La Dictocracia se impone: se acaban los pesos y contrapesos

4 marzo 2025 9:36 pm

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En tiempos de incertidumbre política, la democracia ha demostrado ser un sistema resiliente, capaz de adaptarse a los desafíos del siglo XXI. Sin embargo, el mundo enfrenta hoy una tendencia preocupante: la consolidación de dictocracias, regímenes que conservan la fachada democrática, pero que han erosionado sus principios fundamentales hasta reducirlos a simples formalidades.

Este fenómeno ha adquirido tal dimensión que incluso países considerados bastiones de la democracia, como Estados Unidos y Colombia, enfrentan serios riesgos de desmoronamiento institucional. En lugar de robustecer sus pesos y contrapesos, los gobiernos han emprendido un silencioso pero efectivo desmantelamiento de las instituciones que garantizan la separación de poderes, el respeto por la oposición y la transparencia en la toma de decisiones.

Estados Unidos, nación que ha sido referencia de equilibrio institucional y estabilidad democrática, ha mostrado en los últimos años una preocupante deriva hacia la dictocracia. La creciente polarización política ha sido aprovechada por líderes que, en nombre de la voluntad popular, han debilitado el sistema de pesos y contrapesos diseñado por los padres fundadores.

Desde la Casa Blanca hasta el Congreso, las reglas del juego han sido manipuladas para garantizar que un bando imponga su visión sin considerar el consenso. La interferencia en el Poder Judicial, la desinformación como arma de control y el uso de agencias gubernamentales para fines políticos han hecho que el país se acerque peligrosamente a un modelo donde la democracia existe solo en el discurso.

Las recientes elecciones han dejado en evidencia que la erosión institucional no es exclusiva de un partido, sino que se ha convertido en un patrón recurrente. La confianza en el sistema electoral, piedra angular de cualquier democracia, se ha visto socavada por narrativas que buscan deslegitimar los resultados cuando no favorecen a ciertos sectores del poder.

Colombia, por su parte, atraviesa una situación igualmente alarmante. Aunque el país ha mantenido una estructura democrática formal, la realidad es que el ejercicio del poder se ha alejado cada vez más de los principios de balance y control.

El Ejecutivo ha adoptado una estrategia de confrontación con los demás poderes del Estado, deslegitimando a la oposición y presionando a las instituciones que deberían servir de contrapeso. El uso de decretos, la politización de la justicia y los ataques sistemáticos contra la prensa libre han sido señales inequívocas de que el país avanza hacia un modelo donde el poder se concentra en pocas manos.

A esto se suma el debilitamiento de los organismos de control, que han dejado de actuar con independencia y se han convertido en piezas de un ajedrez político que favorece al gobernante de turno. Si la justicia y los órganos de fiscalización no pueden actuar con autonomía, la democracia deja de ser tal y se convierte en una simple simulación.

El ejemplo más claro de la progresión de una dictocracia hacia una dictadura es Venezuela. Durante los primeros años del chavismo, el país mantuvo la estructura de una democracia formal, con elecciones y poderes constituidos. Sin embargo, el desmonte sistemático de los pesos y contrapesos permitió que el régimen avanzara sin frenos hasta consolidar un sistema donde las instituciones dejaron de ser independientes y se convirtieron en meros instrumentos del poder.

Hoy, Venezuela es una dictadura sin disimulo, donde la represión, el fraude electoral y la eliminación de la oposición han dejado en evidencia el destino final de toda dictocracia: la concentración absoluta del poder.

El avance de la dictocracia no es un fenómeno aislado, sino una tendencia global que pone en jaque la estabilidad de las democracias. Desde Europa hasta América Latina, pasando por Asia y África, vemos cómo los líderes populistas han encontrado en este modelo una fórmula efectiva para perpetuarse en el poder sin renunciar a la apariencia de legitimidad.

El peligro radica en la normalización de estas prácticas. Si los ciudadanos aceptan la erosión institucional como parte del juego político, la democracia estará condenada a convertirse en un simple adorno, una estructura vacía que solo sirve para maquillar el autoritarismo.

Es momento de despertar y reconocer que la democracia no se defiende sola. Los pesos y contrapesos son la garantía de un gobierno equilibrado, y su desaparición nos pone en la ruta directa hacia sistemas donde el poder se ejerce sin límites ni controles. La dictocracia se impone, y con ella, el riesgo de que, al igual que Venezuela, muchos países transiten el camino sin retorno hacia la dictadura.

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