Cada persona es un mundo y tiene su propio mundo. Las decisiones, los proyectos, los conceptos, la pareja, entre otros complejos asuntos son del resorte individual y eso significa que la responsabilidad de asumir consecuencias derivadas de ello también es individual y por eso a nadie le corresponde “vivir” la vida de otra persona. Intentar entrometerse en asuntos ajenos es un error que trae respuestas automáticas de rechazo y prevención: muchas relaciones se fracturan cuando no se es capaz de conservar el puesto que toca y entonces se extralimitan roles, con la excusa de un apoyo o ayuda, de tal manera que un suegro se cree con el derecho de interferir en la relación de su hijo, por ejemplo; un padre en la vida de su hijo, un jefe en la vida de su dependiente… generalmente el resultado final es la distancia. A pesar de esa reflexión, sigue siendo válido que cualquier persona en algún momento puede tener una tribulación que amerite soporte u acompañamiento, mientras se resiste la crisis, lo que definitivamente no se traduce en una obligación: contar apoyo en una situación crítica es una demostración de la solidaridad, cariño, compasión, generosidad de un semejante – sea un padre, un amigo, un extraño – mas no una obligación. Todas las personas tienen asuntos que resolver permanentemente, y nadie tiene porque “echarse “al hombro problemas ajenos. Afortunadamente en el alma humana es frecuente la solidaridad lo que logra un ambiente empático y bondadoso que el mundo siempre necesitará, pero darle “una mano” a quien lo necesita con urgencia es siempre una decisión individual que no debe confundirse con un compromiso permanente. En muchas ocasiones las personas olvidan fácilmente eso de tal manera que dolorosamente se comportan inadecuadamente con quien alguna vez se acercó a acompañar en un momento de necesidad o sufrimiento. Gente que hoy puede estar boyante y ayer necesito y obtuvo soporte muestra actitudes despectivas con quienes fueron amables y solidarios en la tribulación. Hijos que se alejan de sus padres cuando, a ellos, les llega el peso de los años, alumnos que afrentan al maestro que los acuño en sus primeros pasos, jefes que desprecian una vida entera de un trabajador leal y juicioso, en fin, me estoy refiriendo a una de las conductas humanas mas despreciables que viene respaldada por soberbia, frialdad e incluso envidia: se llama ingratitud. Aquel consejo tan conocido que reza: “sea amable, justo y bondadoso en el camino de subida, pues nunca se sabe cuándo tendrá que recorrerlo de regreso”, es una sabia sugerencia, al igual que nunca ignorar a quien le dio la mano: el mundo da muchas vueltas. Educar al niño siempre debe tener transversal y permanentemente la inculcación y el ejemplo del respeto y la consideración hacia los demás y la claridad de entender que ser agradecido supone nobleza y gallardía. [email protected]