Zafra, el hombre que se volvió paloma

Un texto de Enrique Álvaro González, integrante del taller de escritura creativa Café y Letras Renata.
30 marzo 2025 12:16 am
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Vamos, sígame a la parte interna del penal, lleguemos hasta  los pabellones donde se encuentran los reclusos. Es esa construcción de tres pisos con ventanas enrejadas. ¿Ve usted la mano que entra y sale por esa reja llevando puñadas de moronas? Es la mano de Zafra.

Tucu… Tucu… Tucu; repite mientras su alma en medio de la bandada de palomas que se complace con las migajas, traza caminos aéreos de libertad y se pierde en inverosímiles recovecos del recuerdo que tallan en sus labios una frase: “Qué hermoso sería volar”.

Mire, la verdad es que debe purgar treinta años por homicidio y si la Fiscalía persiste, la situación jurídica podría empeorar. El ave en que se ha convertido el alma de nuestro personaje, le lleva por vericuetos desordenados hasta el campo querido de su infancia, sobrevuela los sembrados, recorre la juventud y la guerra sin llegar a comprender por qué razón empuñó un fusil y un machete cuando él, hasta entonces pacífico, usaba el segundo para el agro y el azadón y el balde para el ordeño. Mire lo que sucede en este momento, la paloma intrépida que descubre la mano proveedora se acerca lo suficiente para agregar a su onírico embeleso un gesto risueño que queda repujado en el cuadro de la ventana.

“¿Otra vez riéndose solo?” escuchamos a su espalda. “¡Hola, Tata!”, responde Zafra, quien se retira de la reja para saludar a su amigo adentro en el pasillo.

“Qué m´hijo, ¿vas a gastar el cigarrillito?”, inquiere el recién llegado, un hombre flaco de ojos saltones, nariz aguda y acento paisa. “Sí, pero de los buenos” aclara él “estoy aburrido y quiero volar, pero me faltan cincuenta pesos”.

“Fresco parcero, que ese man a mí me los fía”, Tata: Ansía vicio presto, toma el dinero y se dirige al fondo del pasillo. “¿Oís, vos tenés fósforos?”.

Como usted se imaginará, la respuesta de Zafra es también el interruptor para que la paloma de su mente se active de nuevo. Planea esta vez sobre la escuelita rural donde adquirió su escasa cultura durante tres años. Recuerda la historia leída por la anciana profesora según la cual, un hombre desobedece las órdenes divinas, construye un par de alas para escapar de otra cárcel como la suya ahora, y vuela tan alto, tan alto, que el sol quema las plumas y el hombre, un tal Ícaro, o algo así, cae a tierra muerto.

“¡Qué hubo pues pelao! ¿Tenés fósforos o no?”.  Afana Tata, barillo en mano recién hecho.

Como usted ve, los amigos se sumergen en su viaje, adicción, ensoñación y traba, en particular Zafra quien después de meses en la misma rutina  concreta su quehacer diario a recibir el alimento del rancho, procurarse tanto humo como le sea posible y conseguir dos panes para sus aves. El día en que se convierte en paloma, inicia desde temprano su ritual entre bocanadas de humo, combustible para el viaje, tabletas de locura, tragos de derrota y aspiraciones letales. Va hasta la única celda que cuenta con espejo de cuerpo entero, mira cómo su dueño sonríe al otro lado de la niebla espesa que se ha formado entre Zafra y lo demás y sonríe también al ver, en la parte posterior de su cuerpo, dos incipientes alas. ¿Usted cree que es mentira? Mírelas, ahí están. Observe sus manos temblorosas rasgando la camisa. Mírelo cómo en medio del paroxismo descubre que su rostro, su pecho y en general su cuerpo, se cubre de plumas, se siente más liviano y comprueba que con sus aleteos puede elevarse con algo de torpeza al comienzo, pero con mejoría progresiva.       

Lo vemos subir las escaleras en su terrenal vuelo y muchos se extrañan al descubrirlo después en los tejados. A él no le parece extraño ver abajo al personal uniformado gesticulante y agresivo, ni a los reclusos que siguen con expectativa el operativo desplegado para capturarlo. En su simple pensar, todos ellos son un público instalado allí para aplaudir su vuelo hacia la libertad. Sonríe al recordar al Ícaro de su infancia, porque a diferencia de este, Zafra no es un hombre con alas: Él es un ave completa. Por eso con un gesto de inmensa alegría, usted, yo y todos los espectadores que asistimos aquella tarde, lo vemos lanzarse al vacío.

Todos escuchamos el disparo, menos Zafra quien al ver brotar el torrente de su vida por el rojo volcán abierto en su pecho, siente que cada gota se transforma en paloma y que el viento lo arrulla y lo lleva hacia el azul celeste. ¿Todo terminó? Aunque usted no lo crea, es el portento de los hechos el que aquieta los gatillos cuando el cielo se cubre de miles de palomas rojas que entran a la prisión y ante la mirada incrédula de los presentes, izan lejos de los muros a Tata, que primero se asusta, luego cree y por último explota en carcajadas mientras grita: “¡Juaputa, Zafra! ¡No joda! ¡Estoy afuera y acompañado de palomas!”

Enrique Álvaro Gonzáñez

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