FUI POR LANA Y SALÍ TRASQUILADO

5 marzo 2025 9:41 pm

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Siempre he creído que la vida es un sendero incierto, una travesía en la que cada paso está cubierto por el rocío de lo inesperado. Salimos con la certeza de la cosecha y regresamos con las manos vacías, cargando solo la memoria de la faena y la piel marcada por la experiencia. Así es el antiguo refrán que nos advierte sobre la fragilidad de nuestras expectativas: Fui por lana y salí trasquilado.

He visto a muchos partir con la promesa del oro en sus bolsillos y la gloria en sus sueños. Sus ojos resplandecían con el fulgor de la certeza, sus palabras tejían castillos de aire, sus corazones latían con la melodía de la ambición. Pero también los he visto regresar con el peso de la desilusión en la espalda, con la mirada baja y la piel curtida por los vientos de la adversidad. Han aprendido, quizás con dolor, que la vida no es una ecuación matemática ni un terreno fértil para la certeza absoluta.

Platón nos enseñó que el mundo de las ideas es puro y eterno, pero aquí abajo, en este reino de sombras y espejismos, la realidad no siempre responde a nuestros deseos. Como Ícaro, volamos alto con las alas de nuestra imaginación, solo para descubrir que el sol derrite la cera de nuestros sueños y nos arroja sin misericordia a las aguas de la verdad. Y, sin embargo, ¿no es ese mismo vuelo el que nos define? ¿No es el intento lo que da sentido a nuestra existencia?

No se equivoquen apreciados lectores. No les pido que dejen de soñar. Sueños y fracasos son los hilos con los que se teje la vida. La imaginación, como bien señalaba Kant, es el motor del conocimiento. Pero también es cierto que el deseo desenfrenado, desprovisto de prudencia, puede ser la antorcha que incendie nuestras esperanzas. Hay que aprender a caminar con los pies en la tierra y la mirada en el cielo, sin olvidar que la caída forma parte del vuelo.

A veces, los caminos nos devuelven sin la riqueza que buscamos, pero con una sabiduría que jamás habríamos imaginado. Es en la pérdida donde entendemos la verdadera ganancia, y en el trasquilado rostro del fracaso donde vislumbramos la verdadera imagen de nosotros mismos. Porque, al final, la mayor conquista no es el oro, ni la lana, ni siquiera la gloria soñada: es la conciencia de haber caminado con valentía y la certeza de que, aunque la vida nos trasquile, nunca podrá arrebatarnos la esencia.

Así que, si alguna vez sales en busca de lana y regresas trasquilado, sonríe. No has vuelto con las manos vacías, sino con el corazón lleno de experiencias que jamás imaginaste. La vida, en su infinita ironía, nos da justo lo que necesitamos, aunque no siempre sea lo que esperamos.

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