La otra Cartagena

2 abril 2025 10:12 pm
Compartir:

El Distrito de Cartagena de Indias se erige como la segunda ciudad más importante de la Costa Caribe Colombiana. Su privilegiada ubicación frente al mar Caribe la convierte en un destino turístico por excelencia. El rico patrimonio cultural y arquitectónico de la ciudad la transforma en un lugar deslumbrante para quienes la visitan. Entre sus principales atracciones se encuentran la Ciudad Amurallada y el Centro Histórico, además de sus playas más emblemáticas: Bocagrande, Castillogrande, El Laguito, Marbella, El Manzanillo y, por supuesto, las majestuosas islas de arena blanca como Barú, el Rosario y San Bernardo, entre otras. Estos atractivos naturales han atraído a las cadenas hoteleras más prestigiosas del mundo, que hacen presencia en la ciudad; aquí se pueden encontrar hoteles de renombre como Hilton, Marriot, Intercontinental y Relais and Châteaux.

No estamos hablando únicamente de un destino turístico; su ubicación estratégica a orillas del Gran Caribe la convierte en una vital arteria para el comercio marítimo internacional. A tan solo 265 millas náuticas del Canal de Panamá, este lugar se erige como un punto de conexión clave tanto en la región como en el continente. En la actualidad, el puerto opera con 25 líneas navieras y mantiene conexiones con 75 puertos en 140 países alrededor del mundo. sus ventajas competitivas benefician tanto a exportadores como a importadores colombianos, así como a las compañías internacionales que realizan transbordos en el puerto.

Una cara diferente

Recientemente visité La Boquilla, un corregimiento de Cartagena, donde viven unas 22,000 personas. No fui de turismo, sino para conocer la ciudad invisible. Al llegar, me sorprendió la proximidad del mar y la naturaleza virgen, ya que no ha sido alterada por humanos. La Boquilla tiene 5. 9 kilómetros de playas, que son las más seguras de Cartagena, según los salvavidas, porque no tienen espolones de roca que causen corrientes peligrosas.

En 2012, el desaparecido Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (Incoder) emitió la resolución 0467, con fecha del 30 de marzo, mediante la cual se reconoció y adjudicó el título colectivo de tierras al Consejo Comunitario de la Boquilla. Este evento marcó un hito histórico para la comunidad afrocaribeña, ya que se validaron sus derechos territoriales ancestrales. Sin embargo, debido a su estratégica ubicación geográfica, este territorio ha sido objeto de disputas por parte de las élites locales, que intentan revertir la resolución para permitir la expansión urbana en la zona. Esta resolución ha sido crucial para proteger a los habitantes de la Boquilla de posibles desplazamientos. Localizada a solo 15 minutos del Centro Histórico y a 10 minutos del Aeropuerto Internacional Rafael Núñez, esta comunidad afrocaribeña ha vivido durante más de un siglo a la orilla de las playas del norte de la ciudad.

Al iniciar mi recorrido, vi un contraste entre dos ciudades: la rica y ostentosa Cartagena, con sus complejos hoteleros y centros de entretenimiento de élite, y la pobreza y el abandono. En ese instante, una serie de preguntas recorrieron mi mente: ¿Por qué la gente vive en esta situación cuando está rodeada de tanta riqueza? ¿Por qué el turismo de la ciudad no los ha beneficiado directamente? Otra cosa que llamó mi atención fue no ver, en fin, de semana, la zona llena de turistas, a diferencia de la zona hotelera de la playa de Bocagrande.

Caminado por la arena

En mi recorrido por la Boquilla, empiezo a adentrarme en las calles donde residen los pobladores. Lo que me impactó fue ver un mapa de pobreza: las calles no estaban pavimentadas, las luminarias en mal estado, viviendas estaban derruidas, y al seguir caminando por las improvisadas calles, se ve en las puertas de las casas a la gente pelando mango, coco, arreglando pescado y empacando plátano. Y como mi papel en el lugar era de explorador, pregunté a uno de los pobladores: “¿A dónde van a vender estos productos si en la playa de la Boquilla no veo casi gente?” Levantando su mirada, me respondió una mujer joven: Esto lo sacamos a la zona de playa hotelera. Caminamos aproximadamente 1000 metros para ir a vender nuestros productos a la gente que está por ahí. Nos rebuscamos en lo que nos queda de playa, a donde aún no nos impiden llegar los hoteleros, y con eso conseguimos el sustento de la semana, porque acá se trabaja solo viernes, sábado y domingo, que es la temporada en que vienen los turistas.

El sol del Caribe me estaba pasando factura, ya que no estoy acostumbrado a esa temperatura. Vi una tienda-bar a una cuadra, con letreros grandes y una vitrina de cerveza. Afuera había mesas con sombrillas donde estaban sentados algunos locales escuchando vallenato. Frente al lugar había una mesa con sillas en lo que parecía ser un restaurante. Al acercarme una mujer con turbante rojo me sonrió y me invitó a entrar. Dentro vi mesas plásticas y le pregunté por la comida, ella me ofreció pescado con patacón, arroz con coco, y para tomar, gaseosa o cerveza. Acepté el menú, y elegí una gaseosa bien fría.

A mi lado izquierdo estaba un muchacho joven, concentrado en pelar mango; su habilidad era sorprendente, ya que en segundos tenía llena una bandeja. Lo curioso es que dejaba la pepa con mango y las iba tirando a un costal. “Lo que pensé era basura.” Él no se inmutó por mi presencia y continuó con su actividad. No sé si fue por el hambre, pero el plato me pareció delicioso; no tenía la presentación nada que envidiarle a un restaurante gourmet.

La gente en esta zona toma más gaseosa que agua porque es más barata; el agua que sale del grifo no es para consumo humano, y la gente compra porrones para beber, eso, los que pueden darse esos lujos. A los pobladores no les interesa si es bebida azucarada, ya que lo importante es tomar líquido y frío. Los pobladores viven como pueden y consume lo que tienen a su alcance.

Terminé de comer, y ya recargado de energía, me seguí metiendo más en el poblado. El paisaje era el mismo: pobreza y miseria; el viento levantaba el polvo. Era claro, en mis pocas horas de estar en el lugar, que la principal fuente de sustento de la gente era el turismo, pero en esa planificación hotelera no habían sido integrados en el modelo de negocio. Al mejor estilo del neoliberalismo, tenían que competir por las migajas que se cayeran de la mesa de los más adinerados (el rebusque en la playa). Por eso era que ellos luchan porque los turistas les compren algo, ya que de esa forma levantan un dinero para comprar comida, pagar los fiados en la tienda y, luego, como todo pueblo negro del Caribe, tomarse unas cervezas bien frías, bailar a la orilla de la playa al son de vallenato y la champeta, ritmo africano que se mantiene como un legado del continente negro en esta zona del país entre los sectores afrocaribeños.

Descubrí el lado oculto de la ciudad, la otra Cartagena, esa que es llamada «la heroica», porque literalmente es una hazaña vivir ahí, ya que la gente no tiene opciones de empleo. El hambre no da espera; hay que reventar dinero como sea para llenar el estómago.

Al preguntar a un poblador sobre el porqué no hay inversiones en la Boquilla, me respondió: “Ellos creen que invertir dinero por acá es innecesario, porque acá viven los negros, y de lo que se trata es de buscar que nosotros abandonemos el territorio, para que ellos continúen con la expansión hotelera”. Esta zona es muy codiciada, porque es la única playa natural de la zona, y eso para cualquier compañía hotelera internacional resulta atractivo, ya que pocos lugares así quedan en el mundo.

A mi cabeza, al escuchar esas palabras, llegó a la emblemática canción del cantautor cartagenero Joe Arroyo, titulada “La Rebelión”, cuando decía: “En los años 1600, cuando el tirano mandó, las calles de Cartagena, aquella historia vivió”. Y aunque ya han pasado varios siglos desde el tiempo de la esclavitud, parece que poco ha cambiado. Ya la población negra local no está atada a cadenas físicas, pero ahora está sujeta a grilletes de pobreza que les impiden a ellos y a sus familias, como dueños del territorio, disfrutar de la riqueza del mismo.

En mi recorrido por la zona hotelera, vi algo muy curioso: donde termina el último hotel y empieza el camino hacia la Boquilla, hay una serie de bloqueos puestos por la alcaldía para evitar que los turistas sigan por esa ruta. De esa forma, han venido buscando asfixiar a la gente del territorio, evitando que lleguen turistas, ya que al ser un territorio colectivo no pueden entrar empresas a disponer del mismo. Es por esta razón que en las playas de la Boquilla no hay grandes hoteles construidos aún.

Los consorcios propietarios de los complejos hoteleros de la ciudad, están decididos a obtener, a toda costa, la concesión total de la playa por parte de la Dirección General Marítima (Dimar). Este permiso les permitiría restringir el acceso de los habitantes de La Boquilla a esa área, lo cual sería extremadamente perjudicial, ya que el único acceso al pueblo transcurre en contravía por la playa, donde finalizan las sombrillas azules que identifican a los resorts. Desde la llegada del presidente Petro al gobierno, estas maniobras se han visto frenadas, pero las familias influyentes de Cartagena, que poseen inversiones en hoteles y otros negocios relacionados con el turismo, no cesan en su empeño. Buscan implementar diversas estrategias, para desplazar a la población afrodescendiente de su territorio, con el fin de explotar comercialmente las playas de la Boquilla.

El Quindiano le recomienda