VARA ESPANTAPÁJAROS

15 marzo 2025 9:30 pm
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Guillermo Salazar Jiménez

Cayó la noche sobre el balcón del cuarto 702, la luna menguante sobre el horizonte acompañada de un lucero le recordó a Juanita Lectora la bandera de Turquía. Desde el hotel en Santa Marta observó el cielo rojizo pegado sobre el mar, el canto de las olas le evocaron la aparente danza de Edgar, uno de los meseros del restaurante, quién parecía bailar una cumbia al tiempo que sacudía la vara delgada de dos metros de largo con una pequeña bandera roja en la punta.

Rusbel Caminante le comentó a Juanita que no solo Edgar sacudía la vara con la banderita, también mujeres y otros hombres que lo atendieron a las 7:30 de la mañana en el desayuno del pasado primero de febrero. Observó que la vara era colgada de una rama de los árboles Coca de hayo, según paisanos o Ubita caraqueña, al parecer por venezolanos. La brisa tempranera levantaba los manteles y las servilletas debían sujetarse con los cubiertos para evitar verlas volar, agregó Rusbel, al tiempo, los pájaros revoloteaban entre mesas como participes de la fiesta gastronómica sin ser invitados.

El aleteo de los pájaros, el resonar de sus alas y los trinos al posarse sobre las ramas, le evocaron a Juanita el diálogo en El maravilloso mago de Oz del escritor estadounidense Lyman Frank Baum: Sin embargo -dijo el Espantapájaros, yo pediré un cerebro en vez de un corazón, pues un tonto sin sesos no sabría qué hacer con su corazón si lo tuviera. -Yo prefiero el corazón -replicó el Leñador, porque el cerebro no lo hace a uno feliz, y la felicidad es lo mejor que hay en el mundo -. 

Observé a varios comensales, comentó Juanita, queiban al mostrador por frutas, quesos o pan, sin advertir que los pájaros arremetían para comer lo que encontraban en los platos dejados sobre las mesas. Las manos de los vecinos hacían de espantapájaros, mientras llegaban los hombres o mujeres a sacudir la vara con la banderita. Era tal la rapidez de los pájaros para rapar la comida, agregó Rusbel, que bastaba entretenerse con observar los 6 barcos anclados, detallar las hojas de color verde intenso en forma de corazón de los árboles o las gaviotas juguetear entre la estela de humo blanco del avión sobre el horizonte, para percibir al instante el robo de la comida. 

Rusbel Caminante, sonrió. Recordó el asalto de los pájaros contra los platos de unos turistas ingleses mientras leían la invitación del hotel para participar dela noche retro, a las 8:00, escuchar en la playa rock, baladas y salsa de los ochenta. Sacudieron sus manos, rieron al ver revolotear alas negras, blancas, grises y cafés sobre sus cabezas. Juanita Lectora comentó con Rusbel sobre la variedad de los pájaros presentes, donde se destacaban aquellos ágiles de plumaje negro reluciente y pico fuerte. Son las famosas marías mulatas, pájaro emblemático de la costa, pendenciero pero solidario, otros son palomas y uno que otro gavilán, dijo Edgar, mientras sacudía la vara espantapájaros. 

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