Ofrezco las debidas excusas, si el titular de la presente nota luce exagerado, salido de toda realidad, o lastime sentimientos. Tristemente es la verdad.
hace ya algún tiempo, me he dedicado a consultar especialistas en la materia, animado por mi sensibilidad y aprecio con la persona humana, el valor moral y material de la mujer. porque declaro con templanza espiritual que, por cada mujer, cada uno de nosotros estamos en este mundo. de sus vientres magnánimos hemos nacido y por eso estamos aquí. comulgamos con las comunidades defensoras de la vida, con la entidad Pro-vida y con quienes proclaman la dignidad de la persona.
De aquí en adelante nos apoyamos en la sabiduría científica del ginecólogo Bernard Nathason, quien desde 1949 está en este camino de la ciencia médica y narra en un video titulado “Grito del silencio”, la dureza, o mejor el viacrucis que genera el aborto, en los distintos pasos de su episodio, o sea el proceso abortivo, que es la aplicación de una aspiradora manual, para insertar una cánula, que es un tubo delgado al útero, a través de la vagina y el cuello uterino, lo que crea una succión para vaciar de un todo el contenido en plena formación,
El aborto concluye con la expulsión del feto, a través del canal vaginal. De aquí en adelante se percibe el grito escalofriante y silencioso en cara de un niño que ahora se enfrenta a la extinción inminente. Es decir, a la muerte.
A partir de 1970 comenzó el periodo de análisis para los abortistas y ginecólogos y anestesiólogos, quienes expresaban que “al estar ese ser en el útero de una madre, se abría paso indiscutiblemente a un nuevo ser humano, con sus cualidades únicas, o carecía de ellas” y ampliando la discusión y en los años 70 llegó a la ciencia médica, el estudio, llamado fetología, que bajo el amparo de los adelantos tecnológicos, facilitaron recurrir a las imágenes ultrasónicas, a la inspección cardiaca del feto por medio de la histeroscopia y otros recursos científicos.
Todo lo anterior condujo a una observación ultrasónica del feto sobre el útero: niño o niña desconocidos pero observados por la ciencia médica. Qué observación tan esperanzadora. El niño nonato es un ser integrante de la humanidad. Es otro miembro de la comunidad humana.
En contraste, el nonato se configura como una víctima, se ve entonces al niño desarticulado, aplastado y desmembrado totalmente, hasta su propia destrucción corporal por los insensibles instrumentos de acero del abortista.
El doctor Bernard Nathason mira atento su pantalla y dice que la representación del desarrollo del niño desde su etapa de vida prenatal la ha analizado de principio a fin.
Indica la vivencia del feto, con una edad de 12 semanas de gestación, como prueba fehaciente de la presencia y activador fisiológica de una persona humana. A manera de sentencia formativa indica que estamos en una era donde apropiadamente declaramos al niño nonato como nuestro segundo paciente. Así, deja de ser víctima anotamos nosotros.
A estas alturas, hace un llamado a los médicos hacia una nueva concepción del feto como un ser humano, digno de atención. Los abortistas se valen de unos instrumentos como el tenáculo, que sujeta el cuello uterino con su respectiva sonda, con lo que se determina el tamaño del útero. Aplican los dilatadores, al unísono con el aparato de succión (léase extracción). La punta de la succionadora perfora la bolsa que contiene el niño, por lo tanto, las partes se destruyen una a una. Finalmente, solo quedan los fragmentos del cuerpo. Se acude al llamado fórceps de pólipo (masa benigna del útero), donde el abortista toma en sus manos la cabeza y los huesos aplastados. Y aquí, el aborto llega a su fin. Mejor dicho, se ha descuartizado un cuerpo humano.