EL FANTASMA DE LEHDER

10 abril 2025 10:26 pm
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Hace 38 años cayó Carlos Lehder en manos de la justicia y ese mismo día fue deportado a Estados Unidos. Era el primer extraditado en la guerra que se libraba contra los capos. El mafioso, que llevaba una vida disipada –dedicado al consumo de marihuana y cocaína–, había dejado de ser ficha importante para el cartel de Medellín, del que era uno de sus creadores. Todo parece indicar que sus mismos compañeros delataron su escondite para librarse de él y distraer al Gobierno.

Con ese hecho se cerraban en el Quindío nueve años de vida borrascosa (1978-1987), que el capo implantó bajo el mandato de las drogas y el imperio del dinero corrupto. Con el regreso a su tierra nativa, de donde había salido en la juventud para volverse ladrón de carros en Nueva York, la comarca inició la peor etapa de su historia. Con su captura y extradición, regresó una calma relativa. Quedaban muchas heridas abiertas tras la época de desenfrenos que desquició los valores de la familia quindiana. Y se necesitaba el paso no de una sino de varias generaciones para borrar el recuerdo de aquellos días funestos.

Atraído por esa vida funambulesca, el cineasta Camilo Martín Ortiz se dedicó a investigar las andanzas del capo en aquellos años de protagonismo torcido. Esa historia quedó plasmada en El mágico, documental que debe su título al apodo de “mago” con que algunos llamaban a Lehder por sus increíbles aventuras y fechorías.

El negocio de narcóticos lo dirigía desde Cayo Norman, isla en las Bahamas que le servía de base para introducir la mercancía a Estados Unidos. Al saber que el Quindío gozaba de una próspera situación a raíz de la bonanza cafetera, se propuso rendirle un homenaje a su tierra nativa. Un homenaje a su manera.

Al despacho del gobernador del Quindío llegaba días después un regalo insólito: una avioneta Piper Navajo, para que el mandatario se desplazara con facilidad a los municipios montañosos. Se trataba de producir alboroto para que el nombre del capo sonara a los cuatro vientos. De ahí en adelante vendrían días oscuros para la región, aunque alumbrados por el dinero dañino con que se compró la conciencia de mucha gente y se pervirtió la moral pública.

La noticia causó revuelo en la comunidad, y pronto fue identificado el donante como el hijo ausente del ingeniero alemán Guillermo Lehder, hombre silencioso y honorable que en épocas lejanas había construido el ferrocarril de Armenia. Ahora, bajo la falsa figura de benefactor público, el capo destinaba sumas flamantes para apoyar obras sociales, crear supermercados populares, financiar el deporte y hacer cuanta donación le creara imagen publicitaria.

El Círculo de Periodistas del Quindío, como muestra de gratitud por un cheque recibido de él para la reparación de su sede, le entregó una bandeja de plata y bautizó con el nombre de Salón Bahamas uno de sus recintos. Jóvenes profesionales y jovencitas frívolas, al igual que personas de reconocida trayectoria, pasaron a ocupar puestos de privilegio en el emporio económico. Al propio gobernador lo tentó con la oferta de nombrarlo gerente de su organización. Él no picó el anzuelo, pero sí lo hizo su secretario de Gobierno.

Y comenzaron a volar lujosas avionetas por los cielos quindianos. Al principio, el tráfico de drogas fue discreto y después, descarado. Los narcóticos penetraban por todas partes, a ojos vistas, y causaban delirio y ruina moral. De momento no se reparaba en la ruina moral: la fiebre de oro se apoderaba del departamento.

Tierras invendibles eran transadas a precios fabulosos. Nuevos ricos surgían por doquier. Se construían pistas clandestinas y se hablaba de un territorio cada vez más extenso para la soberanía del monarca. Todo se sabía, pero nadie hacía nada para frenar la perversión. Con la modorra de la conciencia colectiva se perpetraron infinidad de exabruptos y se perdieron los principios ancestrales de una comunidad respetable. Todo lo compraba el dinero y lo barnizaba la moda.

El mafioso, como por arte de magia, un día se volvió político. Aprendió ademanes de orador. Luego, llenaba las plazas tanto del Quindío como de otros lugares del país con multitudes bien remuneradas. Contrató magos para que su imagen se difundiera en el ámbito nacional. Ya el Quindío le quedaba pequeño.

Fundó su propio partido y compró un periódico para difundir su imagen. Quiso entrar a los clubes sociales, pero estos le cerraron las puertas. Entonces fundó su propio club: la Posada Alemana. En la entrada del complejo turístico hizo levantar una estatua de Lennon, su ídolo, construida por el maestro Arenas Betancourt. Como el obispo de Armenia no quiso bendecir la sede, se llevó al de Pereira, monseñor Darío Castrillón, que no se negó a esparcir el agua bendita, acción muy bien retribuida por el capo.

Con su captura, se desmoronó su imperio. Desapareció la estatua de Lennon y hoy nadie sabe quién se la llevó a hurtadillas. Un incendio misterioso arrasó el comedor principal y por poco consume toda la edificación. Más tarde la propiedad fue invadida por la hierba y las tinieblas. Lo que antes fue esplendor, ahora eran escombros. Por allí camina el fantasma de Lehder. Monseñor Castrillón, para justificar el recibo del dinero corrupto, dijo que la plata mala se purifica dándole la bendición para destinarla a obras buenas.

Lehder vuelve ahora a Colombia después de pagar 33 años de cárcel en Estados Unidos. Y anuncia que regresará a Alemania. Ya sus excentricidades y locuras son cosa del pasado, pero el Quindío no ha podido disipar la pesadilla. Y sigue viendo fantasmas.  

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