Colombia necesita con urgencia una renovación profunda en su liderazgo. No una revolución populista ni una continuidad maquillada, sino un verdadero cambio de mentalidad, de formas de hacer política, de construir país. Un nuevo tipo de Presidente. No un redentor improvisado, sino una figura que encarne el equilibrio entre la experiencia y la frescura, entre la sensatez y la audacia. Quizás alguien con estos atributos podría ser lo que toda Colombia necesita.
Un Presidente que represente un verdadero cambio generacional, no solo por su edad, sino por su visión del mundo, por su comprensión de los retos del presente y del futuro: el cambio climático, la economía digital, la transformación educativa, la inclusión, la ética pública, la tecnología aplicada para impactar positivamente una sociedad que lo requiere con urgencia. Pero también alguien que no aterrice por primera vez en lo público, sino que haya caminado durante años por sus senderos, acumulando aprendizajes, enfrentando desafíos, construyendo desde el respeto por lo institucional y demostrando coherencia, transparencia y resultados concretos.
Alguien que inspire confianza porque nunca se ha enriquecido a costa del Estado, que pueda mirar a los ojos a la ciudadanía y decir: “aquí está mi hoja de vida, sin tachas, sin escándalos, sin investigaciones”. Que tenga la credibilidad suficiente para hablar de lucha contra la corrupción sin sonar a discurso vacío o a slogan de campaña.
Un Presidente que no busque dividir para reinar. Que entienda que el país no se gobierna con trincheras ideológicas, ni con insultos, ni con enemigos imaginarios, sino con consensos posibles, con acuerdos respetuosos, con responsabilidad compartida. Pero que al mismo tiempo no sea un acomodado del poder, ni un neutral indolente. Que tenga criterio propio, que defienda con firmeza lo que considera correcto, que no sea rehén de partidos ni de mecenas económicos, y que tenga el valor de decir “no” cuando deba hacerlo.
Un líder que sea conciliador, pero no débil; firme, pero no autoritario; moderno, pero no superficial; empático, pero no manipulador. Que entienda que gobernar es más que administrar: es convocar, inspirar, escuchar y actuar con inteligencia estratégica.
Colombia necesita también, con el mismo sentido de urgencia, salir del torbellino de la polarización y de la violencia política. Estamos atrapados en un ciclo de odios, desconfianzas, revanchas y pasados sin cerrar. Los extremos nos han robado el centro. Nos estamos hablando a gritos, señalando con rabia, desconociendo la humanidad del otro. La violencia, que antes se expresaba con armas, hoy se manifiesta en redes, en discursos, en las plazas públicas, en las calles, en la institucionalidad misma. Y ese clima nos está desangrando, espiritual, social y democráticamente.
Por eso este país no solo necesita a alguien capaz, sino a alguien que pueda desescalar los ánimos, tejer puentes, sanar heridas sin desconocer responsabilidades, y reconciliar sin claudicar en los principios. No se trata de maquillar los conflictos, sino de transformarlos. De dejar de gobernar sobre la base del miedo, el resentimiento o la venganza.
Colombia no necesita un caudillo, necesita un estadista. No necesita un influencer, necesita un servidor público con carácter y visión. No necesita un salvador, necesita un colectivo liderado por alguien que sepa integrar talentos y sumar voluntades.
Quizás ese alguien ya esté entre nosotros. Quizás ha venido preparándose en silencio, acumulando experiencia, esperando su momento. Quizás lo hemos visto caminar por las calles, trabajar desde un barrio, un municipio, un ministerio, o incluso desde el Congreso. No será fácil identificarlo en medio del ruido, pero cuando lo veamos, lo sabremos: será alguien que no prometa todo, sino que prometa lo posible, y lo cumpla.
Ese día, ojalá no muy lejano, podríamos volver a creer que si hay un camino. Porque quizás, por fin, alguien con esos atributos llegue a la Presidencia. Y eso, en estos tiempos tan oscuros, podría ser lo que toda Colombia necesita.