. Pero salir ileso y sin perder nada es una buena historia. Pedirles a dos pistoleros que no jalaran el gatillo porque se habían equivocado de presa, es una acción que ingresa a la categoría de milagro. Nada hice para impedirlo. No existe manual de supervivencia para un caso de tanta gravedad. Está uno a merced de los bandidos.
Una pistola apuntando a la cabeza es un acto escalofriante y una humillación total. Dos pistolas amenazantes sobre la cabeza al mismo tiempo es una escena surrealista al mejor estilo de una película de Quentin Tarantino. En medio de mi derrumbe y pánico porque creí que me había llegado la hora, les dije con tartamudez que nada de valor llevaba encima. También que no portaba armas. A esa hora de la noche, estaba sacando al parque a mi perro Baruck, acosado por su próstata porque es adulto mayor.
Esta historia tiene otra acción paralela y un desenlace de guion real. A esa hora de la noche un amigo oficial de la Policía, en uso de buen retiro, estaba sacando su pastor alemán. Mientras los canes desocupaban sus vejigas hablamos de asuntos cotidianos sin mezclar política. Su esposa se movía por el parque acompañando a los perros y finalizada la faena se vino para su carro parqueado a la orilla del andén. Me despedí del amigo, le puse la correa a mi perro y unos cinco pasos adelante frenó una camioneta gris con placas 958, sin poder leer las letras. Acto seguido, se bajaron dos maleantes con capuchas y pasamontañas. En el vehículo quedó su conductor. Tras recibir mi respuesta que no llevaba armas ni nada de valor, se abalanzaron sobre la pareja de amigos, con tan buena suerte que el coronel ya había alcanzado su pistola que tenía debajo de la silla del conductor. Cuando le dispararon, les contestó igual hasta ponerlos en fuga. En medio del tiroteo corrí veinte metros con Baruck hasta la portería del conjunto donde vivo para decirle al conserje que llamara la Policía.
Fugados los malhechores, regresé al teatro de los acontecimientos y por fortuna ni muertos ni heridos. Cero robos. Nada nos quitaron. Otra vez, como es normal cada día en nuestro país, un policía es un héroe anónimo. Tributos y honores para todos los policías y soldados de Colombia. Sólo ellos dan la vida por salvar nuestras vidas.
Los anteriores hechos y personajes somos reales. Vividos en carne propia el pasado 28 de abril, en el barrio donde vivo en Bogotá. Cuando al otro día los investigadores de la SIJIN copiaron los videos, el reloj señalaba que el tiroteo se produjo a las 10:58 de la noche. Sólo omito el nombre del barrio.