Por Jota Domínguez Giraldo
La entrada: “La honradez es siempre digna de elogio, aun cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho”. (Marco Tulio Cicerón, político y filósofo romano, 106 A.C., a 43 A.C).
1.- EL PAÍS DEBE DESPERTAR.
La política ha tomado por asalto a la sorpresa, y la sorpresa poco a poco deja de sorprendernos.
Este país, político por excelencia, ha visto en los últimos años la desfachatez de los que elegimos para que hicieran buena política.
Se ha dicho con recurrencia que “la política es el arte de gobernar”. Nada más alejado de la realidad.
La experiencia nos ha enseñado a quienes hemos ejercido la política, que “la política es la toma de decisiones para el bien común”. Con esta última frase, mía, por cierto, podemos empezar a preguntarnos si los actuales encargados de hacer la política están haciendo actos o actividades para el bien común, y necesariamente tenemos que decir que no.
Los gobiernos democráticamente elegidos, desde hace algunos años para acá han venido tomándose el poder para hacer lo que a cada gobierno “le viene en gana”. Y digo tomándose el poder, porque el poder reside en el pueblo, es del pueblo, del cual emana el poder público. Pero no fueron elegidos para que hagan lo que les parezca, por anormal que sea. Para eso no fueron elegidos. Los sufragantes o electores han manifestado su parecer en las urnas, eligiendo a quien le confían la posibilidad de hacer desde el gobierno, un mejor mañana profesional, laboral, familiar, con justicia y educación plenas, con salud plena, con seguridad plena, con oportunidades plenas para el progreso personal y familiar, y con oportunidades para que el país se desarrolle en todas las actividades. Pero no.
Con Luis Carlos Galán se nos fue nuestra última esperanza afectiva, propia, comprometida, metido en nuestro cuerpo y piel, empoderado de nuestros problemas, la reencarnación de las mejores virtudes de nuestros prohombres que eran nuestros padres y abuelos, se nos fue digo, asesinado por la necesidad de la turba mediocre y cruel, de tener el manejo del Estado, como fuera, al precio que fuera, en este caso por las armas de la podredumbre que se enquistó en la política.
Y desde esa fecha mortal y catastrófica (18 de agosto de 1989), el país nacional y el país político quedaron partidos en dos; el país nacional que estaba de acuerdo con que Colombia merecía el respeto de los mejores hombres y, el país político que vendió sus mejores virtudes y se entregó para respaldar a aquellos que decidieron acabar con los mejores hombres de la patria.
Después de Luis Carlos Galán, Colombia no ha tenido un dirigente que piense en las necesidades de los colombianos. Hemos tenido gobernantes que se han enfrentado a las fuerzas que quieren subvertir el orden y tomarse atrevidamente el poder, pero también han sucumbido al aleteo de los egos y al imperio del adanismo, y ahí han fracasado nuestros anhelos porque el poder también se lo pueden tomar los gobernantes arbitrariamente, eludiendo y burlando las normas de juego constitucionales.
El poder es del pueblo y de nadie más, pero el poder en Colombia lo quieren tener los guerrilleros, los paramilitares, los mafiosos y los políticos a quienes no les basta un salario honrado; hay que robar para sentirse importante. Esto también sucede en gobernaciones y alcaldías.
El pueblo perdió el poder. Antes el poder lo tenían los letrados y cultos, los formados y temerosos de la justicia, los respetuosos de la sociedad; hoy ese poder lo tienen los traficantes del poder; apellidos desgastados de tanto traficar influencias y transgresiones legales, con apellidos más acostumbrados a las páginas judiciales que sociales; los Barreras, Benedettis, Pradas, Santos, Samper, Castaño, a los cuales no los dignifica su proceder. Por fortuna, aunque tarde, nos estamos dando cuenta de tanta porquería ocupando cargos de poder, que pertenecen al pueblo.
Primero que las elecciones presidenciales, estarán las congresionales, a Senado y Cámara. No podemos elegir más congresistas, cuyo prontuario jurídico es mayor que sus estudios, ni congresistas cuyas manos manchadas no son capaces de resistir el examen juicioso de una radiografía. En la próxima campaña al Congreso y a la presidencia, debemos reclamar el poder con nuestro voto. Que salgan pues los candidatos a tiempo, para examinarles su procedencia, y mirando el tarjetón tengamos la capacidad de escoger a aquel que rendirá culto a la honestidad, a la verdad y a la justicia. En síntesis, necesitamos personas honradas; no es más.
La crisis de gobernabilidad que sufre el país, habrá de servir para que los colombianos entendamos la responsabilidad de participar en política, y de esa manera, prestarle la ayuda a la Nación, que busca desesperadamente recobrar el poder ciudadano, y llevarlo otra vez a la excelencia de manos pulcras, respetuosas y serias, amante del civismo y del mejor desarrollo de las instituciones del Estado. Y esa obligación de poner a los mejores, nos compete a todos nosotros.
2.- FALLECIÓ EDMUNDO HERNÁNDEZ HERRERA.
A la edad de 92 años, y víctima de un tumor cerebral, falleció en Calarcá de donde era oriundo, el domingo en horas de la noche, el reconocido y siempre querido amigo Edmundo Hernández Herrera, pariente cercano del también reconocido ciudadano Rodolfo Herrera.
La actividad principal de Edmundo, fue la venta de seguros. Casado con Stella Patiño Duque, elegante mujer, en su época la mujer más hermosa de Calarcá, tuvo cuatro hijos, Alberto, Guillermo, Catalina, y Luz Stella.
Los últimos años los dedicó al campo y a la fotografía, en la que plasmó aves y árboles, de los que hacía gala por su conocimiento.
Edmundo, caballero y señor a carta cabal, deja un marcado nombre en la historia y vida de los calarqueños, quienes siempre admiramos su personalidad y su deseo de compartir las mejores anécdotas con todos sus amigos. Paz en su tumba, y que Dios le reciba como fue su existencia, es decir, de la mejor de las maneras.
Aporte de los lectores: “Doctor, vengo a pedirle que me haga todos los procedimientos que considere necesarios para que mi marido me vea bien hermosa”. A ver, mi querida señora; ¡creo que le sale mucho más barato emborracharlo! (D.Valencia).