Un ensayo que va más allá de lo grotesco

2 abril 2025 11:35 pm
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Francisco A. Cifuentes S.                

“El orden es el placer de la razón, pero el desorden es la delicia de la imaginación” (Paul Claudel)

Aunque suelo disfrutar de la lectura de los poemas escritos por autores quindianos desde Baudilio Montoya hasta llegar a Juan Aurelio García Giraldo y su maravilloso poemario “Vanas Gentes”, siempre pienso en lo poco que se produce en materia de ensayo y de investigación filosófica y literaria. Por eso, como un simple lector no especializado valoro y degusto textos que recientemente leo, por ejemplo “La ciudadanía algoritmizada” del Doctor José Reinel Sánchez, “Lenguaje y habla” y “Lo que pienso de la filosofía y otros pensamientos en prosa pequeña” del profesor Diego Rincón; los que se merecen una reseña posterior y autónoma. En principio, es de relevancia, que estos escritores hagan parte de la Universidad del Quindío, dándole lustre, no solo a sus plumas sino a la producción académica que se incuba en nuestras aulas para el conocimiento y el disfrute ciudadano, en la medida de sus diversas apreciaciones, tanto en lectores bien cultivados como en legos que otean el saber fuera de las aulas.

Escuchar una conferencia o asistir a un conversatorio del Doctor Juan Manuel Acevedo Carvajal es todo un placer del texto abierto, parafraseando aquí un tanto al francés Roland Barthes; pues aquella combina la exposición magistral, la lectura de párrafos, salpica la charla con anécdotas y ejemplos de la vida cotidiana y todo lo adereza con su risa y su graciosa mirada.   Así es como nos va conduciendo para podernos introducir en la lectura de sus investigaciones literarias y filosóficas que en forma profunda ha consignado en su reciente obra titulada “La estética de lo grotesco” (Favila. Bogotá. 2024).

Así como podernos asombrarnos y llegar a sentir cierta admiración por “la tragedia griega” con Esquilo, Sófocles y Eurípides, “el teatro del absurdo” con Ionesco, Beckett, Genet y Jarry, “el teatro de la crueldad” de Artaud, “el realismo sucio” de Bukowski y representantes menores de la llamada “literatura de alcantarilla”, igualmente se puede asistir a una recepción sublime de una serie de escritos, pinturas, músicas, películas, coreografías y modas que se pueden englobar en la difusa categoría de “perlas sucias” y de mejores y más dicientes calificativos que están considerados dentro de la llamada “estética de lo grotesco”. A este caso y mucho más, asistimos con las investigaciones y las reflexiones del profesor Juan Manuel y su última obra.

A la manera de Foucault se permite realizar toda una arqueología que va desde las clásicas consideraciones de lo bello, bueno y verdadero de los autores greco-romanos hasta llegar a las deconstrucciones afincadas en Adorno, Borges y Deleuze.  Hace una excelente utilización de Umberto Eco en sus textos sobre La Historia de la Belleza y La Historia de la Fealdad.  Se detiene en las consideraciones estéticas y poéticas de Schlegel (“lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado”) y la filosofía alemana, igual que se afianza en los poetas malditos (dice Baudelaire, que “el mérito principal de Goya consiste en su habilidad para crear monstruosidades creíbles y tangibles”) y las reflexiones de Bajtín sobre el carnaval y la cultura popular. Pero con todo ello analiza a Pantagruell y Antonín Artaud hasta llegar a lo que él nos quería mostrar en la narrativa de Roberto Arlt, Pablo Palacio, Lázaro Covadlo y Ricardo Piglia.

Lo bello, lo feo y lo grotesco

Acevedo hace la genealogía de las categorías de lo bello, lo feo y lo grotesco desde su significados griegos y latinos hasta las acepciones modernas y postmodernas que lo llevan a justificar la necesidad de considerar “un cuerpo estético” y “el derecho a un discurso de la sensibilidad” con los cuales se puedan estudiar algunas producciones textuales que estarían por fuera de los cánones clásicos de lo más sublime y lo más bello, para abrirse a lo fractal, a lo disímil y a cierto feísmo que nos aterra, nos conmueve y también nos produce placer estético.

Pero para poder llegar hasta ahí, enmarca las tesis de fundamentación y las obras de estudio en su contexto histórico y social, pasando por una historia de las mentalidades y las sensibilidades, los distintos modos de recepción del arte y la literatura y las consideraciones más acá de Kant y su Critica del Juicio; es decir, configurando toda una serie de dispositivos de apreciación basados en Freud, Jung y Lacan.

Así va a ahondar en la sombra, los espejos, la opacidad, los dobles, lo fractal, los cuerpos sin órganos, el delirio literario, el relato delirante, el infierno del alma, lo que está fuera del surco, las sensibilidades del borde, la insensatez, el extrañamiento, lo escindido, la muerte, la violencia, los mensajes políticos del cuerpo y las políticas del cuerpo… todo, a través del arte y la literatura.

Del escritor argentino Roberto Arlt dice:

“Se observan así la miseria y la grandeza del hombre representado en la obra de Arlt: primero aparecen los apestados que pasan de alienación en alienación, que separan la conciencia del cuerpo para obligar a los otros a vivir las miserias del exterior, mientras ellos se confinan en las miserias de su yo, pues en el mundo grotesco, lo habitual se torna de repente extraño y hostil…”

Cuando Deleuze afirma “lo que le sucede al caballo también puede sucederme a mi” o cuando sucedió la famosa anécdota e imagen en la cual Nietzsche abraza y habla con un caballo en la calle, se nos está advirtiendo acerca de la resistencia de la lógica racional del cuerpo, de la necesidad y la capacidad de leerse todo esto en diversas formas, de la acepción acerca de las máquinas biológicas, de las corporeidades anormales, del ser humano animalizado y de la urgente deconstrucción de lo clásico y lo racional para entender y degustar lo otro, lo distinto, ”lo crudo y lo cocido” según Claude Levi-Strauss, “lo normal y lo patológico” de Georges Canguillehem o “lo anormal” de acuerdo a Michel Foucault.

Al respecto trae un fragmento de Virgilio Piñera que está en la tónica de lo expresado anteriormente así: “Eras tú el inigualable, el intraducible, el refractario; asomarme a ti era como asomarme a una negra superficie que no me reflejaría; llamarte supondría llamar al silencio que jamás desciende a escuchar la voz de los mortales”.

Así, según Acevedo “La propuesta presenta la lectura de ciertas obras de la literatura latinoamericana contemporánea, que generan en su proceso de representación algunas narraciones dislocadas y, con ellas, lo que conocemos como ficciones delirantes”. Y, en consecuencia, en “esos presupuestos sistémicos del delirio”, el estudio de “la constitución subjetiva del delirio” y “la organización del discurso delirante”, cita a Álvaro Enrrigue, Roberto Bolaño, Mario Bellatín, Guillermo Rosales, Horacio Castellanos, Rita Indiana Hernández y Rodrigo de Souza.

De Ricardo Piglia analiza muy bien “La loca y el relato del crimen” (1975) y, refiriéndose a “La ciudad ausente” cita de él lo siguiente, que nos parece muy ilustrativo:

“aparece una isla, al borde del mundo, una especie de utopía lingüística sobre la vida futura. Un sobrediente construye una mujer artificial. Es un mito…el náufrago construye una mujer con los restos que le trae el río”. Este puede ser otro Robinson Crusoe, puede ser uno de nosotros en la selva de cemento, alguien de la manigua de los internautas, otro de los cementerios de las guerras actuales o simplemente un loco más de los que suele producir esa relación edípica con la esquizofrenia y el capitalismo según el esquizoanálisis de Deleuze y Guattari.

Ahora que estamos ante tanto cuerpo desnudo, tanto cuerpo descuartizado, tanta novela de capos, guerrilleros, paramilitares y tantas versiones dislocadas de San Sebastián, convendría preguntarnos por los límites del yo, por los reflejos de nuestra sociedad ante los espejos trizados de la historia y mirar la carne como ”sociedad anónima» o extender estas figuraciones para ser explicadas a la luz de la biopolítica y la necropolítica y en consecuencia preguntarnos por el derecho a la vida, el derecho a la muerte, el papel de los soberanos, los estados de excepción y la reconfiguración de los cuerpos más allá del derecho y la política, tal vez en el terreno del arte y de la literatura.

 Por último, en “Los cuentos fríos” Piñera escribe: “El autor estima que la vida no premia ni castiga, no condena ni salva o, para ser más exactos, no alcanza a discernir estas complicadas categorías. Solo puede decirse que vive”.

Con esta breve reseña invito a leer a Juan Manuel Acevedo y su profunda e ilustrativa reflexión sobre temas tan antiguos como contemporáneos, en una magnifica hibridación de literatura latinoamericana, teoría literaria y análisis filosófico a partir de los teóricos más lúcidos del siglo XX y XXI. Prosigamos así por el camino del asombro, del placer y de la reflexión de la mano de uno de los profesores más profundos en la apreciación de la literatura latinoamericana contemporánea, que con fortuna lo tenemos entre nosotros.

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