KILOSOFÍAS/ ¡Si los humanos fueran más animales!

12 abril 2025 11:29 pm
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Pedro Elías Martínez

Los animales son nuestros compañeros de viaje. Viven por aquí antes de nosotros y seguirán cuando nos hayamos ido. Como sabemos, la teoría de la ciencia nos lleva al momento en que nuestros ancestros compartieron con ellos el inicio del camino. Nuestra presencia en el tiempo es un legado de los animales. Con razón decía Lord Byron: «Puedo asegurar que de los animales heredamos lo poco bueno que hay en el ser humano».

Siendo parientes nuestros, los hemos utilizado hasta en la guerra y a la vez tanto nos han fascinado que los hemos puesto de ejemplo en las fábulas, achacándoles a ellos nuestras escasas virtudes y todos nuestros defectos. El burro simboliza la paciencia, pero también las burradas; la hormiga, el trabajo; la paloma, la paz; el cuervo, el rencor; la cigarra, la pereza; el lobo, el engaño; el búho, la mala suerte; la serpiente, la maldad…

Por fortuna, la literatura y el cine rescatan a dignos representantes del reino animal: Rocinante se ganó la admiración de la humanidad, Platero es uno de los burros más queridos, el zorro de El Principito, Lassie, Juan Salvador Gaviota, etc., hasta el Murciélago Alevoso que importunaba a fray Diego González y éste lo conjuró deseándole un dichoso fin:

«Te puncen y te sajen,

te tunden, te golpeen, te martillen,

te piquen, te acribillen,

te dividan, te corten y te rajen.

Te desmiembren, te partan, te degüellen,

te hiendan, te desuellen,

te estrujen, te aporreen, te magullen,

te deshagan, confundan y aturrullen».

El gallo pinto de El coronel no tiene quien le escriba, es una motivación en la existencia del anciano. Un estudioso de la obra de Gabo, el español Cristóbal Acosta Torres, recopiló las menciones de 240 animales que aparecen en sus libros, no sólo mariposas amarillas, burros, grillos, perros, hormigas voladoras, alcaravanes, etc., sino dragones y otros seres fantásticos.

Nos queda mucho por reaprender de los animales. Para no ir tan lejos, larga es la lista de las bondades de nuestras mascotas. En ese aspecto, ojalá la humanidad pudiera resetearse, ir al inicio, para aprender a sobrevivir en paz, amarnos y comprendernos sin mala fe, como transeúntes del mismo retazo de tiempo, del mismo itinerario de la vida. ¡Ah, si los humanos fueran más animales!

Dar el corazón, sin reparar en las condiciones de quien lo recibe,

debiera ser la meta de la especie que camina a paso largo

sin saber hacia dónde. Para los políticos, todos valemos

igual el día de las elecciones… pero después…

en el mundo de los ciudadanos, ya veremos si un indígena

se equipara a un blanco, el hombre a la mujer,

el amo al pobre, un congresista a un bandido,

si solo en la música una blanca vale dos negras…

Eso forma parte de la humanidad —pensamos—,

y no se puede atajar el desarrollo.

Pero, ¿qué regresión habría si nuestro odio irracional evoluciona

hacia nobles sentimientos de ardilla, pez o golondrina?

¡Ah, qué distintos serían los humanos

si en ellos latiera el corazón de una mascota!

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