Pedro Elías Martínez
La hoja de parra fue el primer grito de la moda con la que Adán y Eva se cubrieron después de comerse la manzana, aconsejados por la serpiente, una especie de suegra del paraíso, según don Francisco de Quevedo y Villegas. Durante siglos reinó el taparrabos, hasta cuando el jefe de alguna tribu de prestantes cavernícolas les ordenó vestirse con pieles de los animales que cazaban.
En este punto de la historia los humanos inventaron algo tan valioso como la rueda: La aguja de coser fabricada con colmillos de foca. Las señoras comenzaron a usar ropa de debajo y calzas hasta la cintura. Apareció el sombrero de pelo de mamut, el abrigo de piel de gorila, los calzones de cuero de mastodonte y las sandalias de caimán.
El traje evolucionó hacia la túnica, el miriñaque, la camisola, los calzoncillos de amarrar al dedo gordo, los bombachos y demás inestimables prendas de las edades pretéritas. Los reyes y mandamases tenían sirvientes para ayudarlos a ponerse hasta la corbata. Esto originó la famosa exigencia de Napoleón a su ordenanza: «Vísteme despacio porque estoy de prisa». La reina Ana de Inglaterra, madre de Isabel II, durante su larga vida compró miles de sombreros. Isabel I de Rusia tenía 15 mil vestidos y se cambiaba hasta tres veces al día, según el ajetreo.
Cuando la moda cubrió todo el cuerpo, empezó a desvestir a la gente. El profesor López de Mesa, un catedrático de antaño poco recordado hoy, miembro de todas las academias, en un simposio de historia culpó del despropósito de su tiempo a la tacañería de los modistos y al encarecimiento de las telas, y predijo el regreso a la hoja de parra y al taparrabo: «Si los ronquidos de la moda continúan izando la falda y bajando los escotes, en las próximas centurias hasta los hombres andarán como Tarzán, pero sin guayuco, mortificados por los insectos y sin rabo para espantarlos».
En el mundo vaticinado por don Luis, fracasarían los sastres y los atracadores, pero enriquecerían los inventores de aplicaciones para ver de cerca y los médicos que curan pulmonías.
Por lo pronto, imaginemos lo que diría un mamagallista imparcial, si le tocara subsistir en un futuro distópico de empelotos:
ARIA PARA TENOR
¡Cómo cambia la moda! ¿Ya quien usa
calzoncillos de dril o cinturero,
ancha faja de hebilla, con chapuza
o la pluma de ave en el sombrero?
¿Quién se pone chaleco, chingue o blusa,
si la moda acabó con el ropero,
hizo desarropar la hipotenusa
y andar al sol y al agua, en puro cuero?
Volvimos a la edad de Adán y Eva
que no usaron sostén ni sacoleva,
naguas de debajo ni alpargatas!
Y del siglo del cuello almidonado
por conservar lo bueno del pasado,
¡dejamos solamente las corbatas!
Pulsando en el siguiente enlace se puede oír el Aria op. 435 para tenor, de J. S. Bache:
https://drive.google.com/file/d/1edZsjYGY95sRxNqdgh26vbeJdxXSkSqi/view?usp=sharing