En Colombia la irrupción de las identidades étnicas como mecanismos de representación política se apoyaron, por encima de todo, en el aparato constitucional que fue proclamado en la constitución política en 1991. En este contexto una nueva era inició, una en la que pueblos indígenas que por siglos fueron vistos como “menores de edad”, ahora accedían a los espacios de toma de decisión a través de mecanismos especialmente diseñados para ello, así cómo también se dinamizaban temas particulares como el acceso al territorio, los niveles de autonomía de los mismos y los mecanismos para el ejercicio del gobierno propio en los mismos.
A través de estos procesos muchos resguardos indígenas en el país fueron legalizados y sus autoridades reconocidas, valiéndose para esto en muchos casos de títulos coloniales que fueron desempolvados para demostrar tradiciones históricas de tenencia que habían sido irrespetadas por otros actores externos; gracias a esto muchos territorios volvieron a sus legítimos dueños, en procesos que subsanaron décadas y hasta siglos de injusticias.
Sin embargo, y así como la legislación en muchos casos logró su objetivo, la apertura de estas nuevas posibilidades también dio pie a muchos oportunistas que encontraron en el amparo de estas nuevas políticas formas de acceder a la tierra apoyados en vericuetos legales intrincados, así como en reivindicaciones rebuscadas o directamente falsas. Como bien dice el refrán, hecha la ley, hecha la trampa, y bien sabemos que para estos menesteres hay verdaderos genios en nuestro país, tal la situación inverosímil que les voy a relatar a continuación.
Me encontraba hace unos cuantos años realizando un trabajo en Silvia, Cauca, comisionado por la Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior, cuando me llegó un mensaje de parte de quien fuera en aquellos años el director de la dependencia mencionada, pidiéndome que atendiera en Popayán a una gente que estaba interesada en iniciar un proceso de reclamación territorial basado en unos documentos de la época de la colonia del municipio de Timbío. El director, en tono jocoso, me dijo: “dicen que son indígenas del pueblo Timbú, mire a ver como los embolata porque eso suena como raro”.
Sin haber escuchado nunca de la existencia actual de este pueblo indígena, me dirigí en la fecha acordada a la sede del CRIC en la capital caucana, lugar en el que habíamos acordado el encuentro con estos altos dignatarios de esta etnia olvidada.
Si bien no soy muy dado a juzgar a las personas por su aspecto físico, y teniendo claro desde hacía años que la identidad colectiva no tiene que responder exclusivamente a un fenotipo determinado o alguna forma de vestir o comportarse en especial, no dejó de parecerme curioso que las personas que me esperaban en el lugar tuvieran todos aspectos tan lejanos a los que uno generalmente puede encontrar entre los indígenas de la región. Estas eran personas mestizas, cuando no blancas con rasgos incluso europeos, siendo el “cacique” un señor que incluso me recordaba mucho a un tío mío, que por lo demás era blanco como la leche, y quien después me enteré que era un exalcalde del municipio mencionado.
Durante la reunión, estos “representantes del pueblo Timbú” me expusieron su interés por hacerse con unos terrenos que eran propiedad de la iglesia desde el siglo XVIII, cuando habían sido expropiados a una comunidad indígena que allí habitaba, y querían saber como era el procedimiento administrativo con Mininterior para lograrlo, basándose en la reivindicación de una supuesta pertenencia étnica.
Teniendo claro yo cual era el proceso en cuestión, pero poseído por la curiosidad que me producía porque está gente pensaba que eran aptos para tomar el camino legal por el que habían optado, quise indagar un poco mas sobre su reclamo, pidiéndoles en repetidas ocasiones que me contaran cuál era su parentesco con aquellos indígenas que habían sido despojados casi tres siglos atrás. Luego de varias respuestas que se me antojaron evasivas, una señora mayor que acompañaba la reunión pidió la palabra para explicarme que la “revelación” de que esa tierra tenía que ser para ellos le había llegado a través de “un sueño” en el que los indígenas del pasado le pedían que, junto al “cacique”, se asentaran en sus tierras históricas.
Luego de esta explicación me quedó claro que no tenía mucho mas que hacer allí, así que los “corté por lo sano” contándoles que para iniciar un proceso del tipo que ellos querían necesitarían pasar un Estudio Etnográfico que evidenciara su relación directa con la supuesta étnia Timbú, y que a mi parecer ellos no tenían forma alguna de demostrar esto. A pesar de los reclamos del “cacique”, en los que me hacía saber que el podía tener línea directa con el ministro y solucionar este impasse de alguna forma, di por terminada la reunión y salí del lugar, aún incrédulo de lo que acababa de escuchar.
Posteriormente, gracias a lo que me informaron algunos conocidos de la región, supe que el señor “cacique” en realidad estaba detrás de las tierras en cuestión para construir un proyecto inmobiliario con el cual esperaba lucrarse, siendo sus compañeros de “etnia” los inversionistas menores que lo estaban acompañando en su aventura comercial, la cual seguramente iba a ser muchísimo mas rentable no siendo necesario comprar los terrenos bajo las normas de la economía de mercado, sino interpretando torpemente los mecanismos a través de los cuales los pueblos indígenas, por cuenta de sus reivindicaciones identitarias y su derecho al territorio, venían desde hace varios años recuperando las tierras que de ellos eran.