Por: Nathalia Baena Giraldo
El mapa pronunciado de sus manos esboza caminos inexplorados por otros. En él hay ríos, mares, árboles, montañas y un sinnúmero de historias por contar. Cada uno de sus dedos –largos y con la anchura concreta del cuidado– ha posibilitado el alivio de cientos de cuerpos cansados, quebrantados y lastimados por la vida.
Luz Marleny Hernández Cardona es mamá, esposa, abuela, masajista, instructora de gimnasia aeróbica e integrante del equipo de tenis de mesa de funcionarios de la Universidad del Quindío. Casi la mitad de su vida la ha transitado dentro del campus de nuestra alma mater, pues lleva 34 años siendo funcionaria uniquindiana, de los cuales 20 han sido dedicados a sanar el dolor a través
Su cabello lavanda y su sonrisa constante, intacta, la acompañan a cualquier lugar a donde va. En su día a día se dedica a hacer masajes en visitas a oficinas y masajes relajantes en el salón de kinesiología ubicado en el tercer piso del bloque de Bienestar Institucional. En un mes, el promedio de personas que visita Marleny para hacerle masajes es de 80 a 90. Y en camilla, específicamente en kinesiología, es entre 30 y 35.
Ama bailar, es lo mejor que le ha pasado porque moverse le da vida, por eso lleva 34 años como instructora del curso de gimnasia aeróbica en Bienestar Institucional. También camina mucho, y cuando no está trabajando se queda en casa, con su esposo, y se sienta a coser en la máquina de pedal que la ha acompañado durante más de 40 años.
Mientras soba la pierna lastimada de una mujer uniquindiana, dice que en sus planes no estuvo ser masajista dentro de la universidad: «Hice el curso en la Asociación de Ingenieros con una gente de Cali. Ese año, la jefe de Bienestar de entonces me pidió durante unas fiestas de la Universidad que le hiciera un masaje en la espalda, fuimos al centro de salud y la atendí. A ella le gustó y al tiempo me llamó para decirme que quería que fuera la masajista de la U. Yo no quería, me daba susto porque es de mucha responsabilidad, pero ella insistió en que quería que fuera yo, y acepté».
La Marleny de antes que tenía susto de curar el dolor con sus manos es hoy una mujer que, a través de los años, aprendió sobre el dolor y lo transformó en amor: «Hoy me siento súper bien, ya veo que viene alguien con el cuello tieso y esa persona se va de aquí muy bien. Es una bendición porque nunca he tenido ningún problema con mi trabajo».
Existen diferentes técnicas para hacer masajes como lo son la comprensión, la vibración, la fricción, ente otras. Para Marleny lo más importante durante los 20 o 30 minutos que dura su masaje es el respeto y el cuidado, «además de no tocar las articulaciones ni la columna vertebral, de resto en los músculos se puede hacer todo divinamente bien».
Las causas más frecuentes por las que las y los uniquindianos llegan a las manos de Marleny son el estrés y el cansancio. «Normalmente vienen con dolor en la espalda (alta y baja) y en el cuello, entonces hay que hacerles el masaje para que se relajen, descansen y puedan seguir con su rutina de trabajo o estudio. Aunque también vienen con lesiones o nudos en las piernas o en los brazos». Además, ella escucha, es amable, aconseja y brinda una brillante sonrisa cargada de ternura, por eso es tan querida por nuestra alma mater.
Las herramientas que utiliza Marleny para trabajar son madera, palos de bambú, pepas de macadamia y de desodorante, piedras, pelotas de tenis de campo, masajeador en pasta y de vibración, y rodillos, sin embargo, ninguna de ellas podrá reemplazar la sabiduría ancestral y la fuerza femenina de sus poderosas manos.
