HOJAS SECAS
Néstor Castaño Zuluaga
Poemas
Diagramación y diseño: María del Pilar Castaño
Calarcá, agosto 2010
Edición del autor
Quiero vivir la vida/ Más allá de la vida/, Quiero sentir la muerte/Más allá de la muerte”. En 2008 conocí a Néstor Castaño Zuluaga, en Calarcá. Hombre afable, pleno de vital optimismo. Como es mi costumbre, cuando le pregunté qué poetas o escritores había leído o estaba leyendo, sin titubear comentó con orgullo que leía y admiraba la obra de Baudilio Montoya. Hubo instantánea afinidad mutua. Deseaba que conociera su trabajo poético inédito. Con nuevas o maduras generaciones de escritores regionales, desconocidos o con amplia trayectoria, por mi naturaleza fraterna en lo literario tengo el privilegio de que me compartan confiados sus textos, a la espera de sinceras acotaciones y sugerencias al respecto. Grata faena dentro de mi oficio de escritor y lector, encontrar autores quindianos poco conocidos, confiándome sus trabajos y haciéndome receptor de sus proyectos en campos de la poesía, la narrativa o el ensayo. Al azar, con Néstor leímos numerosos poemas que, saltando gozosos de las páginas de varios cuadernos manuscritos con fina y ordenada letra intercalando mayúsculas y minúsculas en un vocablo, tintinaban por la pequeña sala de su vivienda. Nescazu, es el acrónimo con que se da a conocer en estas Hojas secas, su libro inicial. Que no están secas, porque muchos poemas son relucientes hojas verdes de frondoso arrayán cuando despliega un tema específico, consignado con sencillos y naturales versos: “Después del peregrinaje/ Tranquilo quiero descansar/ A la sombra del almendro”. “Empezó la molienda, /El aire se confunde/ Con el olor a panela, /El sudor del trabajo/ Y la frugal merienda”.
Dialogamos varias veces en su hogar, donde compartimos poemas, amistad, chocolate y panes recién horneados. Le presté un voluminoso libro de sinónimos que consideré podría ayudarle a enriquecer su expresión poética y literaria, dándole mayor función polifónica y polisémica al lenguaje llano que predominaba en su poesía. “Sublime debo estar para componer, / Diáfana mi mente para discernir, / Clarificando mi manera de ver/ La realidad desnuda, /En la cual debo existir”. Al hablar y señalar la raíz romántica de cada uno de sus textos líricos, Néstor manifestaba con sus palabras y emociones el alma y la franca sensibilidad del hombre que comparte cuanto escribe no porque pretenda, ansioso, notoriedad municipal o regional en el campo de las letras, sino porque sabe que con sus versos manifiesta personales interrogantes y respuestas sociales, políticas y religiosas a las incertidumbres sobre la existencia: “El tiempo se aleja/ como ráfaga de viento /como ruido sin eco, /como sutil pensamiento /que llega y nos deja”. Desconozco si Néstor ha leído y estudiado algunos de los filósofos estoicos, porque en más de la mitad de los 154 poemas que componen este libro, su poesía y sus reflexiones se impregnan del suave perfume ético y la resignada melancolía existencial propias del pensamiento estoico. Por ejemplo, de Séneca recordándonos que: “Vives como si siempre hubieras de vivir: nunca piensas en tu propia fragilidad”.
A lo largo de este libro brotan, en breves poemas de verso libre, con rima o sin ella, algunos con aforismos modelados en verso, explicaciones filosóficas y religiosas en torno a la vida, la muerte, Dios, la nada, el infinito, el universo, el amor, el bien y el mal. Escuchándole, me agradó de Nescazu su autenticidad. Un poeta de quien nadie conocía su producción literaria en Calarcá, con centenares de poemas inéditos escritos a lo largo de su existencia. Anónimas hojas de diario testimoniando su voluntad de señalar que, dentro de lo cotidiano, hay misterios sagrados que el poeta descifra con el verso. Por aquel año, estaba próximo a publicar su primer libro, extensa y heterogénea muestra temática de su silencioso trabajo literario, estimulado por las recomendaciones de su hija María del Pilar, secundándole entrañable en lo relacionado con la diagramación del libro. Le escuché con respetuosa atención leer: “Yo, como deferente poeta, /Con mi pertinaz pluma/No seré vulgar estafeta, /Para plasmar en mi poema, /Lo que en mi mente no está”.
También yo le leía algunos de sus poemas en voz alta, deteniéndome y resaltando ideas, una frase o cualquier justa expresión poética dándole profundidad religiosa al verso, como tengo por costumbre hacerlo con alguien que me muestra su trabajo para que, entre mi voz y mi énfasis, el autor perciba otros matices de su obra. Es grato escuchar en la voz de otra persona aquello que uno escribe. Néstor leía con mesurado tono estos poemas, en los cuales destacan la fe, los valores éticos, el sentido familiar y el agradecimiento por la vida. Sin embargo, la frecuente nostalgia con que se cargan las insolubles preguntas filosóficas hiladas en alto porcentaje de los poemas de Hojas secas, es la constante estilística de sus versos.
En septiembre de 2008 Néstor publicó el libro con una selecta muestra de su prolífica poesía. Nos perdimos de vista durante varios lustros, hasta la semana pasada cuando en el parque de Los Fundadores, en Armenia, nos encontramos. Lo acompañaba Pilar. Sucedieron dos satisfactorios encuentros en este momento: el primero, con mi gran amigo Luis Fernando Buriticá quien, conocedor de mi fascinación poética y espiritual por el místico poeta persa Yalal al-Din Rumi, me traía como regalo, desde Tibasosa, un precioso libro que me ofreció años atrás: Rumi ilustrado. Un tesoro de sabiduría. Poeta del alma. Traducciones de Philip Dunn, Manuela Dunn Mascetti y R.A Nicholson. El segundo, ver de nuevo al poeta Nescazu, (Armenia, 1934) y escucharle a sus lúcidos noventa y un años de edad, hablar de su poesía comentándome que próximamente María del Pilar le publicará varios volúmenes con el título general de Remembranza. Nueve libros de pequeño formato de bolsillo donde se agrupan 900 de sus poemas. Un poeta, calarqueño por adopción, un escritor quindiano para el cual la poesía ha sido su gran compañera existencial. Hojas secas, un libro que sigue vivo. Y el hombre que lo escribió y lo publicó, un auténtico poeta de oficio y pasión, de perseverancia, que sigue vivo y profesa infatigable el arte de las bellas palabras. “La vida se acorta y muere/ como la radiante luz del día, / como la lluvia cae del cielo”. Los nueve volúmenes de Remembranza, consolidarán el concepto que de Calarcá se tiene como cuna de poetas.