Andrés Felipe Velásquez, administrador de negocios y técnico en electrónica de la Universidad del Quindío, ha tejido su vida alrededor de las 64 casillas. Como instructor universitario, no solo comparte estrategias de juego sino lecciones que trascienden en el tablero. Su voz se llena de entusiasmo al hablar de cómo ha entrenado junto a grandes figuras del ajedrez, aunque su mayor orgullo está en las aulas: «Aquí sembramos disciplina y creatividad, pieza a pieza», dice con una sonrisa.
Todo comenzó en una esquina de Armenia, a los 14 años. Un grupo de niños jugando ajedrez, lo hipnotizó. «Me moría por aprender, pero mi amigo me cobraba 100 pesos diarios por enseñarme», cuenta entre risas, como si aún sintiera el peso de esas monedas en el bolsillo. Hoy, con 34 años, es el número uno del Quindío y un formador incansable. Desde 2012, su taller en Bienestar Institucional es un imán para curiosos: allí, las piezas se mueven al ritmo de decisiones que moldean carácter.
Sus historias brillan más que cualquier trofeo. Está la de Andrés Camilo Soto, su pupilo campeón que pronto llevará el tricolor colombiano a Chile, pero también aquellos no tan conocidos que le escriben años después: «Profe, el ajedrez me salvó de abandonar la universidad», le confesó uno. En sus clases conviven abuelos retando a nietos, jóvenes en silla de ruedas derrotando a fuertes atletas, y niños con autismo que hablan con enroques y jaques mate. «El ajedrez nos recuerda que tanto las reinas como los peones van al final a la misma caja» reflexiona mientras acomoda un caballo desgastado.

Ese caballo forma parte de su primer ajedrez de plástico, comprado con sus ahorros de adolescente. «Estas piezas me dieron amigos, paciencia y hasta mi vocación», confiesa, acariciando el tablero como si guardara recuerdos diferentes en cada casilla. Cada último viernes de mes, su iniciativa Los Viernes del Ajedrez transforma el salón en un templo: risas de novatos se mezclan con ceños fruncidos de expertos.
Lo cierto es que, con 93 niños representando al departamento en el Nacional Escolar, ese sueño que tuvo algún día de tener un Quindío donde el ajedrez se respira en cada esquina, parece empezar a cumplirse.