COCA

20 marzo 2025 10:25 pm
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En toda maloca Murui (o Huitoto, tal como suele ser conocido, tal vez equivocadamente, este pueblo indígena) hay una esquina en la que casi siempre hay gente sentada conversando. Por lo general quienes ahí se encuentran son hombres mayores, aunque no falta uno que otro más joven acompañándolos, aunque estos participan menos del diálogo porque entienden que la sabiduría y las palabras claras vienen es de los abuelos.

La esquina es común verla especialmente ocupada en horas de la tarde, activándose aún más en la noche, que es cuando su actividad se incrementa. Es la esquina del mambeadero, el espacio de la palabra y del pensamiento, en el cual se toman las decisiones importantes y, en términos generales, se define la política y el gobierno de la comunidad.

Tal como su nombre lo indica, en el mambeadero el principal protagonista es el mambe o jíibie, tal como se le llama en lengua muruiaese polvo verde preparado con hoja de coca tostada y apilonada que es mezclada con hoja de yarumo. El mambe, en estos tiempos guardado en prácticos tarros de chocolisto, está en el medio de la conversación, rodeado por los comensales que se sientan en bancas a su alrededor.

Los participantes de la conversación lo van poniendo en su boca por cucharadas y, dejándolo en el interior de sus mejillas, dejan que este se vaya diluyendo poco a poco, sin tragarlo directamente, mientras escuchan atentamente a quienes hablan. Cada uno se va poniendo el mambe en la boca y mientras lo va “mojando” espera el momento de su intervención en la conversación que, no por ser informal, deja de tener una cierta solemnidad; es un momento de comunión en el mejor sentido de la palabra, que se ha repetido noche tras noche por siglos.

Mire usted como es de jodido el mundo actual que esto, que es nuestra palabra y pensamiento, se terminó convirtiendo en un veneno por culpa del negocio.

Estas palabras me las dijo el abuelo Pablo Nofuya en su maloca de Puerto Leguízamo, Putumayo, hace unos cuantos años, pero siempre resuenan en mi cabeza cuando vuelve a la palestra pública el interminable debate en nuestro país sobre cómo debe ser la erradicación de los cultivos de coca o cuando se debate sobre la criminalización o no del consumo de cocaína. Incluso cuando en una fiesta veo a alguien con la nariz “empolvada” o visiblemente alterado en sus gestos y movimientos, escucho en mi cabeza la voz del anciano Murui recordándome como fue que en este lado del mundo decidimos consumir su planta sagrada.

La hoja de coca, al igual que muchas plantas, tiene unas grandes propiedades medicinales y analgésicas. Por muchos años, gracias a los constantes viajes que hacía en otros tiempos a territorios donde la han trabajado con estos fines, supe conseguirle a los adultos mayores de mi familia pomadas y remedios preparados a base de esta que resultaban siendo los más eficaces para los dolores de las articulaciones; así mismo, adquiría remedios para el mal de altura (el comúnmente conocido soroche) y, por supuesto, me aprovisionaba también de algo de mambe para usarlo cuando necesitara más concentración para trabajar. La famosa mata que mata, tal como en algún momento fue nombrada en alguna campaña institucional en nuestro país, mejoraba la calidad de vida de mis mayores y hasta me ayudaba a mí.

El debate sobre la coca y sus usos, medicinales o psicoactivos, es de nunca acabar en el mundo y de especial relevancia en Colombia, donde las consecuencias del narcotráfico y la forma en que el mismo ha impregnado la economía, la política, la cultura y la sociedad han prácticamente transformado todo en el país.

Este debate, al haberse enfocado siempre desde una perspectiva policiva y de orden público, ha impedido que se oriente también en esos aspectos no menos importantes, tales como lo son sus infinitas propiedades tanto curativas como también culturales. La planta es, por encima de todo, una medicina y, tal como la entienden los pueblos amazónicos, un elemento de cohesión social y de importancia incluso política, por lo que debería esto tenerse en cuenta a la hora de establecer políticas públicas sobre esta antes de tomar decisiones tan facilistas como lo pueden ser “erradicar y ya”.

Aún como sociedad nos queda mucho por aprender sobre la condición de estado pluriétnico y multicultural, más aún en temas tan delicados como el de la coca y sus usos, y es un reto mayúsculo que algún día quienes nos representan en el poder público deberían empezar a considerar.

De mi parte no puedo sin embargo ser mas que pesimista ante esto, sabiendo que en nuestro país el populismo punitivo y la coerción como discurso pegan más que las necesarias reflexiones profundas que se deberían hacer sobre la naturaleza de nuestra sociedad, mas aún cuando son estas decisiones adelantadas por políticos que no solo son poco versados en estos temas, sino que también hipócritamente suelen condenar otras formas de entender el mundo al mismo tiempo que restos de polvo blanco aún se les puede notar en sus narices.

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