DESDE EL OCTAVO PISO: LA VIDA ESTA HECHA DE PEQUEÑOS DETALLES EN NOMBRE DEL AMOR.

15 marzo 2025 9:30 pm
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Fáber Bedoya Cadena.

El domingo, como día de la semana, tenía un especial significado para nosotros. Claro, recordando aquellos tiempos idos. Era ocasión para descansar, era feriado, nos levantábamos tarde, cada cual disponía de su tiempo y tenía que arreglarse como pudiera su desayuno, porque la cocinera también tenía libre. Salíamos al pueblo, muy bien vestidos, teníamos la “pinta dominguera”. Pareciera que el domingo tuviera identidad propia, personalidad muy definida, estaba hecho para que cada cual hiciera de sus 24 horas, lo que quisiera. 

Muy diferente del lunes, que era un día de estudio, inicio de semana, todos llegábamos entusiasmados a la escuela, y hablábamos hasta por los codos, literalmente. Se empezaba la jornada con la izada de bandera y en este acto se reconocían a los mejores estudiantes de la semana pasada y se presentaban actos y representaciones artísticas o conmemorativas de las fechas patrias, cercanas o pasadas a ese día. 

Lejos estábamos en la escuela de conocer lo que sucedía en el pueblo, todo estaba cerrado. era el “lunes del zapatero”. Como el domingo abrían la galería hasta las cuatro de la tarde, después de esta hora, los carniceros, los de los graneros, los yiperos, campesinos, parroquianos, vecinos o forasteros, todos se confundían en una sola parranda hasta que el “cuerpo aguante”. Y había damiselas, las amables y queridas coperas, o las mujeres de la vida fácil. La verdad es que tenían muchos nombres. 

De martes a viernes todo era monótono, igualito, los días se diferenciaban por las materias que veíamos, los miércoles y viernes teníamos educación física. Cada fin de mes teníamos caminata o ida al rio. Todo se ganaba con el comportamiento y el rendimiento escolar, pues se calificaba conducta y disciplina. Nuestros maestros eran tan sabios que, en ese entonces, distinguían con calificaciones de uno a cinco, la diferencia entre las dos. También existía el cuadro de honor. Nunca me otorgaron esa distinción, de malas que fui.

Estoy hablando de nuestro querido y nunca bien ponderado Montenegro, pero como le parece, que cuando vivíamos aquí en Armenia, también trabajaban los domingos en la galería, igual que en el pueblo. Y como don Gonzalo, tenía un granero en la galería,pues fueron muy poquitos los domingos que lo vimos con nosotros. Los que trabajaban hasta el sábado, festejaban por la noche y el domingo era para “borrar pizarra”, por si la había embarrado la noche anterior, llegando muy tarde, o a la madrugada. 

En nuestra educación primaria, de ayer por la tarde, pero de 1952 al 56, la vida transcurrió sin darnos cuenta, no nos percatamos hoy del paso del tiempo, cómo sería en esos tiempos, cuando la vida era sana, trasparente, sin mandobles, traiciones, llenos de respeto y amor responsable. Y también los primeros años de bachillerato, porque aquí aparecieron las incontables tentaciones del mundo, el demonio y la carne, y muchos se perdieron en el mundanal ruido.

Nosotros nos salvamos porque tuvimos unos padres amorosos, dedicados, presentes, estuvieron juntos,por 62 años de matrimonio, “el liberal hasta las cachas, ella conservadora hasta orinar azul de metileno”, pero había otros intereses que compartir y soportaron muchísimos problemas, y se mantuvieron unidos. 

Fue muy grande el legado de nuestros padres. Hoy ya de regreso, reconocemos que nos faltarían muchas vidas para poder decirle Gracias a esa generación siempre presente y combatiente. Afortunadamente, en los últimos días de nuestros padres, tuvimos la oportunidad de pedirles perdón por todas las innumerables cosas por las que los hicimos sufrir, les dimos gracias, y en su lecho de muerte pudimos decirles todo lo que los queríamos. Muy tarde, verdad. 

Pero mucho antes, tuve el valor de decirle, cuando fui padre, que ahora sí apreciaba lo que era ser papá. Con nuestra madre fue más fácil, total ella era muy dulce y comprensiva, toda bondad, era menudita, con la cabeza blanquita, solo inspiraba ternura, y prodigaba amor. Nuestro padre más recio, y cuando le dimos el primer nieto, toda esa reciedumbre se vino a pique al oír decirle a mi hijo, “la bendición abuelito”. Se desmoronó, volvió a vivir, sonrió y por primera vez en la vida le oímos decir, los quiero mucho. 

Los hijos nuestros nacieron en la época de lasmanifestaciones de cariño y sus expresiones, las aprendieron en la televisión, el cine, el celular. Al hijo mayor no le tocaron de niño las redes sociales, ya de adulto sí, el menor nació con un celular bajo el brazo. La obediencia era producto de acuerdos, la recompensa era inmediata, poca presencia de castigos, más bien programas de estímulos y recompensas. Nada de sermones, el ejemplo era el único discurso admisible. Lo heredado cedió ante lo aprendido, muchísimas oportunidades de acceder a la información. 

Los hijos nuestros si nos han dicho muchas veces que nos quieren, que nos valoran, que reconocen todo lo que hacemos por ellos, nos tienen en cuenta, se alegran con nuestras alegrías y sufren con nuestros mínimos problemas, cosas de viejos. Los nietos lo aprendieron de ellos, y es muy gratificante cuando nos llaman a dedicarnos sus triunfos, y nos dicen los queremos mucho, los extrañamos y cuando van a venir. 

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